Una madre y sus dos hijos pequeños caminan bajo la lluvia y entre charcos y escombros cargando todas sus pertenencias. La madre parece gritar de desesperación mientras se le cae un paquete de pañales. Detrás de ella, su hijo camina llorando mientras arrastra los pies. La fotografía está fechada en noviembre de 2023, un mes después de que la franja de Gaza y su población comenzaron una cruel lucha por la supervivencia. Desde entonces, sus 2,1 millones de habitantes han sufrido bombardeos constantes: dos años de devastación en un enclave sitiado con desplazamientos forzosos, destrucción, falta de servicios y recursos básicos y un hedor a enfermedad y muerte que, sin embargo, no termina de hacer despertar a la comunidad internacional.
En la siguiente imagen, una anciana llora entre los escombros mientras se cubre el rostro con las manos. Entre las casi dos millones de personas desplazadas forzosamente por órdenes militares israelíes se encontraban personas mayores y con discapacidad, además de niños. Sin ningún lugar a donde ir, los pequeños se asomaban desde detrás de las lonas de plástico que les servían de único cobijo durante el invierno, mientras el bloqueo israelí de suministros esenciales dejaba a cientos de miles de personas sin un refugio básico. Las caras de estos niños, entre tristes y risueñas, atraviesan la lona salpicada por miles de gotas para llegar hasta nosotros.

En una instantánea tomada en febrero de 2024, decenas de niños hacen cola con sus bidones para conseguir agua, un bien cada vez más escaso en Gaza: la población no tiene acceso general al agua potable. Sucede lo mismo con la comida: sus habitantes dependían casi por completo de la ayuda alimentaria humanitaria, pero nunca fue suficiente y ahora se está produciendo el peor de los escenarios posibles: la hambruna, que ya ha sido declarada oficialmente en la franja.
Una fotografía tras otra retumba en el pecho y anega los ojos: mujeres compartiendo un plato de lentejas, un niño herido mirando a cámara, pequeños construyendo un columpio improvisado entre los escombros, un anciano con todas sus pertenencias en un carro huyendo de las montañas de basura de Rafah, un niño mirando al horizonte encaramado a los residuos hediondos que propagan enfermedades en medio del hacinamiento, el calor y la escasez de suministros médicos.

Nos encontramos en el hall del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que del 23 de septiembre al 19 de octubre de 2025 acoge una exposición que pretende llevar al visitante al ojo mismo del conflicto: ‘Gaza a través de sus ojos’. Con una cuidada selección de 27 fotografías tomadas por fotoperiodistas de UNRWA, algunos de ellos gravemente heridos o con familias rotas por el asedio, la muestra documenta la vida en la Franja de Gaza desde octubre de 2023, bajo el asedio, la destrucción diaria, la pérdida de hogares, de vidas, del simple derecho a lo humano.
La entrada es gratuita, un gesto que subraya la urgencia de que estas imágenes —testimonios visuales de sufrimiento, resistencia, desaparición— lleguen al mayor número de ojos posible. Organizada por UNRWA, la Comisión Europea (ECHO) y el propio museo, la exposición se presenta no solo como una recopilación de escenas, sino como un acto de denuncia colectiva, un deber de memoria y de empatía. “La idea es que la exposición sea, además de un testimonio, un homenaje, un tributo a estos fotoperiodistas que llevan adelante su labor en condiciones heroicas”, ha explicado Guillermo Solana, director del Museo Thyssen, en su introducción. De hecho, los nombres de los fotógrafos, que arriesgan sus vidas para testimoniar lo que allí ocurre, no aparecen para preservar la poca seguridad que les pueda quedar.
El asedio silencioso: crisis humanitaria e información vetada
Gaza es un territorio de unos 365 kilómetros cuadrados habitado por más de 2,1 millones de personas, asediado durante casi dos años por bombardeos continuos, desplazamientos forzados, la destrucción de la infraestructura básica y la falta de acceso a elementos esenciales como agua potable, alimentos, medicinas y refugio. En este contexto, uno de los elementos que más preocupa es la fuerte restricción al acceso de medios de comunicación internacionales. Desde que comenzó el conflicto, Israel ha impedido la entrada libre de periodistas extranjeros a Gaza, una medida que para muchos supone “la prohibición de la verdad”.

