La escritora francesa Aurore Dupin nació en una época (siglo XIX) en la que las mujeres, igual que “los deficientes mentales, menores y delincuentes”, estaban privadas de derechos legales. Desafiante, tomó el nombre de George Sand y una identidad masculina para desarrollar su talento y realizarse como persona. Vistió como un hombre y, a su manera, luchó contra los prejuicios contra las mujeres y sus privaciones. Emily Jane Brontë tampoco habría podido publicar Cumbres Borrascosas, ni ninguna otra obra, si no hubiese adoptado un pseudónimo masculino. En España, Concepción Arenal se disfrazó de hombre para poder asistir a clases universitarias, impensables para las mujeres.

Poco hemos cambiado
Podríamos seguir con un inventario infame que continúa abierto, ahora adaptado a los códigos de las redes sociales. Ser mujer penaliza en LinkedIn. Exhibir un liderazgo arquetípicamente masculino tiene premio. Empezaron a destaparlo varias usuarias de LinkedIn con un experimento colectivo y se han ido sumando decenas de mujeres. Cuando sus perfiles cambian de género, aumenta su visibilidad y el éxito se dispara: muchos más aplausos a los consejos sobre cómo escalar con su startup y más contactos de reclutadores para evaluar posibles sinergias, entre otras recompensas. Es decir, convertirse en líder de opinión resulta tan sencillo como pasar de María a Mario o de Ricarda a Ricardo.
La red niega que favorezca las publicaciones de los hombres, pero es lo que están constatando estas participantes que, a raíz de los resultados, sospechan que podría existir un sesgo sexista en el algoritmo que discrimina a la mujer. “Sin duda ha sido emocionante”, escribe Simone Bonnett, consultora de redes sociales en Oxford que cambió sus pronombres a “él/lo” y su nombre a Simon. Las estadísticas reflejan un aumento de las visualizaciones del perfil de hasta el 1600%; 1300 % en las impresiones.
“Le dije a LinkedIn que era hombre y mis impresiones se duplicaron. No puede ser casualidad. Quizás sea solo el algoritmo el que me muestra las publicaciones que me gustan, pero mi feed está lleno de publicaciones de mujeres que cambiaron su género a masculino y vieron un aumento en sus interacciones”, explica.
Escritura “de machote”
Otra usaria, estratega de comunicaciones de empresas de tecnología de salud mental, ofrece también su testimonio. Primero cambió su género a “masculino”. Luego, le pidió a ChatGPT que reescribiera su perfil con un lenguaje “masculino”, basándose en una publicación de LinkedIn que sugería que la plataforma prioriza palabras como “estratégico” y “líder”. Finalmente, le pidió a la IA que actualizase publicaciones antiguas y de bajo rendimiento con una escritura, como ella dice, “de machote”. Es decir, un lenguaje donde predominasen más adjetivos de logro, verbos enérgicos o un mayor uso del yo reivindicativo.
Casi de inmediato, el alcance en LinkedIn se disparó un 116 %. También el relato de su experiencia se hizo viral. Sus publicaciones, anteriormente “suaves, concisas e ingeniosas, pero también cálidas y humanas” habían pasado a ser asertivas y propias de “un hombre blanco pavoneándose de sí mismo”. Habría continuado con el experimento si no fuese porque, cada día que pasaba, la situación le hacía enfurecerse más. Ha habido otros tanteos, más o menos informales, en los que hombres y mujeres publican contenidos idénticos y comparan su alcance. Siempre salen beneficiados ellos.
Felicity Menzies, consultora australiana comprometida con la diversidad y la inclusión, después de conocer que las mujeres que escriben sobre liderazgo, bienestar, cultura o inteligencia relacional describían este mismo patrón, se preguntó si el algoritmo de LinkedIn muestra comportamientos de género. “De ser así, ¿qué recompensa y qué suprime?” Para responder, realizó ella misma un experimento. En lugar de cambiar el nombre, probó con el lenguaje a partir de tres estilos de liderazgo. Uno con código neutral, que es el que se usa en escritos académicos y técnicos: equilibrado, analítico, descriptivo y emocionalmente aséptico. El segundo, con código arquetípicamente masculino: asertivo, centrado en sí mismo, instructivo, decidido y con verbos de acción. El último, con código femenino, asociado con un liderazgo relacional: colaborativo, empático, emocionalmente inteligente, inclusivo, reflexivo y compasivo.
Subestima el liderazgo emocionalmente inteligente
Los tres artículos eran similares en longitud y estructura. Se publicaron con 72 horas de diferencia entre ellos y se enviaron simultáneamente a los 17.200 suscriptores de su boletín. Los resultados fueron incuestionables: “El lenguaje con codificación masculina recibió la mayor amplificación algorítmica en LinkedIn. El lenguaje codificado femenino no fue rechazado por la audiencia, pero estuvo menos visible debido al bajo alcance algorítmico”. El primero siguió liderando y el femenino continuó en último lugar.
Su conclusión es que “LinkedIn subestima sistemáticamente el lenguaje del liderazgo relacional y emocionalmente inteligente”, desdeñando capacidades que dominan la cultura empresarial actual, como la empatía, la colaboración o la sintonía emocional. “Esto crea una paradoja de liderazgo: LinkedIn suprime las capacidades de liderazgo que las empresas buscan y recompensan activamente”. En su lugar, amplifica la comunicación que genera comentarios acalorados a partir de un lenguaje centrado en la fricción, la provocación y las declaraciones asertivas.

“Esto crea un ciclo de comunicación poco saludable: se alzan voces contundentes, las reflexivas se encogen, el matiz se castiga y la inteligencia emocional se vuelve invisible. Si continúa recompensando solo un estilo de lenguaje de liderazgo, inadvertidamente perpetuará jerarquías de comunicación basadas en el género que no reflejan el mundo laboral moderno”, advierte Menzies.
LinkedIn le ha respondido: “Esto es lo que debes saber. Nuestro algoritmo y sistemas de IA no utilizan información demográfica (como edad, raza o género) para determinar la visibilidad del contenido, el perfil o las publicaciones en el feed . Nuestros equipos de producto e ingeniería han probado varias de estas publicaciones y las han comparado, y si bien cada publicación obtuvo distintos niveles de interacción, descubrimos que su distribución no se vio influenciada por el género, los pronombres ni ninguna otra información demográfica”.
La explicación no parece ser convincente. “Quizás recibí un poco de cariño extra del universo –escribe una usuaria-. Pero cuando lo mismo les sucede a tantas otras mujeres, parece que algo raro está pasando. LinkedIn dice que no. Insisten en que solo recompensan el contenido profesional. Algo está pasando. Y las mujeres lo ven (y lo sienten) con total claridad”.


