Testimonio

“Estoy viva, pero no estoy libre: cómo Alemania me dejó atrapada con mi agresor”

Hace un mes contamos la historia de Sandra, una víctima de violencia de género en Alemania. Treinta días después, su situación ha empeorado y ha decidido escribir una carta para explicar el infierno en el que está inmersa

Sandra se siente desprotegida en Alemania como víctima de violencia de género

Hace un mes, Artículo14 publicó el testimonio de Sandra, una mujer española que vive en Alemania y es víctima de violencia de género. Explicaba cómo, tras una relación de maltrato —con un intento de secuestro incluido—, los juzgados germanos la dejaron completamente desprotegida. En estos treinta días hemos mantenido contacto prácticamente a diario con ella. Hemos podido comprobar cómo su miedo crecía, su salud mental se deterioraba y caía en la desesperanza. Sin apenas salir de casa, con el terror como desayuno, merienda y cena, Sandra se siente sola, abandonada e incomprendida. Por eso ha decidido escribir una carta para explicar, en primera persona, cómo es vivir aterrorizada cuando las instituciones te dan la espalda.

La carta de Sandra:

“No soy un expediente, no soy un trámite para revisar cuando haya tiempo, ni una carpeta que se mueve de mesa en mesa. Soy una mujer viva intentando no convertirme en la próxima estadística.

Me llamo Sandra, soy española y vivo en Cottbus (Alemania). Y desde hace más de dos años intento escapar no solo de un agresor, sino de un sistema que en lugar de protegerme, parece empeñado en devolverme a él.

Hoy vivo a menos de 100 metros del hombre que me agredió, que me encerró, que me acosó, que intentó secuestrarme, y que nunca aceptó que la relación había terminado. Y aunque sigo viva, no estoy a salvo.

Sandra apenas sale de casa y no abre la puerta a nadie
KiloyCuarto

Así empezó el miedo

El primer episodio documentado fue en junio de 2023, cuando intenté romper la relación. Él cerró la puerta con llave, me quitó el móvil y me obligó a permanecer en su casa hasta el día siguiente.
No fue una discusión. No fue un malentendido. Fue una retención forzada.

Después vino lo demás: violencia psicológica, acoso, hostigamiento constante, irrupciones en mi vivienda, agresiones físicas, control emocional, vigilancia, y un intento de secuestro cuando intenté poner fin definitivo a la relación. Cuando yo dudaba y hablaba de denunciar, él repetía una frase que jamás olvidaré: “Yo soy alemán y tú eres inmigrante. ¿A quién crees que van a creer?”

En ese momento pensé que era manipulación emocional. Después descubrí que era una previsión exacta de cómo funcionaría el sistema.

Febrero de 2025: cuando sobrevivir deja de ser metafórico

La última agresión física ocurrió el 18 de febrero de 2025. Permaneció en mi casa sin permiso, me golpeó, me arrebató el móvil y yo me encerré bajo llave en mi habitación temblando. Cuando conseguí coger mi segundo teléfono de trabajo, llamé al 112.

Ese día pensé una frase: “Si no actúo ahora, la próxima vez no salgo viva“. Un rayo de protección que duró poco.

Presenté un dossier de unas 200 páginas con: fotografías de lesiones, reportes policiales, registros del 112, chats, testigos, correos oficiales y el informe de oficina de víctimas. En 48 horas obtuve una orden de protección. Respiré. Pero meses después, una jueza revisó el caso y la anuló.

No evaluó si existía violencia. No valoró el historial. No analizó el riesgo real. Su argumentación fue:
“Como la relación terminó, ya no hay peligro, la orden de protección no tiene fundamento”. Mientras yo sigo viviendo a metros de él, cruzándome en la misma calle.

La negociación obligada con mi agresor

En la vista, la jueza me presionó a negociar con él. Me advirtió: “Si no llegan a acuerdo, no habrá protección”. La condición que él exigió era surrealista y peligrosa: que yo aceptara que él permaneciera bajo mi ventana sin derecho a oponerme. No acepté, porque ninguna mujer debe aceptar la intimidación como norma.

Entonces la jueza cumplió su amenaza y me dejó sin protección. Y además dictó: que yo debía pagar todas las costas judiciales, incluyendo los honorarios del abogado del agresor.

Una víctima pagando al representante del hombre del que intenta protegerse. Eso también es violencia.

Cuando el agresor denuncia a la víctima

Tras perder la medida de protección, el agresor inició otra estrategia: me denunció penalmente. Me acusó de agresiones inexistentes, incluso de atacarlo con una sierra —herramienta que jamás tuve— presentando fotografías para sostener la mentira. Lo más alarmante: La Fiscalía aún no ha abierto expediente respecto a mi denuncia presentada en abril, pero sí abrió expediente contra mí por la suya, presentada meses después.

Hoy dedico mi tiempo a demostrar que no soy agresora, mientras las agresiones reales siguen sin investigarse. Esto tiene nombre: violencia procesal.

Ahora no atacan solo a la víctima: atacan a quien la defiende

Cuando presenté una queja formal por el tono insultante, degradante y fuera de ética del abogado de mi agresor en sus escritos judiciales (cómo que tengo psicopatía o antecedentes penales en España), su reacción no fue corregirlo ni responder jurídicamente. Su respuesta fue poner una queja formal contra mi abogada. Un mensaje claro: “Si te defiendes, te atacamos por otro frente”. Esto ya no es un juicio. Es un mecanismo de intimidación estructurado. Un hostigamiento procesal que pretende silenciarme.

Sandra está sufriendo violencia institucional en Alemania
KiloyCuarto

Pero el miedo no termina en los tribunales. Empieza mucho antes. El miedo vive conmigo. No aparece solo cuando sucede algo, sino cuando podría volver a suceder. Es despertarme por la noche porque escucho pasos en el pasillo. Es mirar por la ventana antes de mover una cortina. Es escuchar un motor encenderse y preguntarme: ¿es él? Cada sonido se convierte en posibilidad. Cada silencio, en espera. Cada día, en una prueba de resistencia.

Porque cuando una mujer vive tan cerca de su agresor, no necesita que la toque para seguir haciéndole daño: le basta con existir a pocos metros.

Mi vida ahora

Desde entonces vivo con cámaras instaladas, grabando cuando bajo la basura, no abriendo la puerta, sin protección judicial. He recibido varios timbrazos de manera persistente en este tiempo, incluso los domingos, que no hay servicio de reparto de paquetería ni de correspondencia. Cada timbre podría ser un repartidor, o un recordatorio de que sigo sin garantías. La vida deja de ser vida cuando se vive en alerta.

Por qué hablo

No busco compasión. No busco venganza. Busco justicia, protección y una vida normal. Y escribo esto porque sé que hay más mujeres como yo: migrantes, solas en otro idioma, atrapadas entre miedo y burocracia. Muchas ya no están para contarlo.

Lo que debería cambiar

No pido privilegios. Pido lo que la ley ya reconoce: protección cuando existe riesgo, acceso igualitario a la justicia sin importar origen, perspectiva de género en tribunales y un sistema que no castigue a quien denuncia. Las instituciones no pueden seguir negando protección basándose en el estado civil, ni obligando a una víctima a negociar con quien la agredió, ni convirtiendo la justicia en un arma contra quien intenta defenderse.

La violencia no termina cuando acaba una relación. Termina cuando el sistema deja de permitir que continúe. Y quiero dejar claro esto: No quiero ser un expediente post-mortem que confirme que el riesgo era real. Quiero protección mientras sigo viva“.

Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.