Teresa (nombre ficticio) acudió a urgencias una tarde con su bebé. Asustada, perdida y en shock. La pequeña había pasado unas horas con su padre, pero cuando devolvió a su hija, la niña estaba “casi inconsciente”, “demasiado dormida”. Al ir a cambiarle el pañal, Teresa se percató de que la vulva de la pequeña estaba “en carne viva” y el corazón se le paró. Ella había cambiado a su hija y no había detectado nada. “No podía ser. Debía ser otra cosa”. Los pensamientos le iban a mil por hora y decidió llevar a su hija a urgencias ante la duda de que hubiese sufrido abuso sexual.
En Urgencias no consideraron que esas “leves lesiones” obedeciesen a ningún tipo de delito y le recetaron Apiretal, que contiene paracetamol. Teresa no entendía nada, así que decidió enviar las fotografías a su pediatra porque tampoco confiaba en que el medicamento recetado fuese a aliviar a la pequeña.

Dejaron en sus manos denunciar el abuso
El pediatra, efectivamente, le recetó una pomada con corticoides y le dijo a Teresa que, si tenía sospechas de que esas lesiones pudiesen haber sucedido como consecuencia de un abuso sexual, acudiese al hospital.
“No la lleve a ningún sitio. Le di muchas vueltas y al final no hice nada. No pueden poner en las madres esa responsabilidad, no pueden dejarlo en nuestras manos. Sobre todo porque mi situación era muy complicada. Estaba muy mal“, se queja.
Se da la circunstancia de que Teresa es víctima de violencia de género. En el momento que surge este problema con su hija, no había denunciado. Seguía inmersa en el ciclo de la violencia, aunque no convivían desde hacía poco tiempo. No pidió ayuda, a pesar de que hacía tiempo que sufría violencia psicológica y física. Ni siquiera se consideraba a sí misma víctima, no sabía que lo que estaba viviendo era maltrato puro y duro.
“En aquel momento yo estaba hecha un lío. Perdida”, recuerda. “¿Qué decisiones podía tomar, en mi situación, como para denunciar abuso sexual de mi bebé?”, se pregunta.
Lo cierto es que, al día siguiente, el padre de la niña tenía de nuevo una visita y los médicos no consideraron definitivas las lesiones como para ponerlo en conocimiento de las autoridades. Es decir, el progenitor se la iba a volver a llevar.
La mala buena suerte
“Siempre digo que tuve mucha suerte”, cuenta Teresa. Esta joven madre entiende por tener fortuna que su entonces pareja la agrediese a ella y al bebé en la vía pública. Lo hizo con testigos y quedó grabado. “Suerte porque si lo llega a hacer en casa, quizá no me hubiesen creído. Y suerte porque al haber agredido a mi hija, se le impuso una orden de alejamiento de las dos y no tenía derecho a visitas”, explica.
No tuvo que volver a irse con su padre, pero el comportamiento de la hija de Teresa mutó. El pediatra escribió: “Desde la última visita del padre -el día que Teresa la llevó a urgencias-, la menor ha cambiado su comportamiento considerablemente, llora desconsoladamente en las entregas de la guardería o cuando tienen que dejarla con familiares, llegando a la pérdida de conciencia por el llanto… Permanece irritable y nerviosa y se asusta por cualquier ruido como cuando llaman a la puerta o suena el teléfono, que grita asustada ‘mamá, mamá’… Irregularidad en el sueño, alterna periodos de tranquilidad con ira, enfado y lloro sin motivo, se autolesiona y golpea a su madre”.

Se niega a ser cambiada de pañal
“En la guardería la menor se niega a ser cambiada de pañal, en el aula llora y llama constantemente a su mamá… Solicito valoración y seguimiento por pediatría social para su correcto desarrollo bio-psico-social”.
A Teresa se le juntó todo. La denuncia por violencia de género, el juicio rápido posterior y la sospechas de lo que le había ocurrido a la niña. “Estaba muy, muy mal. Cada vez que llevaba a mi hija al pediatra el camino de vuelta me lo pasaba llorando. No podía creer lo que me estaba pasando”, confiesa.
Las secuelas de la pequeña eran tan evidentes que el pediatra social, la guardería, servicios sociales y una psicóloga realizaron diferentes informes. “Nunca le denuncié por abusos, pero sí lo hice por maltrato y lesiones, sin especificar”, apunta.
El caso se archivó
La causa se archivó, el padre no ha vuelto a tener contacto con la pequeña y la niña ha tardado años en mejorar. De hecho, sigue en ello.
Teresa está convencida de que su hija sufrió abusos sexuales ese día, aunque los médicos de urgencias no diesen la voz de alarma. Y como ella bien repite gracias a su “buena suerte” evitó tener que entregar a la pequeña a su presunto abusador.
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