Una de cada cinco personas ha sufrido abusos sexuales en la infancia. Las cifras son abominables. Se trata de un problema estructural que, por increíble que parezca. pasa casi desapercibido. Noemí Álvarez Boyero es psicóloga experta en trauma. Con ella repasamos cuáles son las señales de alerta de abuso más comunes y cómo debemos enfrentarnos a una conversación con los más pequeños si tenemos sospechas de que algo no va bien.
Cambios de conducta
“Normalmente, cuando empieza a haber abuso, el niño o la niña empieza a a generar conductas un poco distintas. Hay muchos que se retraen, que empiezan a querer pasar más tiempo a solas, porque tienen esa sensación como de que tienen un secreto horroroso. Recordemos que la mayor parte de las víctimas son seducidas por el abusador, no son temas agresivos. Los chantajean de alguna forma”.

Álvarez Boyero pone el ejemplo en el que hayan grabado un vídeo y amenace con difundirlo. “Esto le pasa más a las chicas ya de 10, 11 años y adolescentes. Aquí entra en juego el tema de la vergüenza. Pero que la mayor parte, viene de esa extraña seducción, de ese extraño engaño. Las víctimas tienen la sensación de que no pueden contarlo porque piensan que son culpables, que han hecho algo malo, que va a pasar algo horrible. Los niños y niñas, además, no entienden muy bien qué ha ocurrido, no saben los límites de lo que ha pasado y lo que sienten es como muchísimo malestar, entonces empiezan a hacer cosas raras.
Problemas con el pis y la caca
“Es muy típico, por ejemplo, que si ya tenían conseguido el tema de aguantar el pis, si ya tenían el esfínter entrenado, se pueden empezar a miccionar en la cama o puedan empezar a tener problemas con con la caca”, explica la experta.
Hablar menos, pasar más tiempo encerrados
“Si son un poco más mayorcitos es común que hablen menos y pasen más tiempo solos y encerrados, se aíslan”.
Arrebatos de ira
El estrés por la situación vivida también puede desembocar en arrebatos de ira. Esto duele mucho porque a veces he intervenido en casos donde la primera intervención fue por el estado de ira del niño.
Recuerdo uno, por ejemplo, que me decía, ‘entró un día por casa y empezó a pegarle patadas al armario hasta que rompió la puerta’. Y yo le dije, ‘¿Y vosotros qué hicisteis?’ Pues regañarle, castigarle. Y luego, cuando hablé con el joven, era un chico de 17 años, le pregunto: ‘El día que ocurrió, ¿te planteas hablar con tus padres?’ Me contesto: ‘Mira, estaba tan mal que lo único que me salió fue romper un armario a golpes'”.

“Se me rompió el corazón porque un niño nunca he hecho eso, no tiene un problema de control de impulsos. Si tuviéramos esa capacidad como padres de pararnos y decir, ‘hijo, ¿qué ha pasado?‘ Con tranquilidad, se evitarían muchas situaciones”, apunta.
Álvarez Boyero explica que un comportamiento violento inexplicable se puede confundir con la propia adolescencia. “Está enfadado y lo achacas a una cosa, a otra, a la etapa que incluye un problema conductual. El niño comienza con los arrebatos de agresividad, no porque sea agresivo y no porque sea un adolescente. Comienza porque es su forma de desfogar malestar.
Dejar de comer y atracones
“En las niñas es muy típico que empiecen a hacer cosas con la comida. Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) se multiplica en las víctimas de abuso sexual en la infancia. Hay muchísimas chiquillas con TCA que como base tienen temas de abuso“.
“El tema de la comida es un mecanismo compensatorio, también es una forma como de calmarme. Por ejemplo, cuando no como primero empiezo a obsesionarme con la idea porque cuando no comes, es muy curioso, pero es como que cuanto menos comida o menos nutrientes le das al cerebro, el cerebro se obsesiona con el tema de la comida. Estás pensando en comida todo el rato y tu foco está ahí. Cuando tu sensación normal, en tu cabeza es muy fea, poner el foco en cualquier otro sitio es más chulo.
“Y luego la bulímica o las chicas con trastorno de atracón, lo que hacen es lo contrario. Es como que tienen un vacío muy grande, porque tienen un dolor muy potente que ellas lo cuentan como la sensación de estar vacía e intentan llenarlo con comida. El vacío es emocional y la comida es física. Cuando no puedo decir algo, engullir comida es una forma de darle paz a mi organismo”, señala.
Descontrol y autolesiones
“En chicos una forma de autolesionarse es buscar que les peguen, buscar meterse en follones, pero todo es lo mismo y no puedo gestionar esto que me está pasando que a veces ni siquiera lo entiendo muy bien yo, porque otro de los grandes mitos es que las cosas que te pasan, te pasan y ya. En plan, ¿cómo voy a seguir mal porque me haya pasado esto? Esto, a veces, tampoco se entiende muy bien en el trauma”.
Hipersexualización
“Si expones a menores de edad a contenido sexual, aunque sea visual, de forma temprana muchos de ellos empiezan a tener conductas compulsivas, porque no es tan formados sus mecanismos de de parada, de inhibición, de regulación, porque ese cerebro no está maduro”.
“¿Qué ocurre? Que repiten la conducta de forma obsesiva. Y en muchos de estos casos de abuso y este es uno de los síntomas más típicos. La niña o el niño que está continuamente masturbándose, que está continuamente buscando rozar con cositas y, sobre todo, cuando los pillas que se está introduciendo algo porque lo de introducir cosas en sitios, eso sí que es una conducta totalmente anormal para un niño”.
“Cuando lo que vemos realmente luego en consulta es que por muchos años que pasen el abuso no se puede procesar. No es como otro acontecimiento traumático que me pasa y mi cabeza encuentra la manera de liberarse. Cuando hablamos de abusos sexuales en la cabeza, en la mente está la parte traumática. De esa, sin ayuda profesional, no sale. Es muy complicado, muy ambiguo, muy raro. Genera mucha sensación de culpa y amnesia, muchísimas veces”, finaliza.