
Acosan a las víctimas en las redes
“La activista en cuestión tenía un altavoz semanal en el programa de radio de un vocal de ANAVID. No era una desconocida ni una simple simpatizante. Y, sin embargo, cuando esa mujer sufrió las consecuencias del acoso, la asociación no actuó para deslegitimarla ni para proteger a la víctima”, denuncia.
Cada uno cumple un papel
Carmen (nombre ficticio) asegura que “aunque los negacionistas aparentan tener iniciativas distintas, todos estos grupos de ultraderecha forman parte de un entramado organizado. Cada cual cumple un rol específico dentro de un mismo modus operandi. Por ejemplo: los ideólogos del ‘bodycount‘: dictan cómo debe comportarse una mujer ‘de verdad‘, cosifican a las jóvenes y aleccionan a los hombres para controlar y desconfiar. (Movimiento Redpill)”.
“Los que niegan la violencia de género centran su discurso en las denuncias falsas y la “ideología de género”, sembrando sospechas sobre las víctimas y cuestionando las leyes que las protegen. (ANAVID/stopdenunciasfalsas)
“También están los que asocian inmigración y delincuencia que alimentan el racismo y el miedo social para señalar a un “enemigo externo” al que culpar de todo. (Venditatv/divergentedigital)
“Los que dan consejos a padres para evitar denuncias por violencia: blanquean el maltrato bajo el disfraz de “defender la familia tradicional”. (Leyviroficial)

Se dan cobertura y se protegen
Flor insiste “lejos de ser actores independientes, están conectados y coordinados. Se retroalimentan en redes sociales, amplificando cada mensaje hasta convertirlo en tendencia. Se dan cobertura cuando alguno es cuestionado, protegiéndose entre sí y tienen redes de apoyo cerradas que los blindan y organizan ataques masivos a víctimas y a quienes las apoyan”.
Carmen señala que los negacionistas usan medios de comunicación y plataformas afines como altavoces, disfrazando discursos de odio de simples “opiniones”.
“Detrás de este entramado casualmente aparece siempre VOX, que utiliza estas asociaciones, activistas y campañas como herramientas de movilización civil. Es una estrategia de propaganda: aparenta ser “espontánea”, pero en realidad es una campaña política encubierta que busca normalizar el odio, desgastar los derechos de las mujeres, atacar a la inmigración y generar miedo social”.
Buscan retroceder en derechos con cobertura política
“El resultado es un ecosistema perfectamente engrasado, donde cada pieza cumple una función, pero todas llevan al mismo objetivo: retroceder en derechos y dar voz al negacionismo desde la sociedad civil con cobertura política”.
Las asociaciones que defienden a los maltratadores
Conviene recordar cómo funciona el sistema en España. Para fundar una asociación basta con tres personas, un acta y unos estatutos. Inscribirse en el Registro Nacional de Asociaciones no exige demostrar representatividad ni impacto real, y a partir de ahí es posible solicitar subvenciones. Es decir, cualquiera con un objetivo genérico de “apoyo a víctimas” puede constituir un colectivo, aunque luego la viabilidad dependa de conseguir recursos.
Las asociaciones de hombres son mucho más inestables: aparecen y desaparecen
La diferencia con las asociaciones que apoyan a mujeres es clara. En toda España hay miles de entidades que gestionan casas de acogida, ofrecen apoyo psicológico y legal, y ayudan a encontrar trabajo. Muchas reciben dinero público, pero deben justificar cada euro con informes y auditorías. En cambio, las asociaciones de hombres son mucho más inestables: aparecen y desaparecen, no tienen una red de recursos reconocida y carecen de una financiación fija. Incluso cuando han intentado conseguir subvenciones públicas, apenas han logrado resultados.
¿Cómo se financian?
La pregunta es inevitable: ¿de dónde viene entonces el dinero? En la mayoría de los casos hablamos de recursos privados, es decir, de donantes puntuales o simpatizantes vinculados a la causa. Es un flujo insuficiente, como ha quedado demostrado, y que limita las actividades a campañas en redes sociales, ruedas de prensa o actos simbólicos. Apenas hay evidencia de programas sostenidos en el tiempo que funcionen con continuidad.
Esta precariedad financiera desmonta la idea de que exista una gran demanda de hombres maltratados desatendidos. Si ese colectivo fuera tan numeroso como aseguran, se reflejaría en más socios, más donaciones y una presencia más sólida en la sociedad. Sin embargo, lo que se ve en la práctica son asociaciones que aparecen con fuerza en algunos momentos y desaparecen poco después, sin continuidad ni estabilidad.
En definitiva, las asociaciones que dicen defender a los hombres maltratados existen, pero su realidad es débil: sobreviven más en el discurso que en los hechos, se sostienen con aportaciones privadas dispersas y apenas logran acceder a financiación pública. La falta de transparencia sobre sus cuentas, sumada a la discontinuidad de sus programas, deja la sensación de que se trata más de una bandera ideológica que de una respuesta social estructurada. Y en ese punto, la pregunta sobre si tienen sentido o no deja de ser retórica: la falta de dinero y de arraigo parece haber respondido ya.