Cuando el Papa Francisco publicó la encíclica Dilexit nos en 2024, muchos lo consideraron el culmen de su espiritualidad del corazón. Ahora León XIV, con Dilexi Te, da un paso más: no se limita a continuar aquella línea, sino que afirma con radicalidad que la pobreza no puede seguir siendo un asunto de retórica ni una obra piadosa secundaria. Es, en palabras del propio texto, el eje mismo de la Iglesia y de la vida cristiana. El contacto con quienes carecen de poder o grandeza no es un añadido moral, sino el modo fundamental de encuentro con Cristo.
El sacerdote Julián de la Morena, con 25 años de experiencia en América Latina y actual responsable de Cáritas en la zona sur de Madrid, lo resume con fuerza: “La relación con Cristo y con los pobres es inseparable. A un cristiano que no tenga vínculo con los pobres le falta una pierna de su fe”. Para él, el Papa no ha querido simplemente repetir lo que Francisco había iniciado, sino asumirlo como cuestión vital. En su opinión, “los pobres no son alguien que viene a incomodarnos, son alguien que viene a hacernos crecer”.

Dilexi Te reconoce la continuidad con el pontificado anterior, pero introduce un estilo propio. León XIV denuncia la crueldad de quienes culpan a los pobres de su situación y señala las estructuras de pecado que generan desigualdad. Su llamada es a transformar no solo las prácticas, sino también la mentalidad: no basta con gestos de solidaridad, es necesario superar la idolatría del éxito y la meritocracia que mide la dignidad por los logros materiales. Como explica Julián de la Morena, “el cambio de mentalidad es salir de la idolatría, dar al corazón algo más que el oro: si ponemos nuestro corazón en otra cosa que no sea Cristo, nos convertimos en idólatras”.
Limosna restitutiva
La exhortación recupera también la tradición patrística, especialmente a san Agustín, para quien la limosna no era un gesto paternalista, sino justicia restitutiva: lo que se da al pobre no es un regalo, sino la devolución de algo que ya le pertenece. El Papa insiste en esta clave, que Julián de la Morena comparte desde su experiencia: “Cuando damos limosna, estamos ayudándonos a nosotros mismos a recuperar esa posición de que lo nuestro no es nuestro, lo restituimos a aquel que ahora es el rostro de Cristo, que es el pobre que nos lo pide”. Con ello, la limosna se convierte en un gesto de fe profundo, comparable a arrodillarse ante la Eucaristía.
En este punto, León XIV se sitúa en continuidad con una línea abierta desde León XIII y su encíclica Rerum Novarum, el gran texto fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia. Aquella encíclica se adentró en las tensiones de la modernidad entre capitalismo y marxismo; ahora Dilexi Te retoma el hilo subrayando que los bienes que poseemos no son propiedad absoluta, sino dones recibidos que deben ponerse al servicio del bien común. Julián recuerda que “estamos de alquiler con los bienes que tenemos”. La riqueza, en esta lógica, no se entiende como acumulación sino como responsabilidad compartida, y su uso para el bien de los pobres es un signo de libertad y de confianza en Dios frente a las esclavitudes del miedo y la avaricia.

