Ay, Sanfermines… ¿dónde quedaron la diversión, el bullicio y la alegría compartida? El pañuelo rojo, el traje blanco y los toros siguen siendo símbolos de esta tradición, pero hoy evocan también un recuerdo incómodo y doloroso. Desde la brutal agresión grupal de la conocida como “la manada”, ocurrida hace seis años, los Sanfermines arrastran un estigma difícil de borrar. Aquella violación no solo marcó la fiesta de 2019; la herida sigue abierta, y Pamplona vive estos días con la mirada fija en las estadísticas. En 2024, los delitos sexuales durante las fiestas aumentaron un 16 por ciento respecto al año anterior.

En respuesta, las autoridades han desplegado numerosas medidas de “protección”. Pero vale la pena preguntarse: ¿protección para quién? ¿Y de quién?
La respuesta es incómoda, pero clara: son medidas pensadas para las mujeres, destinadas a defenderlas de las agresiones cometidas por hombres. En lugar de atacar el problema desde la raíz, la violencia machista, la cultura de la violación o la impunidad, se nos pide a nosotras que estemos alerta, que seamos precavidas, que nos cuidemos.
“Existe el riesgo de que estas iniciativas refuercen una narrativa profundamente problemática: aquella que sitúa la responsabilidad de prevenir la violencia en las propias mujeres, desplazando así el foco del verdadero origen del problema”, advierte Isidora Pasarín Avendaño, psicóloga especialista en Género y Violencia.

“Las mujeres se ven obligadas a implementar medidas desesperadas de autoprotección”
Las propuestas para “cuidarnos” abundan: la llamada Granada Pacificadora, una alarma de 110 decibelios para ahuyentar agresores, o la pulsera Centinela, capaz de detectar drogas de sumisión química en la bebida. Son dispositivos prácticos e incluso ingeniosos, pero también profundamente reveladores: nos convierten en responsables de evitar que nos violen.
“Estos inventos, que a primera vista pueden parecer innovadores, reflejan en realidad la cruda evidencia de un escenario social donde las mujeres se ven obligadas a implementar medidas desesperadas de autoprotección frente a un entorno que continúa naturalizando y tolerando la violencia sexual”, denuncia Pasarín.
¿Por qué tenemos que armarnos de alarmas y tests químicos para poder salir de fiesta?
Nadie discute la utilidad de estas herramientas. Muchas mujeres las usan por miedo real y justificado. Pero la pregunta de fondo sigue sin resolverse: ¿por qué tenemos que armarnos de alarmas y tests químicos para poder salir de fiesta? ¿Por qué la solución nunca se centra en quienes agreden?
“Mientras no se transformen las bases culturales, simbólicas y materiales que perpetúan estas violencias, las mujeres seguiremos siendo las responsables de ‘cuidarnos’ para existir en espacios que deberían ser seguros para todas las personas”, explica la especialista. “La verdadera transformación no se alcanzará creando nuevos mecanismos de defensa, sino construyendo una cultura en la que ninguna mujer deba sobreprotegerse para celebrar, habitar el espacio público o, simplemente, existir en libertad”.
Pasarín subraya que ser mujer implica con frecuencia habitar un lugar de estrés e hipervigilancia constante. “Este temor no es individual ni circunstancial, sino que se ha instalado en nuestros cuerpos a lo largo de generaciones, como consecuencia de un sistema que ha normalizado la violencia de género y ha minimizado su gravedad.”
“Trabajar con ellos es un paso crucial para propiciar un cambio cultural”
En Sanfermines, como en cualquier celebración masiva, la pregunta esencial es: ¿qué mensaje estamos transmitiendo a las nuevas generaciones?

“Protege a tu hija, educa a tu hijo”, recuerda la psicóloga, recuperando una consigna presente en tantas manifestaciones feministas. Y amplía: “Considero que la respuesta más clara e inmediata para abordar la violencia de género es involucrar activamente a los hombres y hacerlos parte del problema. Resulta fundamental cuestionar y transformar estas actitudes, promoviendo una implicación real, consciente y sostenida de los varones en la erradicación de la violencia de género“.
Para ello, insiste en la importancia de la educación desde la infancia. “Trabajar con ellos es un paso crucial para propiciar un cambio cultural. Es necesario fomentar espacios reflexivos donde los varones puedan identificar y cuestionar las diversas formas de violencia que reproducen o toleran, así como comprender la importancia de romper con el silencio cómplice que sostiene y refuerza el pacto patriarcal.” Y advierte con firmeza: “No podremos erradicar la violencia si no interpelamos a quienes la ejercen; solo cuando los hombres asuman su responsabilidad colectiva será posible construir una sociedad verdaderamente libre y segura para todas nosotras”.
La solución no está en seguir diseñando herramientas para que las mujeres se protejan, sino en transformar de raíz la cultura que permite que la violencia exista. Mientras sigamos poniendo parches en lugar de atacar el problema, la inseguridad y el miedo seguirán siendo una realidad cotidiana.