Washington vuelve a sentir la sacudida de Epstein. La publicación de correos privados de Jeffrey Epstein, el financiero caído en desgracia, ha devuelto al debate político estadounidense un espectro que parecía archivado por el momento. En los mensajes difundidos por congresistas demócratas, Epstein menciona al presidente Donald Trump, no solo como viejo conocido, sino como testigo de su entorno. Lo llama, con cierta ironía, “el perro que nunca ladraba”. Su silencio, sugiere Epstein, le hace cómplice de sus secretos.
Los correos forman parte de los llamados Epstein Files, más de 23.000 documentos entregados al Comité de Supervisión de la Cámara. En ellos, se cruzan nombres, fechas y conversaciones que reviven el interés sobre qué sabían las figuras cercanas al millonario sobre sus crímenes sexuales. Entre los fragmentos publicados, destaca uno que escribe Epstein al periodista Michael Wolff en 2019 donde asegura que Trump “pasó horas en mi casa” y que “sabía de las chicas”. La frase, breve y devastadora, condensa la impunidad que rodea al poder.

Epstein murió por suicidio en una cárcel de Nueva York en 2019, tras ser acusado de tráfico sexual de menores. La investigación posterior señaló fallos y negligencias en su custodia. Su muerte cerró una vía judicial, pero abrió la de la memoria política. Los correos difundidos esta semana no presentan nuevas pruebas de delitos, pero sí revelan como Epstein hablaba con familiaridad, casi con arrogancia, sobre Donald Trump. Lo hacía como quien se siente protegido por los mismos que lo miraban con distancia en público.
“El perro que nunca ladraba”
En abril de 2011, Epstein escribió a Ghislaine Maxwell: “Quiero que te des cuenta de que ese perro que nunca ha ladrado es Trump. La víctima pasó horas en mi casa con él, y nunca ha sido mencionado”. A lo que Maxwell respondió. “He estado pensando en eso”. Para muchas mujeres que vivieron esta historia, el perro que no ladra simboliza la sociedad que calla cuando el poder masculino se impone, que protege a los suyos incluso frente a la evidencia. La frase describe a Trump, pero también describe un sistema engranado durante décadas. La violencia sexual de ciertos hombres influyentes se disfraza en un paisaje de palabras (rumor, malentendido, mentira, exageración) que se usan para difuminar una terrible realidad de la que Epstein fue arquitecto.
El congresista demócrata Robert Garcia, al presentar los documentos, señaló que “cuanto más intenta Donald Trump ocultar los Epstein Files, más descubrimos”. No se trata sólo de revelar correspondencias, sino de exhibir cómo el poder protege al poder. La publicación llega en medio de un clima electoral muy tenso con el país dividido en dos relatos opuestos, por uno el de la persecución política y las ‘Fake News’ que declara Trump, y por otro el de la impunidad estructural.
The President could end all this speculation and do right by survivors by releasing the full files, NOW.
If he’s done “nothing wrong,” then let’s prove it. pic.twitter.com/umWNrgsqX3
— Congressman Robert Garcia (@RepRobertGarcia) November 12, 2025
Los republicanos han respondido con acusaciones de manipulación. Asegurando que los demócratas “seleccionan documentos para generar titulares” y que “ocultan nombres de funcionarios demócratas”. El intercambio político reproduce una coreografía donde ambos partidos usan los mismos papeles para reforzar sus propios argumentos. En medio, las víctimas siguen siendo manipuladas en un país cansado de medias verdades. El caso Epstein se narra desde el congreso, los tribunales, las redes sociales y los medios, pero son las víctimas quienes entienden mejor el peso de estos correos. Su lucha es el reconocimiento de que durante años, Epstein ofreció dinero, viajes y promesas a jóvenes vulnerables. Su red de cómplices arropa todos los espectros del poder y los nombres de sus asistentes, abogados, príncipes, políticos y amigos forman un retrato del privilegio masculino.

Cuando Epstein menciona a Trump como el “perro que no ladra”, expone la complicidad silenciosa de quienes prefirieron no ver. Esa indiferencia es también una forma de violencia. En los años posteriores al MeToo, las mujeres aprendieron a nombrar el silencio como parte del daño. Lo que no se dice duele tanto como lo que se hace. Los correos son tanto historia política como espejo cultural.
El Comité de Supervisión exige ahora que el Departamento de Justicia publique los archivos completos. Hasta el momento, la agencia ha entregado sólo una fracción. Argumenta que protegerá los datos de las víctimas. Pero los demócratas sospechan que hay más. En los pasillos del Congreso, se comenta que algunos correos podrían implicar a figuras de distintos gobiernos, no solo republicanos. La opacidad se convierte en un territorio de sospecha permanente.
Trump, por su parte, niega todo vínculo con los crímenes de Epstein. Dice que no lo veía desde hacía quince años y que rompió su amistad al descubrir que reclutaba empleadas en Mar-a-Lago. En redes sociales ha descrito la investigación como “un engaño demócrata”. Sin embargo, las palabras de Epstein en sus correos, escritas mucho antes de su arresto, contradicen esa narrativa.

“Lo que el poder hace con el cuerpo ajeno es siempre político”, escribió la filósofa Susan Faludi.. En el caso Epstein, esa frase cobra forma porque cada víctima es la demostración de que el dinero puede borrar los abusos. Por eso, la publicación de los correos es una responsabilidad hacia la sociedad que busca justicia. Hacer visible el modo en que la impunidad se fabrica entre cócteles, favores y silencios es justicia, aunque sea simbólica La historia podría parecer agotada.
Epstein está muerto, Maxwell está presa, pero se repiten nombres conocidos que siguen en el poder. Los demócratas han prometido continuar la investigación. Si logran que el Departamento de Justicia libere todos los archivos, el debate podría extenderse. En ese terreno incierto entre la verdad y la narrativa, los correos de Epstein son un testimonio y un desafío. Epstein escribió a Michael Wolff que Trump “sabía de las chicas”. Wolff dice no recordar los detalles, pero confirma que Epstein hablaba de Trump con franqueza.


