Solo en unos pocos países del mundo como Estados Unidos y parcialmente Francia existe una regulación formal de la primera dama. Esto tiene más sentido en países bajo un sistema político republicano que en nuestra España monárquica, con el Rey Felipe VI como jefe del Estado. No obstante, en recepciones y visitas oficiales, las parejas de presidentes y primeros ministros cumplen funciones, especialmente protocolarias y sociales, similares en cualquier país.
En pocos países han alcanzado la dimensión mediática, política e institucional de Estados Unidos, donde Jackie Kennedy tuvo estatus casi de reina. No está definido oficialmente por la Constitución ni por ni por ninguna ley, pero su peso es decisivo y cuenta con un equipo y un presupuesto dentro de la Oficina de la Casa Blanca. Cada una le pone el sello que quiere sin que puedan evitar que la nación vea en ellas un modelo de poder y de mujer, desde la moral conservadora de Nancy Reagan y el empoderamiento de Michelle Obama a la distancia emocional y política de Melania Trump. Jill Biden fue la primera que continuó su carrera profesional fuera de la Casa Blanca como maestra mientras se desempeñaba como primera dama.

En el Reino Unido, la pareja del primer ministro está sujeta a un código ético sin rango legal que regula posibles conflictos de intereses. En Francia, Brigitte Macron dispone de un gabinete discreto y un marco de transparencia que fija sus funciones. No tiene un presupuesto estatal para ropa, pero recibe prestadas prendas de casas de alta moda parisinas como Louis Vuitton y existe un registro con la ropa que ha donado.
La imagen de Brigitte como primera dama francesa es muy parecida a la estadounidense en cuanto a visibilidad, proyección y participación en causas sociales, como la lucha contra el cambio climático, la violencia de género y la protección de la infancia. El Elíseo ha creado un estatuto de transparencia que regula sus actividades públicas, permitiéndole participar en eventos y actividades oficiales sin formalizar un cargo. Esto, unido a su estilo y su propia biografía, ha consolidado su capacidad de liderazgo, más allá del simple acompañamiento del presidente.

Carta de transparencia
Su papel no está regulado por ley ni contemplado como un cargo oficial en la Constitución francesa. Emmanuel Macron propuso crear un estatuto oficial con sueldo y funciones definidas. Más de 300.000 personas firmaron una petición en contra y el Elíseo optó por una solución intermedia: una “carta de transparencia”.
Esta carta, publicada en 2017, define sus funciones de manera clara pero informal, sin reconocimiento legal ni presupuesto propio. En ella se establece que Brigitte Macron cumple un rol de representación, acompañamiento y patrocinio en actividades oficiales y causas sociales, principalmente en educación, discapacidad, cultura, protección de la infancia e igualdad de género. Dispone de dos asesores y un secretariado a cargo del presupuesto del Elíseo, sin recibir salario y sin constituir un cargo público.
El Elíseo también se comprometió a publicar mensualmente la agenda y actividades públicas de Brigitte para garantizar transparencia. Su papel, a pesar de su alcance, no deja de ser simbólico y de apoyo a la función presidencial. Ni toma decisiones formales ni tiene responsabilidad legal.