El sacerdote recuerda, desde su experiencia en América Latina, que la Iglesia ha estado siempre junto a los marginados, no como un asistente externo, sino como una comunidad encarnada. “Vi sacerdotes lavando leprosos, abrazándolos… la Iglesia ha estado inseparablemente unida a los pobres como una riqueza”. Ese patrimonio, dice, es incuestionable, y sin él la Iglesia perdería su rostro cristiano. En Haití, tras el terremoto de 2010, fue testigo de cómo vio “niños que estaban comiéndose hasta ratones porque los padres estaban muertos… y allí la Iglesia estaba, presente como quien no tiene derecho sino obligación”. Estas imágenes dan cuerpo a lo que el Papa propone en la exhortación: no es una llamada abstracta, sino una invitación a reconocer que el encuentro con el dolor humano revela la hondura del Evangelio.
Llamada a la acción y cambio de mentalidad
La insistencia en un cambio de mentalidad es uno de los pasajes más repetidos en Dilexi Te. León XIV advierte que mientras los cristianos no se liberen de la mentalidad mundana del éxito, la eficacia y la productividad, podrán seguir siendo hombres y mujeres religiosos, pero vivirán con el corazón poseído por una idolatría invisible. Julián de la Morena advierte que ese riesgo es común incluso en familias católicas: “Estamos atrapados con esta mentalidad de éxito en la cual hemos sido educados. Si yo no consigo un currículum perfecto, un éxito social o una riqueza, me hundo. Y el Papa nos recuerda que Cristo ha venido a ser el tesoro más grande que puede tener el hombre”.
La opción preferencial por los pobres, que León XIV eleva a criterio fundamental de autenticidad cristiana, no se plantea como activismo ideológico ni como altruismo. El Papa la enraíza en la revelación misma: imitar a Cristo significa cuidar a los pobres del mismo modo que Él repartía su tiempo entre la oración al Padre y la cercanía con los enfermos y marginados. Julián de la Morena lo explica con claridad: “No es un buenismo cuidar de los pobres, no es ni siquiera un altruismo, es una cuestión de Revelación. Cristo enseñaba y cuidaba a los pobres y rezaba con el Padre, repartiendo casi el mismo tiempo”.

Con esa clave, la exhortación ofrece numerosos consejos prácticos que van desde el acompañamiento a migrantes hasta la generación de empleo digno, pasando por la denuncia de las adicciones como nuevas formas de pobreza y la atención a los ancianos solos. León XIV insiste en que los rostros de la pobreza son múltiples y no se reducen a la carencia material: “El pobre es el que no tiene para comer y beber, el que no goza de libertad, el perseguido, el explotado, el adicto, el anciano que vive en soledad, el migrante que busca un hogar”. Esa amplitud refuerza el alcance universal del mensaje, que interpela tanto a comunidades parroquiales de barrios humildes como a cristianos de sociedades acomodadas donde la exclusión se oculta tras fachadas de normalidad.
El sacerdote subraya que “los pobres no son un inconveniente; no vienen a desgastarnos, sino a enriquecernos”. Y aquí radica una de las mayores novedades de la exhortación: la pobreza no se contempla como un obstáculo a superar, sino como un lugar de Gracia que hace crecer a la Iglesia y a la sociedad. León XIV no se detiene en teorías; advierte del riesgo de que las comunidades cristianas se limiten a gestos benéficos aislados mientras mantienen estilos de vida alejados de la fraternidad. Si las parroquias y movimientos no ponen a los pobres en el centro, la fe se reduce a un ritual sin carne.
Dilexi Te busca así impregnar la vida pública de los cristianos. No se trata de ideologizar el Evangelio, sino de que la Iglesia no se quede en la sacristía. La exhortación interpela a cada creyente a traducir su fe en decisiones concretas: desde el modo de administrar los bienes hasta la forma de organizar las parroquias y comunidades. La Cáritas parroquial, recuerda Julián de la Morena, no puede ser un departamento paralelo, sino “el rostro vivo de la Iglesia con los pobres”.
La pregunta que plantea el documento es directa: ¿cómo traducir este mensaje en gestos concretos? ¿Cómo hacer de cada parroquia y comunidad un lugar donde los pobres sean el centro y no una periferia tolerada? El desafío es enorme, porque exige un cambio de corazón y una reorganización práctica. Pero la respuesta, según León XIV, es también el camino para recuperar la alegría y la autenticidad de la fe. Como recuerda el título elegido por el Papa, todo se sostiene en una afirmación de amor: Te he amado. La fe que olvida a los pobres se vacía de contenido; la Iglesia que los abraza vuelve a reconocer su tesoro más verdadero.