Así se organiza el movimiento negacionista que Vox aúpa en el Parlamento

Estos grupos están organizados y cada uno tiene un papel distinto, desde acosar a víctimas en redes a amplificar su negacionismo en los medios. Buscan que su mensaje cale en la sociedad y que se retroceda en derechos

Los negacionistas de la violencia de género a los que se escuchará este jueves en el Congreso, esos supuestos expertos, forman parte de un entramado negacionista que abarca y se expande cada vez con más fuerza.
Al igual que muchas mujeres víctimas de violencia están organizadas, en asociaciones, en las redes sociales o por grupos de WhatsApp, a través de los cuales se dan apoyo, se acompañan a los juzgados,
ofrecen ayuda psicológica, consejos judiciales, ánimo, se sostienen y se cuidan. Los negacionistas hacen lo propio y están también perfectamente estructurados. Desde distintos frentes buscan un mismo objetivo: negar la violencia de género y que su mensaje cale en la sociedad.
El movimiento negacionista está organizado
KiloyCuarto
¿Cómo lo hacen? Con un abanico de proyectos y muchos simpatizantes, según cuenta Flor (nombre ficticio), que lleva años observando y hasta sufriendo los envites de los que niegan la realidad que ella y miles de otras han sufrido en sus carnes. No quiere dar su nombre. Ha llegado a temer la reacción de estas organizaciones porque, asegura, tienen más poder del que parece y muchos habitan en las altas esferas.

Acosan a las víctimas en las redes

Ellas, las víctimas, se están recuperando de una experiencia traumática, buscan espacios seguros donde compartir experiencias y en Tik Tok, Youtube e Instagram han encontrado un hueco donde se juntan y hablan de sus experiencias. Según cuentan varias de estas víctimas, cuando organizan un directo es frecuente que se cuelen negacionistas de la violencia y las ataquen, las acosen. Buscan minarlas, dividirlas y, en ocasiones, hacerlas dudar.
A veces el acoso es tan salvaje que pasa factura a alguna víctima. A principios de año, según cuenta una de estas mujeres, una simpatizante de ANAVID (una organización con discurso negacionista y crítico con la Ley de Violencia de Género) se cebó tanto con una mujer maltratada por lo que exponía en un directo que acabó en el hospital tras el acoso. Algunas compañeras se pusieron en contacto con la asociación, “pero la respuesta fue mirar hacia otro lado. Alegaron que no era socia, como si eso justificara no intervenir”, explica.

“La activista en cuestión tenía un altavoz semanal en el programa de radio de un vocal de ANAVID. No era una desconocida ni una simple simpatizante. Y, sin embargo, cuando esa mujer sufrió las consecuencias del acoso, la asociación no actuó para deslegitimarla ni para proteger a la víctima”, denuncia.

Cada uno cumple un papel

Carmen (nombre ficticio) asegura que “aunque los negacionistas aparentan tener iniciativas distintas, todos estos grupos de ultraderecha forman parte de un entramado organizado. Cada cual cumple un rol específico dentro de un mismo modus operandi. Por ejemplo: los ideólogos del ‘bodycount‘: dictan cómo debe comportarse una mujer ‘de verdad‘, cosifican a las jóvenes y aleccionan a los hombres para controlar y desconfiar. (Movimiento Redpill)”.

“Los que niegan la violencia de género centran su discurso en las denuncias falsas y la “ideología de género”, sembrando sospechas sobre las víctimas y cuestionando las leyes que las protegen.  (ANAVID/stopdenunciasfalsas)

“También están los que asocian inmigración y delincuencia que alimentan el racismo y el miedo social para señalar a un “enemigo externo” al que culpar de todo. (Venditatv/divergentedigital)

“Los que dan consejos a padres para evitar denuncias por violencia: blanquean el maltrato bajo el disfraz de “defender la familia tradicional”. (Leyviroficial)

Los negacionistas atacan en redes a las víctimas de violencia
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Se dan cobertura y se protegen

Flor insiste “lejos de ser actores independientes, están conectados y coordinados. Se retroalimentan en redes sociales, amplificando cada mensaje hasta convertirlo en tendencia. Se dan cobertura cuando alguno es cuestionado, protegiéndose entre sí y tienen redes de apoyo cerradas que los blindan y organizan ataques masivos a víctimas y a quienes las apoyan”.

