Francia, miembro fundador de la Unión Europea y su motor político, se ha convertido en uno de los países europeos más enfermos en cuidados intensivos, al igual que Italia hasta hace poco.
Tras anunciar el lunes 25 de agosto en París que pediría un voto de confianza a la Asamblea Nacional el 8 de septiembre, el jefe del Gobierno François Bayrou parece casi seguro que será derrocado. En efecto, todas las fuerzas de izquierda y extrema derecha han anunciado que no votarán a favor de este voto de confianza.
En este escenario, Bayrou entregará la dimisión de su Gobierno a Emmanuel Macron. Y será, en efecto, el Presidente de la República quien se verá abocado a una confusión interna, en un momento crucial para él en el plano internacional, dado que pretende desempeñar un papel en Ucrania, pero también en el reconocimiento de un Estado palestino.

Otra crisis de gobierno. La Quinta República francesa se agota. Una situación que Italia ha conocido, desde 1946, con una duración media de 361 días para cada uno de sus 60 gobiernos.
Mientras tanto Roma ha conseguido generar un superávit primario y recuperar la estabilidad política, París se hunde en la crisis. Al otro lado de los Alpes (pero no solo allí), este pase de testigo por el título de “enfermo de Europa” es muy comentado en Europa, y especialmente en Italia. Macron, el “pequeño Napoleón”, se ha convertido en el enfermo de la deuda – pública – de Europa. Como en venganza, los italianos ironizan sobre el estado de las finanzas públicas en Francia, que hace una década daba lecciones de disciplina presupuestaria a los italianos. Éstos estaban acostumbrados a ser el enfermo de Europa. El símbolo de la crisis italiana era la sonrisa en la cara de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy cuando se hundían los bonos del Estado italiano. Ahora, bajo Macron y sus primeros ministros, las cosas están cambiando, y esta vez es la arrogancia francesa encarnada por el presidente francés – a menudo apodado “Júpiter” – la que está tomando protagonismo.
Aunque la deuda pública de Francia se mantiene en un nivel inferior al de Italia (113% la primera, 135% la segunda), esta comparación es engañosa. Italia ha logrado reducir significativamente su déficit público en los últimos años (hasta el 3,4% en 2024), mientras que Francia ha seguido aumentando su déficit (5,8% el año pasado y probablemente otro 5,6% este año), a pesar de que la economía no está en recesión como después de la crisis de 2008.

Peor aún para el orgullo de París, Roma ha logrado alcanzar un superávit primario (saldo positivo entre gastos e ingresos excluyendo el coste de la deuda), algo que Francia no consigue desde hace años. Desde Bruselas se analiza que las perspectivas presupuestarias de Francia son actualmente peores que las de Italia. En Francia, como en Italia, el tipo de interés medio de la deuda pública es superior a la tasa de crecimiento del PIB, lo que tiene un efecto de bola de nieve adverso sobre la deuda pública. Sin embargo, a diferencia de Francia, el superávit presupuestario primario de Italia puede compensar parcialmente la desfavorable dinámica de la deuda. ¿Sigue teniendo Francia que endeudarse porque gasta más de lo que ingresa?
El gobierno de Bayrou no ha dado señales de progreso. La trayectoria del déficit francés es frágil y el casi seguro derrocamiento del gobierno de Bayrou ilustra el reto al que se enfrenta Francia para controlar su gasto. También Italia ha atravesado un periodo de inestabilidad crónica y agitación política, pero desde 2022 la tercera economía europea ha recuperado la estabilidad con la elección de Giorgia Meloni.

La secuencia política francesa es juzgada muy duramente por los observadores internacionales. De hecho, Francia, que ya se enfrenta a una presión sin precedentes de los mercados financieros, ofrecerá un lamentable espectáculo público la próxima semana.
Francia, antaño el corazón de Europa se encuentra ahora en el mismo papel que ha desempeñado Italia durante años: inestable, endeudada, asediada por las agencias de calificación y con los mercados listos para atacar. Sólo que esta vez, Roma y los europeos asisten como espectadores, con una pizca de revancha. Los italianos eran los enfermos crónicos; los franceses son ahora los pacientes de cuidados intensivos. Pero hay malas noticias para Europa. Si el paciente cambia de nombre, pero el médico no está, todo el continente corre el riesgo de quedarse sin tratamiento.
Un año después de la disolución de la asamblea francesa, y dos Primeros Ministros más tarde, existe un riesgo real de que el 9 de septiembre el Jefe del Estado Macron se encuentre en la misma posición en la que estaba al día siguiente de la fallida disolución. Se encontrará en primera línea, blanco del fuego cruzado de todas las oposiciones. Y enfrentado al mismo quebradero de cabeza inextricable: cómo gobernar sin mayoría, durante otros dos años, un país cuya situación financiera es calamitosa, en un contexto geopolítico cada vez más amenazador.