“Le molestaba hasta cómo respiraba”: el silencio que mantiene vivo el maltrato

Una mujer que ha sufrido violencia de género explica cómo las víctimas aprenden a minimizar el maltrato. “En el fondo, es más fácil justificarlo que aceptar que estás dentro de una relación violenta"

Cómo se trabaja para que las mujeres víctimas puedan salir del ciclo de la violencia
KiloyCuarto

“Le molestaba hasta cómo respiraba.” “No lo dejé hasta que me vi en peligro de muerte.” “Denuncié apenas un 10% de lo que había vivido.” Son frases que hielan, pero que resumen una realidad demasiado común: la de mujeres que aprenden a justificar a sus maltratadores para poder sobrevivir.

“Alternaba períodos de ser un monstruo con otros en los que parecía un príncipe”

Andrea Cabezas, superviviente de violencia machista, relata su historia con una claridad que estremece. No busca compasión, sino conciencia. “Realmente, al principio no lo ves. No es que lo justifiques, es que no eres capaz de verlo como maltrato”. La trampa empieza despacio, con gestos cotidianos que parecen inocentes: una crítica, una restricción, un control disimulado bajo la excusa del amor.

“Todo empieza muy poco a poco, con gestos, con actitudes… y cuando empiezas a sospechar que algo no va bien y lo verbalizas a terceros, el entorno lo minimiza. Te dicen que pienses en la relación, que ha sido un bache, que está estresado, que todas las parejas discuten. Y eso te confunde todavía más”.

Andrea Cabezas, víctima de violencia de género

“No decía que me pegaba, decía que discutíamos, que me gritaba”

La confusión es el terreno donde crece la justificación. El maltratador se mueve entre el castigo y la ternura, entre la violencia y el arrepentimiento. “Además, él no era siempre violento. Alternaba períodos de ser un monstruo con otros en los que parecía un príncipe.” Ese vaivén emocional crea una adicción peligrosa: la esperanza de que vuelva el “príncipe”, de que la agresión haya sido un error pasajero.

Las frases con las que los agresores justifican sus actos son tan repetitivas como devastadoras: “Soy celoso porque te quiero”, “Me preocupo por ti, por eso sé qué amistades te convienen”, “Te critico para que te esfuerces”, “Yo sé mejor que nadie lo que te conviene”. Detrás de cada una se esconde un patrón: el control disfrazado de amor.En el caso de Andrea, la violencia se normalizó tanto que dejó de nombrarla. “Yo tampoco contaba toda la violencia que estaba sufriendo. No decía que me pegaba, decía que discutíamos, que me gritaba, que las cosas estaban tensas. Entonces, mi entorno también se agarraba a eso para justificarlo y, sin querer, al no tener toda la información me ayudaban a justificarlo yo también”.

El entorno suele minimizar la violencia

Ese entorno que calla o minimiza sin mala intención contribuye, sin saberlo, a perpetuar el ciclo del abuso. A veces incluso las instituciones lo refuerzan. “Cuando vas a comisaría y te dicen que lo pienses, que seguramente habrá sido una discusión, que mañana mejorarán las cosas, también te desaniman a denunciar. Y al final eso refuerza la misma dinámica: minimizas, justificas y te convences de que no es para tanto”.

Las cifras hablan por sí solas: el 80% de las víctimas no denuncia, y de las que lo hacen, muchas cuentan solo una parte mínima de lo que han sufrido. “En mi caso, denuncié apenas un 10% de lo que me había pasado, por vergüenza, por miedo a él y a exponer mi historia delante de todo el mundo”.

Pero no se trata solo de miedo, sino también de mecanismos psicológicos profundos. “En el fondo, es más fácil justificarlo que aceptar que estás dentro de una relación violenta. Y cuando finalmente dejas de justificarlo y te enfrentas, llega más violencia y el miedo real. Entonces aprendes que enfrentarte tiene un precio”.

“Hagas lo que hagas, siempre va a estar mal”

Andrea describe con precisión ese punto de no retorno: “Llegué a un punto en que le molestaba hasta cómo respiraba. Daba igual lo que hiciera, aunque me quedara callada, era motivo de insultos o de golpes. Así que dejas de justificarlo, pero también de luchar, porque entiendes que hagas lo que hagas, siempre va a estar mal”.

Cuando su entorno por fin entendió lo que ocurría y la animó a dejarlo, ya era tarde. “Yo ya había normalizado esas dinámicas. No lo dejé hasta que me vi en peligro de muerte, y no denuncié hasta casi un año después de conseguir escapar, cuando me pegó en la puerta de mi casa”.

Hoy, cuatro años después, Andrea sigue procesando lo vivido: “Todavía hay situaciones de violencia que viví que no he podido verbalizar ni siquiera con mi psicóloga”. Su historia no es una excepción, sino un espejo. “Las víctimas nunca cuentan toda la verdad de lo que están viviendo… hasta que ya es demasiado tarde”.

La justificación, entonces, no es complicidad. Es supervivencia. Es el resultado de un amor manipulado, de un entorno que no sabe escuchar y de una sociedad que aún duda antes de creer. Mientras frases como “te controlo porque te quiero” sigan sonando normales, el maltrato seguirá escondido detrás de las apariencias. Y muchas seguirán justificando al monstruo… esperando que vuelva a ser príncipe.

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