La diáspora venezolana tiene muchos rostros. Incluso, uno jovial, confiado y de inmensos ojos optimistas, como el de Yurbenis Escalona, nacida el estado Lara, en noviembre de 2001, tres años después de la llegada del militar golpista, Hugo Chávez, por elecciones. Una fecha temprana en el siglo, pero tardía para alcanzar algún resto de educación de calidad en Venezuela.
Cuando Yurbenis llegó a la edad escolar, el sistema educativo de su país había empezado a declinar y, cuando llegó a la secundaria, el desastre se había cernido con tan nefastos auspicios que al llegar a la universidad (pública) no le quedó más opción que abandonarla ¡porque al querer inscribirse para un cuarto semestre, la institución había traspapelado las calificaciones!, y no había manera de documentar los avances. “Es un desastre”, subraya.

Insumergible, la joven abandonó sus estudios de Turismo Agroecológico y se procuró una formación en peluquería. Trabajaba todos los días de la semana, los laborables en una panadería; y los libres y feriados, a domicilio como estilista y maquilladora. Es lo que había visto en su hogar, conformado por un albañil y una cocinera profesional, ambos muy dedicados.
Entonces, la vi a ella
Un día, en un momento de descanso de tanto trajín, estaba recorriendo distraídamente los contenidos de Instagram cuando algo llamó su atención. “Yo nunca me había interesado en política. Al contrario, me parecía horrible, aburridísima, todos lo mismo. Pensaba igual que mis amigos y que todo el mundo que conocía: mi vida depende de lo que yo trabaje y lo que yo pueda bregarme. Mi papá había sido chavista, pero estaba tan decepcionado que ya ni hablaba de eso, lo de él era el trabajo, su familia y ya, pero un día vi a María Corina en Instagram…”.
A todas estas, tal era la apatía de Yurbenis que ni siquiera se había inscrito en el Registro Nacional Electoral, donde se consignan los datos de los ciudadanos que han cumplido 18 años, la edad reglamentaria para ejercer ese derecho. Tampoco su pareja de entonces, que ya tenía 30 años lo había hecho. “Empecé a animarlo. Teníamos que inscribirnos para votar. Yo quería quedarme en Venezuela. Mucha gente conocida se había ido del país, pero yo estaba determinada a aguantar la pela allí, a pesar de que mucha gente me decía que yo tenía mucho talento y que podría triunfar en cualquier otro lugar al que me fuera. Pero yo no quería emigrar. De un día para otro me llené de esperanza, me convencí de que sí podíamos sacar a Maduro del poder, que Venezuela podía volver a ser como mis padres y mis abuelos me contaban que había sido.”
El sueño de Yurbenis era tener su propia peluquería, una fantasía inalcanzable en un país sin crédito bancario ni la más mínima posibilidad de ahorro para el ciudadano medio. “Pero me convencí de que el país iba a ser distinto. Me inscribí para votar y llevé un gentío para que también lo hiciera. Y cuando escuché a María Corina diciendo que organizáramos los comanditos, hice un grupo de WhatsApp, más que eso, era como el grupo de WhatsApp de Sanare, el pueblo donde crecí. Incluí muchas, muchas, personas de Sanare, de los que estaban dentro y los que habían emigrado ya.”

