A las 14:46 de la tarde, hora local, del 11 de marzo de 2011, Japón vivió uno de los momentos más devastadores de su historia moderna. Un terremoto de magnitud 9.1 sacudió el lecho marino frente a la costa de la región de Tohoku, al noreste del país, y apenas unos minutos después, una serie de olas gigantescas arrasaron todo a su paso. Así comenzó el tsunami en Japón que dejaría más de 18.000 muertos y desaparecidos, cientos de miles de desplazados y una herida profunda en la memoria colectiva del país.
El tsunami en Japón no fue un fenómeno aislado, sino la consecuencia directa del cuarto seísmo más potente jamás registrado en la Tierra desde que existen mediciones modernas. El epicentro se localizó en el fondo del océano Pacífico, a unos 70 kilómetros de la costa de Sendai, provocando un desplazamiento vertical masivo del lecho marino que impulsó olas de hasta 40 metros de altura en algunas zonas.
Una tragedia de proporciones incalculables
Las prefecturas de Miyagi, Iwate y Fukushima fueron las más afectadas. En cuestión de minutos, pueblos enteros desaparecieron bajo el agua. Barcos, coches, casas y edificios fueron arrastrados tierra adentro por la fuerza incontenible del tsunami en Japón, dejando imágenes que dieron la vuelta al mundo. La ola no solo causó destrucción física: arrasó con familias enteras, separó a miles de personas de sus seres queridos y sumió al país en un duelo colectivo.
El tsunami en Japón también provocó un desastre nuclear en la central de Fukushima Daiichi, al inundar sus sistemas de refrigeración. La fusión de tres de sus reactores obligó a evacuar a más de 150.000 personas y generó una emergencia radiológica de escala internacional. Fue el peor accidente nuclear desde Chernóbil. Sus efectos todavía se sienten más de una década después.

Japón es, posiblemente, el país más preparado del mundo para afrontar catástrofes naturales. Dispone de sofisticados sistemas de alerta, simulacros constantes en colegios y oficinas, normas de construcción antisísmica muy estrictas y una población muy concienciada. Sin embargo, la magnitud del tsunami en Japón superó cualquier previsión. Las barreras costeras, los diques y las medidas de contención no fueron suficientes.
En algunos lugares, como la ciudad de Rikuzentakata, la ola superó las defensas más altas y arrasó con más de la mitad de su población. Las imágenes de supervivientes trepando a los tejados, huyendo por carreteras colapsadas o refugiándose en lo alto de colinas se grabaron en la retina de un mundo que observaba con incredulidad el drama del tsunami en Japón.
Reconstrucción, memoria y resistencia
Desde aquel 2011, el gobierno japonés ha invertido miles de millones de yenes en reconstruir las zonas afectadas por el tsunami en Japón. Se han levantado nuevas viviendas, mejorado infraestructuras, construido muros más altos y creado rutas de evacuación más eficientes. Pero la recuperación emocional ha sido mucho más lenta.
En las ciudades costeras todavía hay monumentos, placas con nombres y centros conmemorativos dedicados a las víctimas. En muchas escuelas, cada año se dedica un minuto de silencio a la misma hora del terremoto. Y para muchos supervivientes, el sonido de las sirenas de alerta aún genera ansiedad. El tsunami en Japón es, para la sociedad nipona, una memoria viva.

La reciente situación sísmica en el Pacífico, en particular el terremoto en Rusia de magnitud 8.8 en la península de Kamchatka, ha vuelto a poner en alerta a Japón. Aunque este último seísmo no ha causado víctimas en el país, el anuncio de un posible tsunami ha generado una respuesta inmediata por parte de las autoridades niponas. Se han ordenado evacuaciones en más de 130 municipios costeros.
El recuerdo del tsunami en Japón de 2011 sigue tan presente que cada nueva alerta se vive con una mezcla de respeto, temor y disciplina. La población ha interiorizado que cada segundo cuenta, que cada réplica puede ser el inicio de algo peor. Y que la naturaleza no avisa dos veces.