Estibaliz Kortazar dista mucho de ser una terrateniente. A sus 44 años y tras una vida pagando un alquiler social, logró hacer el esfuerzo de comprar una casa en Basauri, una localidad a las afueras de Bilbao. “Ahora o nunca”, fue su pensamiento. Como su sueldo no es boyante (cobra el salario mínimo por su trabajo como administrativa), decidió alquilar la otra habitación de su casa, la que no usaba, para poder pagar bien la hipoteca. Durante un tiempo, el sistema funcionó. Pero el último inquilino, que tenía contrato hasta diciembre de 2024, ha decidido seguir en la casa sin pagar y haciéndole la vida imposible a Estíbaliz: “¿Echarle? ¡Me encantaría! Pero pueden pasar años hasta que le echen. Y sería peor si le declaran vulnerable”.
Le pedimos que nos cuente cómo empezó todo, cómo ha llegado hasta aquí. “Las tensiones empezaron cuando vi que en su cuarto tenía cosas de la calle, de la basura, y luego en la sala también y en el patio comunitario… Cuando le dije que mi casa no es un almacén, empezaron los problemas. Ahí empezó a hacer cosas que antes no hacía”.
Charlando, nos cuenta que suele acoger a personas en situación de calle y que su inquilino es extranjero. Añade que no va a decirnos de qué país porque no quiere contribuir al racismo existente. De hecho, le alquiló la habitación en parte para ayudarle, ya que sabe que, normalmente, encontrar una casa es más difícil para quienes no han nacido aquí.
La convivencia fue mala desde casi el principio del contrato, en enero de 2024. Tanto es así que Estíbaliz intentó avisar a su inquilino de que no renovaría mediante burofax y WhatsApp tanto en octubre como en noviembre. Él decidió no darse por enterado y últimamente la situación se ha vuelto tan tensa que, desde el pasado 6 de junio, Estíbaliz vive con su hermano porque ya no puede más. Ya no soporta compartir espacio con quien fuera su compañero de piso que se ha convertido en su inquiokupa. Una persona malencarada que no sólo no paga, sino que también sube basura de la calle, deja el baño inutilizable como medida de coacción y mantiene las luces encendidas toda la noche haciendo que Estíbaliz se vea obligada a pagar facturas de la luz que superan con creces los 200 euros. “Se marcha de casa y deja todas las luces encendidas. Pone dos lavadoras al día. Igual pone una lavadora con dos prendas y luego otra con dos prendas durante varias horas… ¡encima que no me paga, hace gasto!”, nos explica.

A eso hay que sumarle insultos continuos y comportamientos tan inapropiados como el de ponerse a ver pornografía en el móvil, sentado a su lado en el sofá del salón. “Como si estuviera viendo el tiempo”, nos dice. “Me llama puta, perra sucia… Su objetivo es hacerme sentir incómoda en mi propia casa”, se lamenta Estíbaliz, que ya en octubre, y antes de que finalizara oficialmente su contrato, tuvo que acudir a urgencias por ataques de ansiedad que no la dejan descansar. “Llevo un año durmiendo tres horas al día. Estoy con un psicólogo. Tomo Lorazepam para poder dormir, antidepresivos…”.
Tan desesperada se siente debido a esta situación que, mientras busca una solución, ha solicitado la ayuda de emergencia para enfrentarse a la hipoteca que sigue llegando puntualmente cada mes. Se la han concedido, pero es un parche. “Son unos 142 euros cada mes. No llego a fin de mes. Me tiene que ayudar una hermana porque si no, no me llega”. Como consecuencia de su situación está de baja médica, aunque está a punto de incorporarse al trabajo y planea regresar a casa en agosto. “Yo, volver, tengo que volver a mi casa a finales de agosto porque tengo que recuperar mi casa. La tengo que limpiar. Está hecha una mierda. Estoy intentando coger fuerzas porque no sé cuánto tiempo tendré que seguir aguantando. Si espero una orden de desahucio, puedo estar años esperando”.