De no enterarse cómo se llamaban los candidatos de eventos electorales anteriores, Yurbenis pasó a promotora de reuniones políticas, a no perderse una marcha de la oposición y a animar a todo el que se le cruzara a sumarse a la gesta.
—Esperé el 28 de julio, día de las elecciones con una ilusión que nunca antes había sentido. Y me organicé con semanas de anticipación para tener comidas y bebidas como apoyo para los miembros de mesa y a los votantes en las colas. Hice helados caseros, unas 500 raciones, y otro montón de tequeños, compré empanaditas, botellas de agua mineral…
Llegado el gran día, los representantes del “poder comunal”, brazo local chavista, intentaron impedir la apertura del centro de votación Monte Carmelo, que Yurbenis se había reservado para apoyar (Sanare es la capital del municipio Andrés Eloy Blanco, en el estado Lara, que según información del ente comicial, cuenta con 88 centros de votación). De manera que, siempre según su relato, el centro no abrió sino hasta pasadas las diez de la mañana. “Y ahí seguía la gente. Nadie se movió. El pueblo unido, pues”.
Esperanza, seguridad, tranquilidad
En la medida en que narra su experiencia del 28J y las semanas de la víspera, Yurbenis se entusiasma, se atropella para explicar cómo fue ese proceso casi de conversión que experimentó y la llevó de la indiferencia al activismo. “Es que fue así. Yo vi aquel primer video en Instagram y empecé a sentir algo que jamás había sentido: esperanza. Y qué rico se sentía. Uno se había vuelto tan ignorante… con tanto tiempo bajo ese régimen. Ya uno lo que decía es que no se podía esperar nada de ellos, ni de ninguno, porque todos terminaban decepcionando. Pero empecé a oír lo que decía María Corina y pensé que ese era el cambio que yo necesitaba, que así era el país donde yo quería vivir. Claro que yo sabía que ella existía, pero como no la ponen en televisión, yo no la había escuchado. Hasta que la vi en Instagram y con un solo video me hizo ver todo diferente.”

—María Corina -sigue- me comunicó seguridad, esperanza, tranquilidad, que sí había un futuro para mí en mi país. Yo sabía que tendríamos que empezar de cero para levantar el país, no era que se iba a arreglar de la noche a la mañana, pero que valdría la pena. Ella sí me daba esa esperanza y me convencía de que Maduro y todo aquel horror podía ser derrotado y sacado del poder.
Se inscribió en el Registro. Se repitió varias veces al día que ahora sí iba a ser diferente. Fue muy temprano a votar. Logró que su padre también lo hiciera. Votó y regreso al centro a repartir comida. Esperó los resultados… “Fue un bajón terrible”, dice para referirse a lo que sintió cuando vio a un vocero del régimen anunciando, sin un boletín oficial, que Maduro había ganado las elecciones. “Terrible, porque si no pudo hacerlo ella, que tenía a todo el país a su favor, quién lo hará.”
Le daría las gracias
Un par de días después, empezó la persecución. La jefa de cuadra la advirtió de que su familia dejaría de recibir los alimentos subsidiados y la bombona de gas doméstico; y, peor, que se los iban a llevar los encapuchados de las FAES.
Los miembros del chat de WhatsApp empezaron a salirse por decenas, todos amedrentados. Una moto pasaba lentamente frente a su casa… Recibía mensajes intimidantes. Yurbenis no podía quedarse encerrada en casa. Debía salir a trabajar. Después vinieron las conminaciones para asistir a reuniones del “poder comunal”. En cuestión de días, el régimen detuvo más de dos mil personas.

Yurbenis aguantó la presión seis meses. El 10 de enero de 2025 aterrizó en Madrid, donde vive desde entonces con su madre y su hermana, que tiene 20 años. Las tres están trabajando, lo mismo, por cierto, que las tres amigas de Sanare que ya estaban aquí. Asegura que permanecerá fuera de Venezuela hasta que caiga el régimen de Maduro. “Es muy difícil vivir con tantas carencias y tanto miedo”.
Dice que no ha cambiado ni un ápice su percepción de María Carina Machado, a quien define como “valiente, indomable, luchona y honesta”; y que sigue creyendo en ella “como el primer día”.

—Yo sé -dice- que ella logrará lo que se ha propuesto. Mi fe sigue igualita. Y, aunque estoy agradecida con España, pero quiero ir a trabajar por Venezuela. Si pudiera hablar con María Corina, le diría: Gracias. La admiro mucho. Usted es muy valiente por todo lo que ha hecho. Nadie en la historia había dado tanto por el país. No se rinda, usted no está sola, sigue teniendo un país entero que la va a respaldar hasta el final. No solo yo, sino millones de venezolanos y de personas que no son venezolanas, siguen teniendo la fe en que nosotros regresaremos a casa.