Opinión

Ciento cincuenta y un años

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Comentaban Putin y Xi Jinping esta semana en su cumbre en Beijing que a sus 72 años se sentían, en realidad, en la mitad de la vida, y que Trump, en sus buenos días, era poco más que un enérgico adolescente con lo mejor aún por delante. Ciento cincuenta años les parece una expectativa vital razonable. Con su reemplazo regular de órganos, con su quercetina y su coenzima Q10, en 6 generaciones se ventilan un imperio de los mil años.

En la imagen que refleja este encuentro aparecían pocas mujeres entre los trajes grises; aparecía Lukashenko, Szijjarto, pero las décadas de cuidadoso filtrado cainita y de la siembra de una forma determinada de ejercer el poder han dado sus frutos, y solo México, Perú, la India o Islandia, con un puñado de países más, aportan una presidenta a las fotografías internacionales. En esta, en concreto, no era el caso.

En realidad, a los políticos las mujeres les gustan más en la intimidad, con discreción y previo pago. O, si no queda más remedio que juntarnos a hablar de nuestras cosas, que no lo hagamos de manera individual y con un liderazgo claro, sino de manera colectiva, aparte y para nuestro propio público que somos, nadie se atreverá a negar eso, nosotras mismas. En clubes de lectura, o de punto, o asambleas, o  equipos de fútbol, o grupos feministas o lo que sea que hacemos las mujeres cuando nos reunimos y somos ruidosas y reivindicativas. Luego ya llegará un ministro, un portavoz o tres expertos en una mesa redonda que asimilarán y explicarán aquello que nosotras hemos pensado, extractado y concluido, y quizás con esa presencia masculina haya un hilillo de interés, un espacio más global para nuestros parciales problemas femeninos.

Este sábado, por ejemplo, las organizaciones feministas se manifestarán en por su cuenta en Alcorcón en el acto convocado contra los postulados de la extrema derecha y su decidido negacionismo de la violencia machista. Lo harán sin sumarse a los partidos mayoritarios, que, según ellas, las reservan para la lucha más visible, algo similar a lo que se hacía en las guerras de la Antigüedad con los honderos baleares, y que no las tienen en cuenta para decisiones de peso real. En realidad, es para lo que usan a las mujeres todas las ideologías, con un pico de visibilidad desde el 25 de noviembre al 8 de marzo, con especial énfasis si alguna joven ha sido agredida o violada y se puede, por lo tanto, usar su desgracia para acusar o excusar socialmente a su agresor. La extrema derecha lo sabe muy bien, entre otras cosas porque no se toman el trabajo de adaptar o modificar las consignas que han funcionado en otros países: más que en otros temas, los de género son transversales e internacionales. La discriminación femenina ha sido constante en diversas épocas, continentes, imperios o situaciones. También desde la Antigüedad las Lucrecias y las Tamar servían como pretexto para acciones que poco tenían que ver con la violencia que ellas habían sufrido.

Este sábado las organizaciones feministas aprovecharán también para mostrar su rechazo a la maternidad subrogada, y se manifestarán para ello vestidas como los personajes de “El cuento de la criada”. Algo que aún no han conseguido los señores que aparecen en reuniones como las de Beijing, pero también en otros espacios más discretos, más comunes de poder, es reproducirse por ellos mismos, y para ello es menester valerse de mujeres pobres. Que son, por otra parte, las que limpian las salas y los baños tras las reuniones de Beijing, las que cuidarán de Xi cuando supere los 125 años y, con un poco de suerte, las que servirán como terreno de siembra para los nuevos órganos que reemplazarán los riñones cansados y las retinas agotadas de políticos que aspiran a la eternidad.

Con peor calidad, mayores dolores y menos cuidados las mujeres continuamos gozando de una esperanza de vida mayor que la de los varones. Sobrevivimos porque somos menos dadas a accidentes, conductas de riesgo, suicidios, agresiones, adicciones letales y trabajos físicos. Para compensar, la perdida ósea, los dolores articulares (el dolor, en general), se convierten en compañeros de esa longevidad envidiable para quien la contempla desde la juventud. Otra cosa es que, para lo que hay que ver, para lo que hay que vivir, con todo lo que queda aún de resistencia, reivindicación y lucha, queramos vivir hasta los ciento cincuenta y un años.

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