Con el tiempo, el temblor puede convertirse en impulso. Las heridas dejan de doler —al menos tan a menudo— y pasan a ser cicatrices que recuerdan de dónde venimos y cuánto hemos resistido. Alicia Jimenez Leira sabe lo que es vivir con el eco del miedo en el cuerpo. Lo conoció a los diecisiete años, una noche en la que todo se rompió. Pero también aprendió que el dolor, si se abraza y se comprende, puede mutar en una fuerza insospechada: la que empuja a seguir, a proteger, a no dejar que otras mujeres pasen por lo mismo. Su historia es la de una superviviente que convirtió el horror en coraje.
Cuando apenas era una niña, se escapó con sus amigas a Benidorm. “A mis padres les dije que íbamos con el colegio, pero nos fuimos solas”. Sus compañeras estaban con sus novios; por eso, cuando ella conoció a un chico y todos se quisieron marchar al hotel tras una noche de fiesta, Alicia decidió quedarse con él.
“Hace poco que soy capaz de hablar de ello”
Fueron a varios sitios hasta que el tipo la metió en el cuarto de luces de un edificio tras darle una paliza en el ascensor. Allí, amenazada con un cuchillo, la agredió sexualmente y le dijo que no volvería nunca más a casa. Después cogieron un taxi y Alicia aprovechó cuando un semáforo en rojo pasó a verde para saltar del vehículo y huir corriendo por las calles de una ciudad que apenas conocía.
Lo cuenta ahora y todavía le remueve. De hecho, a pesar de que han pasado décadas desde que sucedió, “hace poco que soy capaz de hablar de ello”, nos confiesa.

Esa Alicia niña encontró la forma de canalizar el trauma. Aprendió boxeo y kickboxing; necesitaba sentir que tenía herramientas para enfrentarse a la realidad y mantener el control de su propia existencia. Su padre era militar y siempre le había llamado la atención el servicio público. Así que, cuando se mudó a Estados Unidos, decidió hacerse policía. ¿Lo hizo como consecuencia de lo que le había ocurrido?
“Creo que fue un conjunto de todo. Lo hice para poder salvarme a mí misma si pasaba eso otra vez. A mis hijas, desde pequeñas, las apunté a artes marciales también. Soy muy feminista, muy de pensar que la mujer puede hacer todo”, explica.
Primero trabajó de cazarecompensas
Antes de sacar su plaza policial, Alicia se dedicó a otra labor peculiar: fue bounty hunter (cazarecompensas), una figura que existe en Estados Unidos y que consiste en capturar a personas que han huido de la justicia o incumplido la fianza. “Era muy arriesgado, sobre todo un par de veces: hablo de pistolas apuntándote y salir corriendo. Era peligroso, con mucha adrenalina, pero excitante”, recuerda.
Fue la única mujer del SWAT (Special Weapons and Tactics) durante un tiempo, una unidad de élite de la policía estadounidense entrenada para manejar situaciones de alto riesgo. Estos equipos cuentan con armamento especializado y tácticas específicas para responder a amenazas como tomas de rehenes, tiroteos o terrorismo.
“Pensaba: ‘¿Qué hace una chica de Ciudad Real, que se crió en Sevilla, aquí en Texas?’ Era como si estuviese dentro de una película de las que ves de niña en la tele”, apunta.
Ha sufrido el machismo en primera persona, también en el trabajo. Muchos se sorprendían al verla patrullar sola de noche. “Me preguntaban: ‘¿No tienes miedo?’ Respondía que si lo tuviera, no lo haría”. También recuerda a quienes le insinuaban cómo su marido la “dejaba” trabajar en algo tan complicado, y ella aclaraba que su pareja no tenía que darle permiso: era su decisión.
“Lo peor que le puede pasar a un machista es que una mujer con uniforme lo arreste”
No solo le incomodaron los comentarios de los ciudadanos; sus propios compañeros tenían otra visión. “Tú lo que tienes que hacer es irte a casa y cuidar de tus hijas y de tu marido, que ese es tu trabajo”, le llegó a decir un sargento en una ocasión. “Tiene razón —le contesté— tengo una labor como madre y como esposa, pero como policía este es mi trabajo, y voy a seguir sirviendo y protegiendo al ciudadano, le guste o no”.

“Cuando entraba una llamada y necesitaban a alguien para ir a una casa, yo decía: ‘Si es un hombre pegando a su mujer o algo así, me lo dais a mí’. Porque lo peor que le puede pasar a un machista es que una mujer con uniforme lo arreste. A veces el agresor se ponía chulo y yo le decía: ‘¿Que me vas a pegar a mí? Venga, intenta ponerme la mano encima y veremos si no te detengo por agresión a un policía’”, recuerda.
Alicia siguió formándose. Estudió Criminología e hizo el doctorado en Psicología, lo que le permitió atender a muchas mujeres y niñas que habían sufrido agresiones sexuales. “Si yo te contase… se me vienen a la mente un montón de casos. Allí —en Estados Unidos— hay mucho, mucho abuso a niñas y niños, casi siempre de familiares”.
Aprobó todas las pruebas para entrar en el FBI
También intentó ingresar en el FBI: aprobó todas las durísimas pruebas y fue seleccionada, pero finalmente —por razones poco claras— no se le permitió incorporarse a la academia de Quantico en el último momento. Sospecha que pudo haber interferencias personales o administrativas, aunque nunca lo supo con certeza.
Está casada desde hace más de treinta años con un hombre “que apoya la igualdad y la valora profundamente”. Con él vivió otro de los momentos más duros de su vida, cuando su hija falleció de leucemia al año de nacer. Alicia cayó en una depresión de la que también supo sobreponerse. Más tarde, adoptaron a otra niña. Y todavía sacó tiempo para ser baterista en un grupo de música, otra de sus pasiones.
Una vida repleta que ha inspirado a sus hijas. Incluso una de ellas ha seguido sus pasos: es militar y especialista antiterrorista. De casta le viene al galgo. Ahora Alicia ha vuelto a España. “En cuanto tuve la oportunidad de acogerme a una jubilación anticipada no lo dudé. Este trabajo pasa factura, es muy exigente y agota mentalmente.”
“Estaba salvando a la niña que fui”
Ha dedicado su vida a los demás y, si eran mujeres o niñas vulnerables, con más ahínco todavía, aunque eso supusiera abrir su propia herida y dejar entrar los recuerdos.
Siente una ternura especial por los animales abandonados. Ha rescatado decenas; llegó a tener doce en casa. “Mi terapeuta me hizo entender que cada vez que salvaba a una niña, un niño, una mujer o un perro, lo que estaba haciendo era salvarme a mí. De alguna forma, estaba salvando a la niña que fui.”
Por eso comparte su historia. Porque cree que contarla es una manera de dar esperanza a otras mujeres y demostrar que es posible recomponer una vida después de una experiencia tan devastadora como una agresión sexual.
Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.


