Delgado, sonriente, sencillo y elegante al tiempo con su informal atuendo, Grady Hendrix (Charleston, 1970) pasó por Madrid como un torbellino sureño de energía literaria para presentar y firmar ejemplares de su nueva novela, Brujería para chicas descarriadas (Minotauro). Podría parecer un vendedor de coches, un repartidor de Biblias, un candidato a las elecciones presidenciales o un comediante del Saturday Night Live, pero es, lisa y llanamente, uno de los renovadores actuales del género de horror, guionista, ensayista, crítico de cine y veterano de la American Society for Psychical Research.

Autor de best-sellers llenos de humor y suspense, pero también de drama y crítica social, Hendrix da una vuelta de tuerca feminista a los estereotipos del género en novelas como El exorcismo de mi mejor amiga, Grupo de apoyo para final girls o Cómo vender una casa encantada, entre otras, publicadas por Minotauro. En ellas, adopta un punto de vista femenino que en Brujería para chicas descarriadas resulta especialmente combativo. Con él, entramos en el mundo de pesadilla de las casas de acogida para adolescentes embarazadas solteras de los Estados Unidos en los 60 y 70.
Allí está el verdadero horror del que la protagonista escapará gracias a… la brujería. Recibido en olor de multitudes, sobre todo de jóvenes lectoras que se sienten identificadas con sus personajes, historias y mirada feminista, tuvimos oportunidad de conversar con él sobre literatura, misoginia, terror, embarazos no deseados y sobre brujas, muchas brujas.
En Brujería para chicas descarriadas el auténtico terror no es sobrenatural, sino humano, demasiado humano…
No me gusta caer en el tópico de los autores de terror cuando solemos afirmar eso de que “lo que da miedo no son los zombis sino los seres humanos”. Los zombis dan mucho más miedo. Pero aquí es verdad que lo terrorífico es la situación real por la que pasan las protagonistas, aisladas, encerradas, manipuladas, por el sólo hecho de estar embarazadas siendo solteras.

Aunque se desarrolla en los 70, pensando en el retroceso actual en los derechos de la mujer en algunos estados y países, parece una novela muy oportuna. ¿Fue intencionado?
No. Fue totalmente casual. Yo estaba en mitad de la redacción del libro cuando salieron los primeros resultados de las elecciones y pensé: “¡Mierda!”. Después, cuando Trump resultó reelegido me dije de nuevo: “¡Mierda!”. Temí que el giro afectara al libro, pero no ha sido así. Por otro lado, los derechos de la mujer no se pueden dar por sentados. En cierto sentido esta situación es un recordatorio de que hay que seguir luchando. Las mujeres embarazadas, especialmente las solteras, no le gustan a nadie, nunca han gustado, siempre han incomodado. A lo largo de los siglos, en distintas religiones y culturas, la mujer no gusta, molesta y eso no ha cambiado, hemos vivido una ilusión. La misoginia sigue ahí y nos afecta a todos.
¿Por eso conviertes a las protagonistas en brujas, que es como han sido vistas las mujeres a lo largo del tiempo?
No (risas). Al principio, el libro era una mezcla de crónica real de las casas de acogida para embarazos no deseados y lo que llamamos más o menos folk horror. Pero entonces mi editora, muy inteligente, me dijo: “El título incluye la palabra brujería, así que creo que deberían salir brujas”. Tenía razón, claro.
Es evidente que te documentaste profundamente…
G. H.: Sí, curiosamente, descubrí que en mi propia familia había habido dos casos de mujeres enviadas a estas casas de acogida. Era algo mucho más habitual de lo que creemos. Pero sólo encontré un libro que de verdad contara la historia de estas instituciones. Es un tema complicado, que sigue manteniéndose oculto en gran medida. Por eso creí que era importante contar su historia.
¿Y en cuanto al tema de la brujería en la época?
Tuve que ser muy cuidadoso, porque en realidad la brujería es una religión y quería ser muy respetuoso con ella. Tengo muchos amigos y amigas en la wicca y practicantes del paganismo. Mis brujas son auténticas guerrilleras. Se inspiran en movimientos contraculturales como los Black Panthers o los Diggers y en auténticas brujas feministas, como el fantástico movimiento W.I.T.C.H. Para mí las brujas son verdaderas heroínas culturales. Ya en el siglo XIX existió un feminismo “satánico”, cuando algunas sufragistas se dieron cuenta de que si la mujer era considerada el Mal en muchas religiones, incluida la cristiana, y Satán era también el Mal, quizás lo natural es que se convirtieran en aliados.
El 75 por ciento de los acusados en los juicios por brujería fueron mujeres, pero también hay un 25 por ciento de hombres. Entre ellos, siento admiración por Giles Corey, quien en los juicios de Salem se negó a contestar a sus acusadores, después de que ejecutaran a su mujer, a la que intentó defender. Durante tres días le interrogaron bajo un tablón poniéndole rocas encima, hasta que finalmente murió a causa de la presión. Sus últimas palabras fueron: “más peso”. Si alguna vez me hago un tatuaje, eso será lo que ponga en él.

