Aunque estamos ante un asunto delicado, podemos llamarlo conflicto transgeneracional. ¿O acaso no repetimos con las hijas aquellos patrones que escuchamos en nuestra adolescencia? El corto del vestido, el ombligo al aire, el escote, las pintas… La cantinela no varía demasiado, tampoco la tensión que genera en el hogar cuando la niña, recién estrenada la adolescencia, se empeña en acortar la falda hasta la altura misma del glúteo.
Una declaración de independencia
Este último detalle, como tantos otros, definitivamente queda fuera del ciclo generacional. ¿Intervenimos, aun sabiendo que es entrar en un campo de batalla, o nos resignamos? Más nos vale, antes de marcar las líneas rojas, esconder nuestro pasado fotográfico. Quién más, quien menos, cometió algún atentado cromático o se plantó alguna prenda solo apta para valientes.
La cuestión es controvertida y exige mucha prudencia porque entran en liza muchos factores decisivos en esta etapa que solo aliviará el tiempo. No hablamos de ropa, sino de un lenguaje que cobra para los adolescentes más importancia que nunca. Con su vestimenta buscan su propia identidad y atreverse con algo nuevo es toda una declaración de independencia.

Sus sudaderas extralargas, su forma de llevar los vaqueros o la gorra que un día se plantan en la cabeza son elementos que le dan seguridad en su grupo. Por otra parte, necesitan ensayar, experimentar, probar hasta ver qué estilo encaja más con su personalidad y con su cuerpo cambiante. ¿Se equivocarán? Claro. Y se horrorizarán en unos años, pero es un riesgo que tienen que asumir.
Pero una adolescencia sin límites no hace más que alimentar su propio caos. Igual que en otros ámbitos de la crianza, en la vestimenta debe haber unos estándares que le permitan explorar con confianza, pero sabiendo hasta dónde pueden llegar. Son reglas esenciales en la convivencia y el respeto que, bien estructuradas, no quitan libertad, sino que favorecen su crecimiento autónomo.
Ir a lo esencial
No vamos a perder la cabeza por una mala mezcla de prendas, sobre todo porque es un berrinche que de antemano están perdidos, pero sí establecer qué es inaceptable. Con amor, sensibilidad y firmeza. Cualquier comentario inoportuno puede dañar su autoestima y también el vínculo materno filial. De ningún modo se le puede transmitir que nuestras observaciones o sugerencias tienen que ver con su apariencia o cuerpo.
El buen gusto se educa, pero lo que no parece sensato es criticar sus elecciones de ropa cada vez que se vista. Es lógico que no coincida contigo. Tú no llevarías jamás un pantalón con tres tallas más o un top que parece robado del armario de Barbie. Afortunadamente. ¿Merece la pena entrar en colisión a diario porque vuestros gustos desentonen?
No se trata de caer en prejuicios o desaprobar sus gustos, pero sí ayudarle a examinar sus propios valores a través de la vestimenta. En primer lugar, habrá que observar con atención qué contenidos está consumiendo en sus redes sociales o en la ficción y si son adecuados para su edad. Puede que sus salidas de tono estilísticas vengan inspiradas de fuentes que no se alinean con los valores que está recibiendo en la familia o en el ámbito educativo. A menudo ni siquiera con ellos mismos. Los adolescentes reciben una avalancha de mensajes sobre qué ponerse y su imagen corporal. Es importante conocer a quién sigue y qué le gusta, pero sin etiquetar a esas personas que pueden estar influyendo.
Lo confirma un informe publicado en abril por el Observatorio Gen Z de la Universidad Europea sobre hábitos de consumo de la generación Z. “De manera destacada y consistente, para más del 60% de los jóvenes la moda y el textil (ropa, calzado, accesorios) lideran sus preferencias en la construcción de su identidad. Son productos que les permiten proyectar quiénes son, conectar con sus pares y experimentar placer, muy influidos por la cultura visual de las redes sociales donde estas categorías tienen una presencia predominante”.
Su percepción del cuerpo ofrece muchas claves a la hora de entender cómo elige su ropa. Hablar con nuestras hijas sobre todo ello abre una puerta para conocer cómo están sintiéndose en esta etapa de cambios y de mensajes que caen sobre ellas como apisonadoras. Detrás de una extravagancia puede haber una persona muy creativa que necesita expresarse sin necesidad de aprobación o un adolescente con muy baja autoestima que ha cedido a la presión. Será interesante descubrirlo.
Por otra parte, los límites en los colegios e institutos permiten iniciar una conversación sobre la ropa y la necesidad de adaptarse a determinados códigos, gusten o no. Tendrá que saber qué puede vestir y qué no según las circunstancias. Igual que desde muy pequeña comprende que el pijama no es una ropa de calle, entenderá que vivir en sociedad implica un marco. Es parte de la transición de la infancia a la adolescencia y en ese equilibrio entre su resistencia y tus criterios, se puede encontrar flexibilidad.
Una línea roja: la sexualización
En ese pulso, nos ahorraremos las comparaciones físicas y los comentarios que le hagan sentir vergüenza o suenen a reprimendas. Aunque hay que encontrar el momento de elogiar sin necesidad de que encaje en un molde corporal, la confianza se fomenta a través de otros talentos que son los que realmente le servirán para sentirse poderosas. Una de las tareas de los padres es evitar la sexualización de la infancia con elementos que de ninguna manera son apropiados: maquillaje, tacones, vestidos lenceros u obsesión con sus glúteos.
Es normal que nos hagan sentir de otra galaxia, totalmente desconectados. Nos dirán que no tenemos ni idea de lo que está de moda. No es personal, simplemente están marcando su territorio. Tiene razón la psiquiatra Gail Satlz cuando dice que criar hijas sanas y felices se ha convertido en un desafío cada vez mayor. Su sugerencia es ser amable al hablar sobre sus elecciones de ropa: “Determinar su estilo puede ser un proceso personal y es fácil que malinterprete las recomendaciones como críticas. Con palabras afirmativas y sugerencias de buen gusto, podrás prepararla para el éxito estilístico”.