“Si eres capaz de estar con una mujer que lo está pasando mal no la consideras un ser humano”

La política Beatriz Gimeno defiende el abolicionismo en su nuevo libro. Charlamos con ella sobre prostitución en semana en la que el Gobierno ha anunciado que presentará un anteproyecto para prohibirla

La política y escritora, Beatriz Gimeno presenta su nuevo libro
KiloyCuarto

Beatriz Gimeno es militante política desde su etapa escolar y comenzó a interesarse por el feminismo en un seminario de Celia Amorós. Desde ese momento, confiesa, el feminismo se convirtió en su principal militancia. Dirigió el Instituto de las Mujeres en la pasada legislatura, cuando Irene Montero era ministra de Igualdad. Ha publicado doce libros, entre novelas, poemarios y ensayos. Presenta ahora su nuevo libro, Alegato contra la prostitución. Razón y emoción, de la editorial Catarata, justo cuando el abolicionismo ha vuelto al debate público tras el anuncio del Gobierno esta semana: presentará, por cuarta vez, una ley para prohibir la prostitución.

Lo plantea en su libro: que a las mujeres nos llaman putas desde niñas, incluso antes de entender el significado. ¿Recuerda la primera vez que se lo llamaron o cuántas veces se lo han repetido a lo largo de su vida?

No recuerdo la primera vez. Creo que fue en el colegio, en alguna bronca con algún niño. Es una experiencia que todas las mujeres conocemos. La última vez fue esta mañana, en redes sociales, por cualquier cosa, y todos los días ocurre muchas veces.

Prostitución - Violencia contra las mujeres
La prostitución sigue siendo un problema pendiente de solucionar en España

¿Por qué decidió escribir el libro?

Ya había escrito otro que se llama La prostitución: aportaciones para un debate abierto y me quedaron cosas por decir. Además, en algunas cuestiones he cambiado de opinión; no radicalmente, pero sí tengo otra manera de ver ciertos temas. Recibí comentarios muy positivos de personas que me dijeron que ese libro les ayudó a ver el abolicionismo de manera más amable, o incluso a volver a él. Y a mí siempre me ha preocupado la cuestión de convencer.

¿Siempre ha sido abolicionista? ¿Nunca ha tenido dudas?

No siempre. Creo que es una postura más compleja que el regulacionismo. Considero que, para muchas feministas, el deseo de proteger a las mujeres que se dedican a la prostitución puede llevarlas al regulacionismo, que es una postura relativamente sencilla. Tengo muchas amigas que llegaron al abolicionismo después de haber sido regulacionistas, y yo también he pasado por periodos en los que sostenía posturas que podrían calificarse así. Por supuesto, también he tenido muchas dudas. No sobre el abolicionismo como teoría o sobre la necesidad de acabar con la institución prostitucional, sino sobre cómo llevarlo a cabo. Todavía hoy me genera dudas.

¿Que no haya unanimidad en el feminismo respecto a la prostitución complica la solución al problema?

Claro que lo complica, pero las discrepancias —cuando son argumentadas, no viscerales— ayudan a avanzar. Que alguien se moleste en escribir un libro, en preparar argumentos contrarios, me parece valioso. Sé que puede parecer raro y hay quien no lo cree, pero cuando preparo un libro procuro no leer solo a quien me da la razón. Leo muchas cosas que me contradicen, porque eso ayuda a perfilar y mejorar mis propios argumentos.

Tengo muchas discusiones con personas que opinan diferente, no solo sobre la prostitución, sino sobre cuestiones feministas en general. Me interesa mucho leer. Si vieras los libros que compro… muchos me quitan la razón. Leer solo a quien piensa como tú no es útil si lo que quieres es pensar.

¿Cómo convencería a alguien que cree que la prostitución es una profesión como cualquier otra y que debe primar la libertad individual?

No, no intento convencer. Mi objetivo es hablarle al conjunto de la sociedad, a mujeres y hombres, para mostrar que más allá de la libertad individual —sobre la cual no tengo nada que objetar—, comprendo perfectamente los motivos que llevan a una mujer a prostituirse: dinero y necesidad. Eso lo entiende cualquiera.

Se dedican a la prostitución por necesidad, en un contexto en el que siempre tienen menos dinero y menos oportunidades que los hombres. En ese contexto aparece una opción que nunca se presenta a los hombres: prostituirse. Y, casualmente, esa opción pone a las mujeres a disposición sexual de los hombres.

