CASO JUANA RIVAS

La culpa y el desgarro de entregar a tus hijos a un maltratador

Qué síntomas y secuelas psicológicas presenta una madre obligada a cumplir con resoluciones judiciales que van en contra del interés de sus hijos e hijas. "Sienten una traición a su instinto, a su vínculo y a su deber de protección"

Juana Rivas a su llegada este martes el Punto de Encuentro Familiar donde debía entregar a su hijo Daniel
KiloyCuarto

¿Qué decisión tomarían si su hija o hijo les confesase que su padre les maltrata, que no quieren ir con él porque le tienen pánico, pero el sistema les obligase a entregárselo? ¿Lo harían? Desgraciadamente, el caso de Juana Rivas no es único en España. Son miles las mujeres a las que la justicia pone entre la espada y la pared. Madres que viven la peor situación posible y cuyos efectos son terribles. Analizamos los efectos psicológicos que sufren las madres protectoras.

Chelo Álvarez es psicóloga especializada en trauma, duelo, violencia de género y abusos sexuales. Ha tratado a infinidad de víctimas de violencia machista y conoce los efectos que supone en las mujeres que viven situaciones parecidas a las de Juana Rivas. “Una madre obligada a entregar a su hija o hijo a un progenitor presuntamente maltratador y/o presunto abusador y sin protección efectiva por parte de la justicia puede experimentar un conjunto de emociones devastadoras que afectan su cuerpo, mente y alma. Estas emociones no solo son intensas, sino que muchas veces resultan traumáticas y duraderas”.

Juana Rivas con Paqui Granados este marte en Granada ante el Punto de Encuentro Familiar
EFE

Traicionar el instinto y el deber de protección

Álvarez explica que “sienten un desgarro emocional, ya que le arrancan a su criatura de los brazos. No como una custodia compartida cualquiera, sino como una traición a su instinto y a su vínculo y a su deber de protección. El dolor no es simbólico: es físico, como una herida abierta que no cicatriza”.

“La culpa paralizante, puesto que aunque ella no es la responsable, muchas madres se sienten culpables por no haber podido proteger. Se preguntan: ‘¿Y si hubiera hecho otra cosa?, ¿y si hubiera huido antes?, ¿y si hubiera callado menos o más?’ La culpa está en cada pensamiento, y a veces incluso los recuerdos felices”, apunta.

Para Álvarez se trata de la “impotencia absoluta, pues se enfrentan a un sistema que no escucha, que minimiza los riesgos, que sospecha más de ellas que del presunto agresor. La sensación de impotencia es asfixiante.  Ver que sus palabras no sirven, que las pruebas no bastan, que sus miedos se tachan de manipulación. Y a veces esto viene reforzado por un juicio social a través de la prensa y las redes sociales”.

Miedo permanente: ¿la insultará?, ¿le gritará?, ¿le hará daño?

La experta asegura que las mujeres que se ven obligadas a vivir estas situaciones “sienten una injusticia desgarradora, ya que no entienden cómo la justicia puede desproteger a una criatura en nombre de una falsa imparcialidad. La ley se convierte en un verdugo ciego, en vez de un escudo”.

Álvarez describe esa “rabia contenida, una rabia sorda y desesperada que muchas veces no puede expresarse sin que sea usada en su contra. Rabia contra el sistema, contra el agresor, contra la sociedad que no ve. Y también, dolorosamente, contra sí misma”, que se une a un “miedo constante, cada noche, cada hora, sin saber qué está viviendo su hijo o hija. ¿Le hablará mal de ella?, ¿la insultará?, ¿le gritará?, ¿le hará daño? Ese miedo permanente erosiona la salud mental y física. Provoca insomnio, ansiedad, trastornos psicosomáticos”, señala.

El miedo permanente de las madres protectoras: ¿la insultará?, ¿le gritará?, ¿le hará daño?
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El entorno no siempre cree, no siempre apoya

La despersonalización y trauma también pueden aparecer, y es que muchas madres describen sentirse “fuera de sí mismas, como si vivieran una pesadilla. Desarrollan síntomas de estrés postraumático, crisis de angustia, estados depresivos graves. Algunas incluso desarrollan discapacidad psíquica sobrevenida”.

Al mismo tiempo, esa desesperación y ese aislamiento provoca, en muchos casos, que al hablar de lo que viven, sean silenciadas, desacreditadas o incluso castigadas. “El entorno no siempre cree, no siempre apoya. Algunas pierden también el trabajo, la red social o incluso a parte de su familia”.

Álvarez también explica que puede surgir “una resistencia profunda“. “Aunque desgarradas, muchas mujeres sacan fuerzas inexplicables para seguir, para denunciar, para luchar. Por sus hijas e hijos, por sí mismas, por otras mujeres. Esa resistencia nace del amor más profundo y del vínculo irrompible con su criatura. Y esa fuerza, aunque a veces en la distancia, la reciben sus hijas o hijos”, concluye.