Si destapamos el inventario de tópicos machistas, puede arder Troya. Algunas ya nos las plantó John Grey en los noventa que, con la mejor de las intenciones, nos hizo creer que hombres y mujeres veníamos de planetas diferentes. A ellos les tocó el de los guerreros; a nosotras, el planeta del amor romántico, la sensualidad y las emociones. Luego llegaron los bestsellers de Allan y Bárbara Peasen y lo empeoraron aún más con su retahíla de clichés: los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas; los hombres quieren sexo y las mujeres necesitan amor… Todo ello con investigaciones exhaustivas y supuestos análisis innovadores que justificaron un tópico más: las mujeres aparcan mal.
Profecías autocumplidas
El problema son las llamadas profecías autocumplidas, una idea fascinante para la psicología que explica cómo una creencia o expectativa, por el mero hecho de ser creída, acaba provocando comportamientos que la hacen realidad. Sin quererlo, vamos moldeando con ellas el desarrollo de nuestros hijos. Si esperamos que nuestra hija sea aplicada, lo será. Si esperamos que el niño sea menos sensible, toleraremos su conducta disruptiva y le estimularemos en juegos más competitivos.
El famoso psicólogo Daniel Goleman, autor de La inteligencia emocional, observó que, desde muy corta edad, los padres usan más palabras para nombrar emociones cuando crían a sus hijas que a sus hijos varones. Aunque poco a poco, los estereotipos van cayendo. Volviendo al aparcamiento, es verdad que las mujeres arrastramos la fama de poco hábiles, aunque no haya nada que lo atestigüe. Dicen que usamos más maniobras y con mayor inseguridad o que nos orientamos mal (ahí está la sombra del bestseller que nos condenó). Un estudio británico concluyó que es posible que tardemos más en aparcar, pero a precisión no nos gana nadie. Aunque rezagadas, nuestros vehículos son los que están más centrados del parking. Y según los datos de aseguradoras en España, los hombres jóvenes sufren más golpes al aparcar que las mujeres jóvenes.
Aunque los resultados son favorables a las mujeres o neutros en calidad del aparcamiento, una mayoría de ellas sigue creyendo que aparcan peor, lo cual remite al peso de los prejuicios sociales y autopercepción. Hay una explicación que acaba de sacar a la luz un estudio que, de nuevo, nos ruboriza en asunto de crianza: los juegos tópicamente masculinos en la niñez se asocian con habilidades espaciales decisivas en la edad adulta para aparcar, especialmente en paralelo.
Tradicionalmente, los niños han sido privilegiados con juegos como el fútbol o las carreras de coches, que han desarrollado su capacidad de imaginar objetos girados en el espacio y decidir si son diferentes al cambiar de orientación. El último Estudio Longitudinal Avon de Padres e Hijos de la Universidad de Bristol muestra que los niños y niñas que practicaron juegos considerados masculinos a los tres años y medio años tenían mejores puntuaciones en las pruebas de rotación mental a los 13 años, independientemente de su género.

La habilidad de rotación mental es una capacidad cognitiva clave en la inteligencia espacial. Permite imaginar y manipular objetos en el espacio sin necesidad de verlos físicamente. Por ejemplo, cómo encajarán dos piezas de un puzle tridimensional o cómo quedará un mueble al girarlo 90 grados. Si se entrena desde la infancia, ayudará al aparcar un coche a visualizarlo desde el volante como si estuviésemos fuera, a imaginar cómo girará y se desplazará, a calcular distancias y ángulos y a anticipar el resultado final.
Si queremos que nuestras hijas no tengan que escuchar nunca que aparcan fatal o que no tienen visión espacial, pongamos a su alcance esos juegos que tradicionalmente han hecho que los hombres se crean mejores al volante: dibujo técnico, deportes, coches… Esto ayudará a revertir las conclusiones de esos estudios que toman luego como soporte los libros con titulares muy divertidos pero que tan flaco favor hacen en la lucha por la igualdad.
No, no son las hormonas
Los resultados están ahí: de media, los varones puntúan bastante mejor en las tareas de rotación mental, sobre todo cuando los giros son grandes. A menudo se ha achacado a la influencia de las hormonas antes del nacimiento, pero esta nueva investigación de Bristol viene a aclarar que la culpable es la mayor exposición de los niños a juegos que exigen razonamiento espacial.
Los investigadores Karson T. F. Kung y Melissa Hines, sus autores, se preguntaron hasta qué punto el modo de jugar en la primera infancia se asociaba con la capacidad de rotación mental en la adolescencia. Observaron que aquellos que habían tenido un estilo de juego más masculino a los tres años y medio años rendían mejor a los 13 años que quienes habían mostrado patrones de juego femenino.
“El comportamiento de juego típico del sexo en el periodo preescolar se relaciona con el rendimiento en rotación mental diez años más tarde en la adolescencia. El comportamiento de juego típico del sexo en preescolar puede tener implicaciones a largo plazo para el desarrollo de las habilidades espaciales más allá de la infancia”, concluyen.
La conducción es, en definitiva, una muestra más de cómo los estereotipos de género pueden tener implicaciones duraderas para el desarrollo infantil. También los estereotipos sobre la masculinidad pueden disuadir a los niños de jugar con juguetes que fomentan su lado protector y desarrollan sus habilidades sociocognitivas, poniendo en riesgo de un futuro desajuste emocional. Los primeros años de crianza brindan una oportunidad única para acabar con esos sesgos.