Crítica ★☆☆☆☆

20 años después, ellas siguen siendo secundarias: el fiasco generacional de ‘Todos los lados de la cama’

Una comedia ácida que promete dinamitarlo todo, pero se queda en boceto y no logra sostener su propio impulso

‘Todos los lados de la cama’: cuando el amor convencional se disfraza de ruptura (y no cuela)
‘Todos los lados de la cama’: cuando el amor convencional se disfraza de ruptura (y no cuela)

Hay películas que creen estar diciendo algo audaz cuando en realidad están repasando —con cierto cariño, sí, pero sin ningún ánimo de incomodarse— los mismos patrones de siempre. Todos los lados de la cama, heredera tardía de la saga que a principios de los 2000 jugueteó con la comedia romántica musical en clave de enredo, vuelve con una única promesa: traer de vuelta a un elenco mítico. Lo demás, por desgracia, es un espejismo. Un espejismo que habla de “generaciones abiertas”, de amor libre, de consentimiento y respeto… pero siempre dentro de un marco profundamente conservador que no se atreve a cuestionar el verdadero elefante en la habitación: que la norma heterosexual y la pareja monógama siguen siendo el alfa y el omega del relato audiovisual español.

Samantha López Speranza debuta convencida de que conservar “la esencia” de las dos películas anteriores es una virtud. El problema es que esa esencia envejeció hace tiempo. Conserva las canciones, la química del reparto, los reencuentros simpáticos… y también la visión de una sexualidad que hace veinte años jugaba a ser moderna y hoy, comparada con cualquier serie de plataformas, parece un test de Bechdel en modo fácil: no lo pasa ni queriendo.

'Todos los lados de la cama' reúne al reparto original 22 años después
‘Todos los lados de la cama’ reúne al reparto original 22 años después

La trama juvenil es especialmente significativa: Jan Buxaderas y Lucía Caraballo confiesan tener “miedo a ser como sus padres”. Pero el guion les empuja hacia el matrimonio como elección identitaria, casi como gesto contracultural. En un contexto donde las mujeres jóvenes pelean por precariedad, salud mental, autonomía y deseo propio, el film presenta el casarse —literalmente casarse— como un acto de afirmación. No es provocador: es profundamente ingenuo y extremadamente anticuado. La película lo coloca como el único gesto válido frente a la supuesta “promiscuidad” de sus mayores, quienes, por cierto, siguen hablándose y tratándose como si los aprendizajes feministas de las últimas dos décadas no hubieran ocurrido.

El conflicto de los personajes adultos es directamente un viaje al pasado: él, eternamente perdido y golpeado por la vida “hasta darse cuenta de algo”; ella, preocupada por que su hija “estudie y no dependa de nadie” pero incapaz de articular una conversación honesta sobre qué significa autonomía para una mujer en 2025. El guion quiere rozar debates importantes —consentimiento, respeto, evolución personal— pero los menciona como quien pasa la mopa sin mover los muebles. La palabra existe, el cuestionamiento no.

'El otro lado de la cama' se estrenó en el año 2002
‘El otro lado de la cama’ se estrenó en el año 2002

Y luego está lo más sintomático: cuando el personaje de Ernesto Alterio acepta que su hijo es gay y de pronto este anuncia que quiere casarse con una mujer, el desconcierto del padre es tratado como chiste generacional. Pero en realidad es una oportunidad perdida enorme: la película podría haber explorado la performance de género, la identidad fluida, las presiones de ser “el hijo diverso”. En vez de eso, se queda en el gag fácil y la confusión amable, como si la diversidad fuera una anécdota y no un territorio político.

La plétora de reencuentros —Natalia Verbeke, Alberto San Juan, Guillermo Toledo, María Esteve, Secun— funciona como fan service, pero no sostiene una historia que, para hablar de cómo han cambiado las generaciones, debería haber cambiado ella misma. Sí, la química está ahí. Sí, cantar las canciones de siempre es un viaje nostálgico. Pero no basta con que un musical “invite a tomarse las cosas con ligereza”. También hay que preguntarse qué ligeras se quedan las mujeres de esta historia, qué espacio se les da para decir algo propio, qué lugar tiene su deseo más allá de ser dispositivos narrativos de maduración masculina.

Un regreso que quiere sonar contemporáneo, pero que baila al ritmo de 2002. Y no por nostalgia: por falta de coraje. Una estrella, y porque la música sigue siendo pegadiza.

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