Encontrar dónde vivir es hoy uno de los mayores desafíos para cualquier joven en España. Para Ainara -nombre ficticio, por miedo a represalias-, que llegó huyendo del veto talibán a la educación femenina, ese reto se convirtió en la primera prueba real de su nueva vida. Tenía trabajo, ganas y un plan, pero le faltaba una habitación que pudiera pagar.
“El lugar donde vivía quedaba muy lejos y no podía llegar a tiempo al trabajo”, recuerda, en conversación con este periódico. “Pasé un mes buscando, llamando a muchas personas… pero con el dinero que tenía no encontraba nada”. Cuando lo cuenta, no dramatiza, pero lo define como una presión constante y un laberinto burocrático para alguien que no contaba con avales, papeles o familia cerca.
Desde AMAE, la Asociación de Mujeres Afganas en España, explican a Artículo14 cómo pudieron ayudarla: “Nos pusimos en contacto con el centro de acogida en el que se encontraba para apoyar su integración y de algún modo acompañarla. Lo hicimos a través del Programa AMAE TU Techo, una oportunidad única para poder acceder a vivienda sin contar con garantías financieras”.
Ese acompañamiento, sumado al gesto desinteresado de una mujer a la que recuerda con cariño, fue decisivo. “Ella me apoyó muchísimo y gracias a su ayuda pude alquilar una pequeña habitación”. Un espacio modesto, temporal, pero suficiente para empezar a sostenerse sola. “Algún día tendré que irme y buscar otra. Es la vida de los migrantes”, asume.

Ainara llegó a España en octubre de 2023, pero la historia que la trajo hasta aquí comienza mucho antes. En Afganistán, su vida giraba en torno a una alfombra roja y un cuaderno verde. Allí estudiaba y escribía pese a las dificultades económicas, políticas y sociales de un régimen que ha borrado del espacio público a las mujeres. “Había días en los que pasaba todo el día sin comer, pero estudiaba igual”, cuenta. Cuando los talibanes retomaron el poder en 2021, las escuelas para niñas cerraron y todo se detuvo. “La esperanza se apagaba”, resume. Ella seguía escribiendo una frase en su cuaderno: ‘Esto también pasará’.
En 2022 llegó el golpe más duro: un atentado contra el aula del curso en uno de los centros clandestinos donde se preparaba para el examen de acceso a la universidad. “Un atacante entró en la clase… y en unos segundos, las voces y los sueños de cientos de chicas quedaron en silencio”. Ella sobrevivió, aunque fue operada tres veces y perdió a varias de sus mejores amigas.
Describe los días posteriores a Artículo14. “Las noches eran oscuras, llenas de recuerdos y pesadillas”, admite. Cuando España abrió un corredor de evacuación para mujeres estudiantes, logró entrar en la lista. “Tuve que modificar mi documento y aumentar mi edad para obtener pasaporte”, recuerda. Era el único modo de poder salir.
Primero llegó a Irán, donde la vida fue cara y precaria. Luego, a España. Madrid, Guadalajara, y de nuevo a Madrid. Aprendió español, se matriculó en una formación profesional y encontró trabajo en un restaurante.

La vivienda, sin embargo, continúa siendo una pieza que todavía le preocupa. “Fue difícil conseguirla con tan poco dinero… pero lo logré”, dice. Y añade algo que repite como si se tratara de un mantra: “Después de un tiempo cambias de lugar, conoces gente nueva y aprendes de todos ellos”.
Ainara no compara, no jerarquiza sufrimientos. Sabe que lo que dejó atrás pertenece a otra escala. Aquí los desafíos son distintos, más cotidianos y rutinarios. Su historia no pretende representar a todas, pero ilumina un patrón: cuando llegar ya lo es todo, empezar exige algo más que voluntad. Exige un techo, un punto de apoyo, una oportunidad. “La esperanza siempre existe, incluso si es pequeña”, sentencia.
Si Madrid es una ciudad compleja incluso para quienes han nacido aquí, para una refugiada de 22 años, sola y sin red familiar, lo ha sido todavía más.