Sin embargo, en la novela, las brujas también pueden resultar peligrosas.
Pero no malvadas. El mal es lo que sufren las protagonistas. Lo que la sociedad hace con chicas embarazadas presionadas, medicadas, casi secuestradas y privadas de sus derechos. Las embarazadas sufrían todo tipo de manipulaciones, incluyendo cesáreas para adelantar el parto solo porque el médico no quería esperar al momento natural y perderse un fin de semana de pesca. Algunas de estas cosas siguen pasando. Mis brujas son peligrosas porque ofrecen libertad. Y la libertad siempre es arriesgada, exige tomar decisiones y eso siempre es peligroso.
Aquí, como en El exorcismo de mi mejor amiga, Guía del club de lectura para matar vampiros o Grupo de apoyo para final girls, adoptas un punto de vista femenino. ¿Por qué?
Me gusta escribir sobre personajes que no sean “yo”, que estén lo más lejos posible de mí mismo, de un “yo” más guapo y más listo. Creo que la tarea de un escritor es crear personajes diferentes a él y si no lo consigue, no está haciendo bien su trabajo. Lo que está muy bien porque así me lo quedo yo (risas). Nada más distinto que cambiar de sexo, claro, aunque todos somos seres humanos.
Visto tu éxito entre las lectoras… ¿De dónde sacas esa empatía con las mujeres?
Crecí con tres hermanas. No han sido siempre las más listas ni las más amables y tienen un gusto espantoso para los hombres, lo que me ha causado muchos problemas. Pero también me han enseñado mucho y más de una vez me han salvado la vida. Por otra parte, llevo casado desde que tenía veinte años. Mi mujer es chef, y a través de ella he experimentado mucho del machismo que sigue existiendo en esta profesión y otras. La he visto discutir con sus hermanas, trabajar con sus compañeras… En cierto modo, vampirizo a mi mujer (risas).
Casas embrujadas, vampiros, poltergeists, psicópatas, rock satánico, exorcismos y brujería. Le has dado una vuelta de tuerca a casi todos los temas del género. ¿Qué será lo siguiente?
Es un truco que no quiero usar a menudo, me gustaría escapar a los arquetipos clásicos, es algo que hablo con colegas como Paul Tremblay o Stephen Graham Jones, algo que a todos nos gustaría hacer, pero es difícil. Es casi imposible renunciar a personajes del imaginario colectivo que suscitan emoción simplemente al nombrarlos. Mi próxima novela será en lo profundo del bosque, en una cabaña, con una criatura tipo Pie Grande. Ya sabes, el Sasquatch…

Seguro que Hendrix será capaz de sorprendernos con un nuevo enfoque femenino y feminista de la criptozoología y sus humanoides críptidos del folclore americano. Si alguien puede hacerlo, es él.


