Hace 50 años nació una revolución silenciosa en el tenis femenino: el ranking mundial de la WTA. Desde aquel histórico 1975, esta clasificación se ha convertido en el barómetro del talento, la constancia y la ambición que definen a las mejores raquetas del planeta. Medio siglo después, su historia es también la historia de la evolución del tenis femenino: de la lucha por la igualdad a la consolidación de auténticas leyendas del deporte.
A lo largo de estas cinco décadas, solo un puñado de elegidas ha alcanzado el trono mundial. Mujeres que no solo dominaron las canchas, sino que marcaron eras enteras con su estilo, su carácter y su legado. Entre ellas, nombres que resuenan con fuerza en la memoria del deporte: Stefanie Graf, Martina Navratilova, Chris Evert, Martina Hingis y Angelique Kerber, verdaderas arquitectas del significado de ser la número uno del mundo.
Steffi Graf, la definición de perfección
Nacida en Mannheim, Alemania, Steffi Graf fue mucho más que una campeona: fue la encarnación de la excelencia. En una era de cambios y rivalidades legendarias, la alemana impuso un estilo tan elegante como implacable, una combinación de precisión, disciplina y poder que la llevó a la cima del tenis mundial.
Durante 377 semanas como número uno del ranking WTA, un récord que aún nadie ha igualado, Graf dominó las canchas con una frialdad y eficacia casi perfectas. Su currículum lo dice todo: 22 títulos de Grand Slam, solo superados por Margaret Court (24) y Serena Williams (23).

Pero su año dorado fue 1988, cuando escribió una de las páginas más gloriosas de la historia del deporte: el Golden Slam, una hazaña que nadie más ha conseguido. Ganó los cuatro grandes (Australia, Roland Garros, Wimbledon y US Open) y coronó la temporada con el oro olímpico en Seúl.
Graf se retiró en 1999, a los 30 años, dejando tras de sí una marca imborrable. Su revés cortado, su derecha explosiva y su inquebrantable mentalidad competitiva marcaron el paso del tenis clásico al moderno. Tres décadas después, su nombre sigue siendo sinónimo de perfección.
Martina Navratilova, la eterna campeona
Hablar de Martina Navratilova es hablar de una deportista irrepetible. Nacida en Praga en 1956 y nacionalizada estadounidense en 1981, su carrera trascendió el tenis para convertirse en una lección de longevidad, versatilidad y determinación. Durante más de dos décadas, Navratilova fue sinónimo de excelencia competitiva, empuje físico y una mente ganadora que no conocía límites.
Dueña de una carrera tan extensa como brillante, fue número uno del mundo tanto en individuales como en dobles, acumulando más de 330 semanas en la cima en individuales y 237 en dobles. Su palmarés impresiona: 18 títulos de Grand Slam en individuales, 31 en dobles y 10 en mixtos, para un total de 59 grandes, el récord absoluto en la historia del tenis profesional.

Su regularidad fue asombrosa: 20 años consecutivos en el Top 10, una marca que resume su disciplina y su amor indiscutible por la competición. Y en el camino dejó una de las rivalidades más intensas que ha visto el deporte: la que mantuvo con Chris Evert. Se enfrentaron 80 veces, con un balance de 43-37 a favor de Navratilova, protagonizando una saga que definió toda una era.
Pero Martina fue mucho más que una campeona sobre la pista. Fuera de ella, fue pionera y valiente: una de las primeras deportistas de élite en declararse abiertamente homosexual y una voz firme en la defensa de los derechos LGBTQ+ y la igualdad de género. En cada golpe y en cada palabra, Navratilova rompió barreras y redefinió lo que significa ser una leyenda.
Chris Evert, la reina de la constancia
Pocas jugadoras representaron la fiabilidad y la serenidad en la pista como Chris Evert. Nacida en Florida, la estadounidense fue la personificación de la constancia: una competidora meticulosa y dueña de una fortaleza mental inquebrantable que la mantuvo en la élite durante más de una década.

Aunque no siempre encabeza las listas de récords visibles, su legado es inmenso. Compartió con Martina Navratilova el récord de nueve periodos distintos como número uno del mundo, una muestra de su durabilidad y su instinto competitivo. Ganó 18 títulos de Grand Slam (siete en Roland Garros y seis en el US Open) y terminó 13 años consecutivos dentro del Top 4, una estadística que todavía nadie ha igualado.
Su estilo de juego, basado en la precisión desde el fondo de la pista y la calma, marcó una nueva era para el tenis femenino. Evert fue pionera en profesionalismo, en preparación mental y en control emocional, rasgos que inspiraron a generaciones posteriores.
Su rivalidad con Martina Navratilova definió los años dorados del tenis femenino. Juntas elevaron la disciplina a niveles de popularidad inéditos, protagonizando una saga que trascendió las canchas y se convirtió en una historia de respeto, competencia y grandeza mutua.

