Durante siglos, el embarazo fue algo que debía vivirse en silencio. En los retratos clásicos apenas se insinuaban las formas, las actrices desaparecían de la vida pública durante meses y las normas sociales aconsejaban ocultar la barriga tras telas generosas. La gestación era un tránsito privado, invisible, casi clandestino.
Hoy la escena es muy distinta. El vientre, antes escondido, se ha convertido en protagonista de pasarelas, alfombras rojas y redes sociales. Diseñadores como Di Petsa lo han transformado en pieza central de sus colecciones; Rihanna lo convirtió en toda una declaración de intenciones durante la Super Bowl con un mono rojo que mostraba orgullosa su barriga; e influencers como Nara Smith han hecho de la maternidad un relato estético completo, compartido con millones de seguidores.
El embarazo ya no es solo un proceso biológico y ha pasado a convertirse también en un signo cultural, un capital simbólico, incluso un accesorio de moda. “Cuando vestí a Rihanna en su embarazo, la intención era mostrar fuerza y sensualidad, no esconderla”, afirmó su estilista en una entrevista. La barriga se convierte así en un manifiesto de vulnerabilidad y empoderamiento, de intimidad y espectáculo.
Pero la visibilidad, aunque emancipadora, convive con tensiones políticas y sociales. En Estados Unidos, la reversión de la protección federal al aborto ha reabierto un debate feroz sobre los derechos reproductivos. En otros países, los gobiernos promueven campañas pronatalistas en respuesta al descenso de la natalidad, situando la maternidad como deber casi patriótico. La glorificación estética del embarazo ocurre al mismo tiempo que se limitan las opciones para decidir sobre él. “El cuerpo femenino se celebra solo en la medida en que cumple un papel social”, explica una teórica cultural de la Universidad de Columbia. “Esa estética aspiracional seduce, pero también puede reforzar guiones conservadores”.
La historia ofrece ecos similares. En los años cincuenta, las revistas idealizaban a la ama de casa impecable, mientras la realidad reducía su margen de independencia. Hoy, la llamada trad wife aesthetic circula en TikTok con idéntica nostalgia. La esposa dedicada al hogar y a la maternidad, esta vez filtrada con vestidos de lino, colores pastel y discursos edulcorados. La barriga visible en vestidos de lentejuelas puede ser una reivindicación, pero también parte de un guion que devuelve a la mujer a un rol predeterminado.
Lo que resulta indudable es que la moda ya no esconde la gestación. De la alfombra roja al vestidor cotidiano, las mujeres reivindican el derecho a ser vistas en toda su transformación física. Los cortes imperio, pensados para disimular, ceden paso a transparencias, mallas y drapeados que celebran las curvas de la maternidad. El mensaje es claro: el embarazo no interrumpe el estilo.
La pregunta persiste: si el embarazo es ahora una estética aspiracional, ¿a quién sirve realmente? Sea cual sea la respuesta, el embarazo ya no se vive solo en privado. Es moda, es discurso, es política y, sobre todo, es poder.