En una guerra comercial, siempre hay vencedores y vencidos. A veces, los que ganan pueden hacerlo a miles de kilómetros de distancia y casi de carambola. Sucede con el pulso económico entre Donald Trump y China. Y una de las personas más beneficiadas está en la remota costa occidental de Australia, la multimillonaria Gina Rinehart, una mujer septuagenaria que ha disparado su fortuna hasta los 32.900 millones de dólares, según el Bloomberg Billionaires Index.
La causa de este ascenso no está en el acero ni en el hierro, los materiales que forjaron su imperio, sino en las tierras raras, minerales clave para la tecnología, la defensa y la transición energética.
China: hegemonía de los minerales críticos
Es el nuevo oro tecnológico y la causa principal de la disputa entre los dos gigantes económicos. China produce cerca del 70% de las tierras raras del mundo y controla el 90% de su refinado. Estos elementos -disprosio, neodimio, praseodimio- son esenciales para fabricar vehículos eléctricos, turbinas eólicas, misiles guiados y microchips. En respuesta a los aranceles y sanciones de Trump, Pekín restringió sus exportaciones, lo que provocó una carrera por asegurarse suministros alternativos.

Y ahí es donde aparece Rinehart, con una cartera de inversiones perfecta para aprovechar ese desorden geopolítico. A través de su conglomerado Hancock Prospecting, Rinehart posee participaciones clave en las empresas que hoy dominan la producción de tierras raras fuera de China. Como Lynas Rare Earths, en Australia y Malasia, la mayor procesadora del mundo o Materials, propietaria de la única mina operativa de Estados Unidos.
Hija del magnate Lang Hancock, Rinehart heredó en 1992 un imperio minero global. Durante décadas se benefició del apetito chino por el mineral australiano. Pero cuando la relación política entre Canberra y Pekín se tensó, diversificó hacia otros sectores. Su olfato la llevó a las tierras raras, una decisión estratégica y de futuro. Hoy sus inversiones la convierten en un eslabón esencial en la nueva arquitectura económica occidental.
Íntima de Donald Trump
Rinehart es una mujer cercana ideológicamente a Trump. Ha asistido a varios eventos en Mar-a-Lago, posee acciones en Trump Media & Technology Group (matriz de Truth Social) y forma parte del círculo de simpatizantes conocido como The Trumpettes, un club de apoyo femenino a Donald Trump fundado en 2015 en Palm Beach (Florida), justo antes de su llegada a la presidencia. El Departamento de Defensa estadounidense ha comprometido contratos con sus empresas e incluso Apple ha firmado un acuerdo de 500 millones de dólares para adquirir imanes fabricados con esas tierras raras.
Gina Rinehart encarna la nueva cara del poder económico global. Una mujer discreta, ideológicamente cercana al trumpismo, que ha sabido adelantarse a los movimientos de las grandes potencias y capitalizar la transición hacia los minerales estratégicos fuera de China. En la guerra silenciosa de los recursos, ella es la gran vencedora.
En los últimos años, la importancia de las tierras raras ha cobrado una dimensión geopolítica sin precedentes. No solo son clave para las tecnologías limpias y los vehículos eléctricos, sino también un componente esencial en aplicaciones de defensa y aeroespaciales. Por esta razón, países como EE.UU., Australia y miembros del G7 están impulsando inversiones multimillonarias para romper la dependencia de China como principal refinador mundial. Estas iniciativas implican el desarrollo de minas, plantas de separación y reciclaje en territorios occidentales, así como alianzas público-privadas. Rinehart ha estado en el lugar adecuado, en el momento adecuado.