Una imagen de un club nocturno en Alemania
Una imagen de un club nocturno en Alemania
Efe

Lo que quiero argumentar es que esa opción es desigual, porque a los hombres no se les ofrece. Es una opción construida patriarcalmente, que sostiene la desigualdad. Porque tanto la cultura simbólica como lo material —el dinero— están en parte basados en que las mujeres pueden tener esa opción que no tienen los hombres. Y, curiosamente, esa oportunidad construye una sociedad desigual mediante, entre otras cosas, la prostitución.

En su libro dice que las leyes son importantes, pero que acabar con la prostitución no tiene que ver con ganar un debate político, sino con convertir la abolición en sentido común. ¿Cree que esa idea está arraigada en la sociedad española?

No, no lo creo. La sociedad española sigue discutiendo si quiere una ley que prohíba a las mujeres prostituirse por razones moralistas, no morales.

¿Puede haber igualdad con prostitución?

No. Con una institución basada en la desigualdad no puede haber igualdad, porque es una opción vital que solo se les presenta a las mujeres.

Habla de que los mecanismos que reproducen el patriarcado han cambiado y son menos evidentes. ¿A qué se refiere?

Sí, son menos evidentes porque antes las leyes eran explícitamente patriarcales. El matrimonio obligaba a las mujeres a obedecer, no podían abandonarlo ni divorciarse. Había muchas cosas que no podían hacer. El patriarcado era material y estaba inscrito en la vida de las mujeres: no podían ser iguales.

Ahora, en teoría, pueden serlo. Por tanto, los mecanismos que reproducen la desigualdad son más sutiles. Ya no están en las leyes, sino en la cultura popular, en la normalización de ciertos comportamientos.

Prostitución - Internacional
Un grupo de mujeres prostituidas
EFE

Los hombres que usan la prostitución, ¿qué clase de vínculos aprenden a construir con las mujeres?

Son hombres machistas, y aprenden a construir vínculos en desigualdad. Lo hemos visto estos días con esos corruptos, pero también lo hemos visto antes con otros puteros del PP, y en general.

Los estudios muestran claramente que los puteros son los hombres menos igualitarios. Y no hace falta mucha explicación para entender que si eres capaz de disfrutar con una mujer que no solo no está disfrutando, sino que en la mayoría de los casos lo está pasando mal, no estás construyendo un vínculo basado en la igualdad, ni siquiera en la empatía. No la estás considerando un ser humano igual a ti.

¿Dónde aprenden que, independientemente de su origen o clase social, pueden acceder al cuerpo de una mujer si pagan?

Lo aprenden desde que tienen uso de razón. Como decía antes, la palabra “puta” está en boca de todos en institutos, colegios, televisión, cultura, calle… en todas partes. Por tanto, siempre saben que eso está ahí.

Bueno, y en plan broma, diría que si no lo saben, les basta con poner la televisión y ver Pretty Woman, que la han emitido 345.000 veces en los últimos diez años. La cultura popular está impregnada de relaciones prostitucionales. Está en la web, en los flyers, en la literatura, el cine, las canciones… Está en todas partes. Es un aprendizaje que se adquiere, digamos, por porosidad.

Asegura que no es posible construir otro mundo si no transformamos los afectos. ¿Puede desarrollar esa idea?

Vivimos en un mundo donde el neoliberalismo construye un individualismo feroz. Cada persona solo se preocupa por sí misma, cree que no necesita de la comunidad ni de nadie. Se extiende el “malismo”: los nuevos líderes son personas que no temen mostrarse como lo que antes se llamaba malas personas. Son brutos, groseros, machistas, prepotentes… y eso, en lugar de restar votos como antes, ahora los da.

Esto es consecuencia del sistema económico: los poderes económicos están robando lo común —lo que es de todos— y necesitan justificarlo. Por eso promueven figuras que apoyen ese comportamiento, en lugar de cuestionarlo.

Evidentemente, si una gran corporación roba —entre comillas—, y la población está sensibilizada, si conoce sus derechos y valora lo común, si quiere defender el agua, el aire, la tierra, si fortalece los vínculos de solidaridad, va a ser más difícil que esos poderes triunfen.

Pero si la población está aislada, cada quien encerrado en su casa, desconfiando de la política, sin querer crear vínculos con el vecino ni con los semejantes, entonces es mucho más fácil imponer ciertas políticas.

El mundo de los afectos es el de los vínculos, la solidaridad, la empatía. Y no hay política decente que no se sustente en la empatía. En ese sentido lo digo.