Martina Hingis, la niña prodigio
En un deporte dominado por la fuerza y la resistencia, Martina Hingis irrumpió como un soplo de inteligencia y talento natural. Nacida en Eslovaquia y nacionalizada suiza, fue un fenómeno sin precedentes: una jugadora capaz de leer el juego con la precisión de una ajedrecista y de desarmar a sus rivales más por cabeza que por músculo.
En 1997, con solo 16 años y 182 días, Hingis se convirtió en la número uno más joven de la historia de la WTA, un récord que todavía hoy permanece intacto. Aquella adolescente que parecía jugar siempre un golpe por delante del resto se transformó en una campeona precoz con una madurez sorprendente.

Su palmarés lo confirma: cinco títulos de Grand Slam en individuales y trece en dobles, conquistados con una mezcla de técnica impecable, visión estratégica y una mano privilegiada. Aunque no destacaba por su potencia, su capacidad para anticipar y su lectura del rival la convirtieron en una maestra del control y la táctica.
A lo largo de su carrera, marcada por éxitos, pausas y resurrecciones, demostró una notable capacidad de reinvención. Tras su primera retirada en los 2000, regresó años después como especialista en dobles, alcanzando nuevos triunfos, como el título del Abierto de Australia 2016 junto a Sania Mirza.
Hingis simboliza el talento en estado puro: una mente brillante en la pista y un estilo elegante que inspiró a generaciones posteriores de jugadoras técnicas como Iga Świątek. En un circuito cada vez más físico, su legado recuerda que la inteligencia también puede ser el arma más poderosa.
Angelique Kerber, la fuerza de creer
Angelique Kerber se abrió camino en el mundo del tenis a base de constancia, trabajo y fe en su propio juego. Nacida en Bremen, la alemana simboliza la perseverancia hecha éxito: una historia de madurez deportiva que alcanzó su punto culminante en 2016, cuando, con 28 años y 238 días, se convirtió en la más veterana en alcanzar por primera vez el número uno del mundo.

Aquel año fue su consagración definitiva. Kerber ganó dos títulos de Grand Slam, en el Abierto de Australia y el US Open, fue finalista en Wimbledon y se colgó la medalla de plata olímpica en Río de Janeiro. En doce meses perfectos, pasó de ser una jugadora subestimada a convertirse en la nueva referencia del tenis femenino.
Su estilo de juego reflejaba su personalidad: sólido, disciplinado y sin concesiones. Defensa férrea, fortaleza mental y una extraordinaria capacidad de contragolpe definieron a una tenista que hacía de cada punto una batalla. Lejos de los excesos mediáticos, Kerber representó la versión más trabajadora del tenis moderno, la que prioriza el esfuerzo y la constancia por encima del brillo instantáneo.
En un país acostumbrado a venerar la perfección de Steffi Graf, Kerber supo abrir su propio camino y devolver a Alemania a la élite del tenis femenino. Su trayectoria es la prueba de que la gloria también llega para quienes no se rinden nunca.
El día que el tenis fue global
El 31 de enero de 2011 marcó un antes y un después en la historia del tenis femenino. Por primera vez, el Top 10 del ranking WTA estuvo integrado por jugadoras de diez países diferentes, un hecho sin precedentes que simbolizó la expansión definitiva del tenis más allá de las fronteras tradicionales.
Aquel hito confirmó que el dominio ya no pertenecía exclusivamente a las estadounidenses o a las potencias europeas del Este. El talento había florecido en Asia, Sudamérica y Oceanía, consolidando la verdadera universalización del deporte. Desde entonces, el tenis femenino se convirtió en una competencia global, donde la bandera importa menos que la pasión y el talento.
Esa diversidad en la élite reflejó el impacto transformador de la WTA en sus cinco décadas de historia: un circuito que pasó de ser un sueño de unas pocas pioneras a convertirse en un fenómeno internacional seguido en todos los continentes.
El tenis femenino se volvió un lenguaje universal, una plataforma que une culturas y demuestra que la excelencia no tiene geografía.
Cincuenta años de legado y lucha
El ranking WTA ha sido, durante medio siglo, mucho más que una clasificación de nombres y cifras. Es el reflejo vivo de la evolución del deporte femenino, del camino hacia la profesionalización y de una lucha constante por la igualdad y el reconocimiento.
Todo comenzó con la visión valiente de Billie Jean King, que en los años setenta desafió el statu quo y fundó la Women’s Tennis Association, dando a las mujeres del tenis un espacio propio, justo y visible. Desde entonces, cada generación ha sumado un nuevo capítulo a esta historia: la técnica de Graf, la fuerza de Navratilova, la inteligencia de Hingis, la constancia de Evert, la resiliencia de Kerber y muchas más que continuaron empujando los límites de lo posible.

A lo largo de estos 50 años, las reinas de la WTA no solo han conquistado títulos, sino también corazones y conciencias. Han inspirado a niñas, derribado barreras y demostrado que el tenis femenino es una de las expresiones más poderosas del talento, la disciplina y la igualdad en el deporte moderno.
Más que una lista de campeonas, el ranking WTA es hoy un símbolo de legado, diversidad y empoderamiento que sigue escribiéndose con cada golpe.