Carmen señala que los negacionistas usan medios de comunicación y plataformas afines como altavoces, disfrazando discursos de odio de simples “opiniones”.

“Detrás de este entramado casualmente aparece siempre VOX, que utiliza estas asociaciones, activistas y campañas como herramientas de movilización civil. Es una estrategia de propaganda: aparenta ser “espontánea”, pero en realidad es una campaña política encubierta que busca normalizar el odio, desgastar los derechos de las mujeres, atacar a la inmigración y generar miedo social”.

Buscan retroceder en derechos con cobertura política

“El resultado es un ecosistema perfectamente engrasado, donde cada pieza cumple una función, pero todas llevan al mismo objetivo: retroceder en derechos y dar voz al negacionismo desde la sociedad civil con cobertura política”.

Las asociaciones que defienden a los maltratadores

Las asociaciones de hombres maltratados o negacionistas se jactan de haber atendido a centenares de hombres, lo cierto es que no existe constancia pública de sentencias ganadas ni de resoluciones judiciales favorables gracias a su intervención. Los testimonios que difunden suelen ser relatos personales sin respaldo documental y, cuando se examinan los casos, la mayoría acaban desestimados o en silencio administrativo. En muchos ocasiones ni siquiera queda claro si las denuncias llegaron a formalizarse o si se limitaron a consultas y acompañamientos. El resultado es que la actividad de estas entidades se sostiene más en testimonios personales y en el discurso mediático que en resultados efectivos en los tribunales.

Conviene recordar cómo funciona el sistema en España. Para fundar una asociación basta con tres personas, un acta y unos estatutos. Inscribirse en el Registro Nacional de Asociaciones no exige demostrar representatividad ni impacto real, y a partir de ahí es posible solicitar subvenciones. Es decir, cualquiera con un objetivo genérico de “apoyo a víctimas” puede constituir un colectivo, aunque luego la viabilidad dependa de conseguir recursos.

Las asociaciones de hombres son mucho más inestables: aparecen y desaparecen

La diferencia con las asociaciones que apoyan a mujeres es clara. En toda España hay miles de entidades que gestionan casas de acogida, ofrecen apoyo psicológico y legal, y ayudan a encontrar trabajo. Muchas reciben dinero público, pero deben justificar cada euro con informes y auditorías. En cambio, las asociaciones de hombres son mucho más inestables: aparecen y desaparecen, no tienen una red de recursos reconocida y carecen de una financiación fija. Incluso cuando han intentado conseguir subvenciones públicas, apenas han logrado resultados.

¿Cómo se financian?

La pregunta es inevitable: ¿de dónde viene entonces el dinero? En la mayoría de los casos hablamos de recursos privados, es decir, de donantes puntuales o simpatizantes vinculados a la causa. Es un flujo insuficiente, como ha quedado demostrado, y que limita las actividades a campañas en redes sociales, ruedas de prensa o actos simbólicos. Apenas hay evidencia de programas sostenidos en el tiempo que funcionen con continuidad.

Esta precariedad financiera desmonta la idea de que exista una gran demanda de hombres maltratados desatendidos. Si ese colectivo fuera tan numeroso como aseguran, se reflejaría en más socios, más donaciones y una presencia más sólida en la sociedad. Sin embargo, lo que se ve en la práctica son asociaciones que aparecen con fuerza en algunos momentos y desaparecen poco después, sin continuidad ni estabilidad.

En definitiva, las asociaciones que dicen defender a los hombres maltratados existen, pero su realidad es débil: sobreviven más en el discurso que en los hechos, se sostienen con aportaciones privadas dispersas y apenas logran acceder a financiación pública. La falta de transparencia sobre sus cuentas, sumada a la discontinuidad de sus programas, deja la sensación de que se trata más de una bandera ideológica que de una respuesta social estructurada. Y en ese punto, la pregunta sobre si tienen sentido o no deja de ser retórica: la falta de dinero y de arraigo parece haber respondido ya.