Entre Kiev y Gaza, las grandes y medianas potencias se posicionan para poner fin a las guerras, que crecen en escala en términos de atrocidades y de riesgo de extensión regional de los dos conflictos. Potencias militares, potencias políticas y… potencias nucleares.
Al igual que Ucrania, la Franja de Gaza se ha convertido en un territorio, o incluso en una zona -el territorio tiene un cierto ordenamiento, mientras que la zona está a merced de cualquier acción, como los bombardeos indiscriminados-, donde el derecho internacional ha dado paso a los hechos consumados y a la ley del más fuerte. Una “ley” que responde a intereses (geo)económicos: las tierras raras y los minerales ucranianos, la posición geográfica de Gaza.

En ambos casos, encontramos los mismos objetivos, de naturaleza económica. En ambos casos, los principales protagonistas (Estados Unidos, Europa, China, India, Rusia e Israel) y los métodos que utilizan son casi idénticos: fuerte retórica, amenazas, agresiones, rechazo de cualquier negociación y voluntad de desbaratar cualquier compromiso de paz o, como mínimo, cualquier tregua.
En el caso de Gaza, hay muchas razones para dudar de que se alcance una tregua. De hecho, la reciente movilización de 60.000 soldados de reserva israelíes confirma el objetivo de Benjamin Netanyahu de seguir adelante con su plan de ocupar toda la Franja de Gaza. Un plan que consiste en aniquilar, en el sentido figurado de la palabra, toda posibilidad de que Hamás o cualquier otro grupo terrorista, o incluso un ejército palestino, se enfrente a Israel. En el sentido literal del término, se trata de destruir todo lo que pueda dar sentido a la existencia de un Estado: infraestructuras de transporte y comunicaciones, centros educativos y sanitarios, edificios públicos, zonas de producción y de comercio económico, etc. Todo debe ser arrasado, preferiblemente con un desplazamiento masivo de la población a Egipto, por ejemplo.

No es cuestión de que el Gobierno de Netanyahu se anexione la Franja de Gaza. Eso sería demasiado costoso en términos de control del territorio y de sus habitantes. En cambio, es concebible que la gestión pueda delegarse en una autoridad local bajo control israelí. Sin Estado palestino, sin tregua, sin anexión territorial y sin gestión directa israelí, y con el apoyo de la primera potencia mundial. Pero ¿para qué?
Hay que retroceder un año, hasta mayo de 2024. Las autoridades israelíes habían puesto en marcha “Gaza 2035”, una ambiciosa zona de libre comercio destinada a transformar Gaza en un centro industrial y tecnológico de primer orden. El proyecto pretendía reforzar los vínculos entre el Mediterráneo y el Golfo Pérsico, al tiempo que ofrecía una alternativa estratégica a la influencia de China al conectar India con Europa.

Israel y Estados Unidos han estado trabajando en una ruta que permitiría a los vehículos pesados llegar a Emiratos Árabes Unidos a través de Jordania y Arabia Saudí. Al mismo tiempo, la normalización de las relaciones entre estos países se vería coronada por un proyecto ferroviario (en estudio desde 2017) que uniría el puerto israelí de Haifa con los Estados del Golfo.
Esta ruta histórica apoyaría y complementaría la que estudia el Consejo de Cooperación del Golfo, que prevé una línea de más de 2.000 km que uniría Kuwait con el Sultanato de Omán a través de Arabia y Bahréin. Por último, una prolongación de la línea ferroviaria proporcionaría un enlace entre Alejandría y la vanguardista ciudad de NEOM, ideada por el Príncipe Heredero de Arabia y situada a 200 km de la ciudad palestina de Rafah. La combinación de estos proyectos permitiría además alcanzar el gran objetivo estratégico de acercar el Mediterráneo y el Golfo Pérsico.

En este contexto, las autoridades israelíes al más alto nivel, ayudadas por su inteligencia artificial, habían concebido “Gaza 2035”, destinada a convertirse en una zona de libre comercio de 37.000 hectáreas, desde la ciudad de Sdredot, en el norte de Gaza, hasta el puerto egipcio de Al Arish, en la península del Sinaí, al sur de Gaza. Netanyahu y sus equipos habían previsto por tanto convertir la actual Gaza -o lo que quedaba de ella- en un territorio industrial y en gran parte mercantil, cuyas ambiciones a largo plazo eran incluso, gracias a su situación mediterránea, superar a Dubai en prosperidad. Con un eslogan fácil: sustituir “prosperidad por crisis” en Gaza.
Esta visión de Gaza 2035 y su fuerte inversión en infraestructuras parece muy seria, y ha atraído el apoyo de muchas naciones de todo el mundo que ven en ella un interés común. La Casa Blanca planea un corredor comercial y conductos de hidrógeno que abarquen regiones desde la India hasta Grecia, en el puerto del Pireo. Para Occidente, el objetivo es obtener una ventaja considerable sobre China tendiendo múltiples puentes entre India y Europa, intensificar las relaciones con el Sur global, reforzar Europa y especialmente su abastecimiento energético frente a Rusia, permitir a las naciones del Golfo diversificar sus economías, al tiempo que se normaliza definitivamente -si no se trivializa- la situación entre Israel y los Estados árabes. Por último, India podría liberarse del dominio que ejerce sobre ella China. No habrá tregua en Gaza…