Según datos de UNRWA, hasta la fecha se han contabilizado más de 200 periodistas palestinos muertos, muchos de ellos en el cumplimiento de su deber de documentar lo que allí ocurre. “La UNRWA es la agencia que está llevando a cabo todas las operaciones humanitarias dentro de la franja de Gaza, y también en el resto de territorio palestino ocupado, a pesar de que Israel ha sacado incluso leyes para prohibir nuestro trabajo. Sin embargo, permanecemos trabajando en el territorio, y seguiremos haciéndolo hasta el final, hasta que nos sea imposible”, ha afirmado Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España.
Fotografías sin firma: riesgos, memorias y voces apagadas
Una de las decisiones más simbólicas de la exposición es que las fotografías no están acompañadas del nombre del fotoperiodista que las tomó, como medida de protección ante los riesgos crecientes para quienes cubren la crisis. Las instantáneas buscan retratar no solo el horror de los bombardeos o la destrucción visible, sino también las huellas invisibles del asedio: el trauma, la resistencia de quienes han perdido casi todo, la cotidiana reconstrucción bajo las ruinas. No se trata de un álbum bélico; es un archivo humano construido desde adentro, una mirada que exige responsabilidad y acción.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, señaló que la exposición busca “dar voz a quienes son silenciados” y subrayó que “la cultura visual tiene un poder inmenso: el de abrirnos los ojos ahí donde preferimos no mirar”. A su juicio, estas imágenes son tanto un acto de resistencia como un llamamiento a la conciencia colectiva. Urtasun aprovechó para recalcar que “denunciar el genocidio en Gaza nada tiene que ver con antisemitismo”, en referencia a las críticas recibidas por el Gobierno, que acaba de aprobar un embargo de armas a Israel.

Voces silenciadas, fotógrafos invisibles
La autoría de las imágenes se mantiene en el anonimato por motivos de seguridad. Los 27 fotoperiodistas que han participado —todos residentes en Gaza— siguen vivos, aunque algunos han perdido a familiares y compañeros en los ataques. Raquel Martí, directora de UNRWA España, explicó que uno de ellos “ha visto morir a treinta familiares y dos amigos íntimos” y advirtió de que a veces pasan días sin poder contactar con ellos.
El carácter de estas fotografías, señaló Solana, nace de la cercanía de sus autores: “Son hijos, hermanos y amigos de quienes retratan”. A diferencia de los fotoperiodistas internacionales que aterrizan en zonas de guerra, añadió, “aquí hay un respeto profundo hacia la vida que muestran, porque es también la propia”. Martí alertó de la precariedad financiera que atraviesa UNRWA, que podría quedarse sin fondos en apenas dos meses para sostener a los 12.000 trabajadores en Gaza y a las decenas de miles desplegados en Cisjordania y Siria. “No existen lugares humanitarios en Gaza. No hay alimentos, no hay agua, no hay absolutamente nada que garantice la supervivencia”, denunció.
Mujeres y niñas, las más golpeadas
La directora puso el foco en la situación de las mujeres y las niñas, “las más golpeadas por la malnutrición y las enfermedades infecciosas”. Recordó que cerca de medio millón de ellas afrontan condiciones higiénicas deplorables cada mes por la falta de compresas, tampones o jabón: “Son estigmatizadas, porque no tienen con qué cubrir la menstruación ni dónde lavarse, por lo que permanecen encerradas”.
El Museo Thyssen, que acoge la muestra hasta el 19 de octubre, se propone —según su director— actuar como “despertador de conciencias”. En palabras de Urtasun, esta exposición busca reconocer la dignidad de un pueblo que sufre y acompañar la movilización de artistas y colectivos que han alzado la voz contra la guerra. La denuncia, insistió el ministro, “no es contra un pueblo ni contra una fe, sino contra políticas que vulneran el derecho internacional”. Y concluyó: “Hoy, más que nunca, la cultura tiene la tarea de ser memoria, de ser resistencia y de ser verdad allí donde se nos quiere imponer el silencio”.

“No mirar hacia otro lado”: un imperativo ético
Para organizaciones como UNRWA, y para activistas y periodistas, esta exposición también tiene un componente feminista, de visibilidad de quienes asumen los cuidados, quienes tejen la comunidad bajo bombardeos, quienes resisten la invisibilidad. Reconocer el rostro de la guerra, también el de la mujer, de la infancia, del anciano, de la maestra que convierte su escuela en refugio, es una manera de recuperar humanidad en medio de la devastación.
‘Gaza a través de sus ojos’ ofrece algo que a menudo se escapa en la cobertura convencional: la cercanía, el testimonio desde dentro, la imposibilidad de mirar sin conmoverse. Puede que las grandes potencias discutan mediaciones y fronteras, pero cada fotografía celebra —y denuncia— la vulnerabilidad humana, la dignidad que persiste. Cuando uno sale del Thyssen después de recorrer la muestra, no queda indiferente: queda la pregunta de qué hacemos con aquello que vimos, de cómo compartimos esa carga de verdad. Porque la complicidad puede empezar por abrir los ojos, y el arte muchas veces es el primer umbral para no olvidar.