La escena pudo haber pasado inadvertida en medio del bullicio de la Semana de la Moda. Mary-Kate y Ashley Olsen, el dúo más enigmático y reservado de la industria del lujo, reaparecieron juntas tras tres años de ausencia pública en un evento organizado por Bloomingdale y W Magazine. Con largas melenas oscuras y atuendos minimalistas encendieron las redes sociales, recordando que, aun en la sombra, siguen siendo íconos culturales. Pero lo verdaderamente relevante no es su imagen, sino la magnitud de la trayectoria que las llevó de ser estrellas infantiles a dirigir un conglomerado valorado en más de 1.000 millones de dólares.
Mary-Kate y Ashley nacieron en 1986 en California. Apenas seis meses después, debutaban en la televisión como Michelle Tanner en Full House. El programa no solo las convirtió en rostros reconocibles, sino que cimentó un modelo de negocio infantil sin precedentes. A los seis años, junto con sus padres, fundaron la productora Dualstar, que controlaba películas, series y una avalancha de productos de consumo con su imagen. En los noventa, siendo unas niñas vendían VHS, revistas, perfumes, ropa y hasta muñecas de Mattel. Con apenas diez años, ya eran jóvenes millonarias autodidactas de Estados Unidos.

El dato económico es revelador porque a comienzos de los 2000, Dualstar generaba más de 1.000 millones de dólares en ventas acumuladas. Aquella maquinaria de entretenimiento les permitió capitalizar la nostalgia adolescente y conquistar un segmento -el preadolescente femenino- que hasta entonces estaba poco explotado. Tras ellas vendrían Miley Cyrus y Britney Spears. Sin embargo, nadie supo conjugar imagen y negocio como las hermanas, quienes supieron anticipar el desgaste de la fórmula y reconvertirse antes de que su imagen infantil quedara obsoleta.
De producto a creadoras de moda y belleza
El paso de actrices a empresarias de moda fue una estrategia de reinvención corporativa. En 2004, tras su última película New York Minute, y con más de 137 millones de dólares en cuentas bancarias, decidieron abandonar la actuación y apostar por el sector textil. El punto de inflexión fue 2006, con la creación de The Row, inicialmente concebida en torno a un producto tan simple como la camiseta blanca perfecta.
La elección del nombre no fue casual. Inspirado en Savile Row, la meca de la sastrería londinense, transmitía un mensaje claro de seriedad y tradición. Desde el inicio, las gemelas rechazaron asociar la marca a su fama televisiva. En un mercado saturado de celebridades con líneas de moda efímeras, su decisión de no explotar la imagen personal les otorgó credibilidad y les permitió posicionarse en el terreno del lujo.
The Row, el Hermès americano
En menos de dos décadas, The Row se consolidó como un actor central en la industria del lujo. Sus colecciones, caracterizadas por la austeridad cromática, la perfección de las líneas y la atemporalidad de las siluetas, captaron la atención de un público sofisticado y de alto poder adquisitivo. Hoy, los precios reflejan la apuesta por la exclusividad. Entre sus artículos más vendidos destacan los abrigos de cachemira, valorados entre 7.000 y 11.000 euros, mochilas de piel, en torno a los 5.000, y chaquetas masculinas que superan los 4.500.

La estrategia de producción también marca diferencias. Frente a la deslocalización masiva del sector, las Olsen apostaron por talleres en Nueva York y Los Ángeles, reservando para Italia únicamente las piezas que requerían maquinaria especializada. Esta decisión reforzó la narrativa de calidad de la manufactura textil estadounidense. En 2024, la entrada de inversores de primer nivel -la familia Wertheimer (Chanel), Françoise Meyers (L’Oréal) y Natalie Massenet (Net-a-Porter)- consolidó la valoración de The Row en 1.000 millones de dólares. Según Bloomberg, los ingresos anuales oscilan entre 100 y 200 millones, lo que coloca a la marca en la misma conversación que las grandes casas europeas.
Aunque The Row es la joya de la corona, no es el único proyecto. Su segunda marca, Elizabeth and James, se dirige a un segmento medio-alto con propuestas más accesibles, mientras que otras iniciativas como Olsenboye o StyleMint les han permitido explorar el mercado masivo. Este enfoque dual -lujo exclusivo y productos aspiracionales- replica el modelo de grupos como LVMH o Kering, que diversifican para abarcar distintos rangos de consumidores.
500 millones de dólares
El resultado es un patrimonio neto combinado de 500 millones de dólares, dividido equitativamente entre las hermanas. Para dimensionarlo, cada una posee una fortuna similar a la de estrellas globales como Rihanna antes de su expansión en Fenty Beauty, y muy superior a la de su hermana menor, Elizabeth Olsen, cuya carrera en Marvel le reporta 12 millones de dólares.

La historia empresarial de las gemelas también es un caso de estudio en gobierno corporativo. A los 18 años, compraron la totalidad de Dualstar para tener control absoluto sobre su futuro. Desde entonces, han operado con un modelo de discreción sin dar muchas entrevistas, con presencia mínima en redes sociales y total autonomía creativa.
Esa distancia con la celebridad funciona como un activo rebelde. En un mercado donde la sobreexposición desgasta la marca, las Olsen cultivaron el misterio, generando deseo y exclusividad. Como declaró Mary-Kate en una entrevista con Vogue. “Lo nuestro es pensar en grande. Enorme”.
En la sombra
Más allá de las cifras, su influencia tiene un componente sociocultural determinante. Durante los noventa, Mary-Kate y Ashley moldearon la identidad de una generación de niñas y adolescentes. Dos décadas después, esa misma cohorte -ahora profesionales con ingresos disponibles- constituye la base de clientela de sus marcas. La “nostalgia Olsen” se transformó en capital económico.
Además, su capacidad para escapar de la “maldición” de las estrellas infantiles es excepcional. Mientras otros talentos de su generación enfrentaron crisis financieras o personales, ellas lograron convertirse en empresarias respetadas. Este tránsito las ha convertido en un caso paradigmático para el estudio de la resiliencia empresarial y la gestión de marca personal. En 2025, con 39 años y fortunas individuales de 250 millones de dólares, Mary-Kate y Ashley Olsen representan un modelo singular en la economía del entretenimiento y la moda. No son ya las mellizas de Full House, sino arquitectas de un holding que compite en la élite del lujo global.