Opinión

Cuando se mezcla la soberbia con la incompetencia

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Vivimos en un país en el que ahora mismo la prepotencia es una virtud al alza. Todo el mundo tiene razón y nadie está equivocado. O, mejor dicho, nadie cree que los suyos puedan estar equivocados. Lo hemos dicho ya otras veces, cuando no hay predisposición a reconocer la posibilidad de errar, cuando la forma predilecta de enmendar lo que se ha escacharrado es señalar con el dedo acusador al de enfrente, elevar el tono, tapar con un arsenal de eufemismos lo que está fallando o encomendarse a los monstruos invisibles que siempre acuden a salvar la papeleta, los problemas se enquistan, se infectan, crecen y se reproducen, dando lugar a otros problemas que acaban empantanando todo. Porque, aunque un follón tome el relevo de otro follón en lo que a la conversación pública se refiere, los desaguisados no se esfuman, solo se sotierran en una montaña de olvido hasta que alguien los vuelve desenterrar con la pala del oportunismo.

Da la sensación de que nadie quiere ponerle remedio a las cosas que ocurren, a lo único que se aspira es a hacer como que no han ocurrido, aunque tengamos pruebas empíricas de que las cosas no vayan como tienen que ir. La moto ya nos la vendieron hace tiempo, ahora estamos en otro punto. Ya sabemos que nos tangaron, hemos aceptado que nos la metieron doblada, pero lo que hace que nos lleven los demonios es que al ir al taller y tener el diagnóstico de los profesionales en las manos, los malditos embaucadores se siguen atreviendo a decirnos que no, que todo está bien, que ellos no han hecho nada mal, que alertarse es de necios.

Lo digo en serio, demasiado bien nos van las cosas para el modo de proceder que tienen los que nos gobiernan. Pero claro, esto en algún momento terminará de colapsar, y ese instante cada vez está más cerca. Estamos bajo el control de una clase política que marida la incompetencia con soberbia, y esa mezcla es un cóctel explosivo que es capaz de arrasar con todo lo que se ponga por delante. Llevamos mucho tiempo ya probando la eficacia y la capacidad de resistencia de los pilares que sostiene el tinglado que nos da cobijo. No sé cuántas asonadas más aguantará.

No dejará de sorprenderme el fenómeno por el cual han conseguido que la evidencia sea un ente cuestionable, que se piense en los hechos como en algo perfectamente fabricable por un demonio de la realidad con ganas de influir en las estúpidas cosmovisiones infantiles a las que cada vez más exaltados se aferran. Lo estamos viviendo esta semana con el episodio de las pulseras antimaltrato. Ha quedado refrendado en numerosos informes que esa herramienta no ha funcionado como debía, que no ha cumplido la labor crucial de defender a las mujeres víctimas de violencia de género, algo que se supone que debería tener al autoproclamado gobierno más progresista de la historia tremendamente preocupado, fumando en pipa, buscando la manera de resolver cuanto antes la avería para la tranquilidad de todas esas mujeres que temen que sus maltratadores violen el perímetro que la Justicia ha impuesto.

Eso sería lo normal, pero no, lo que tenemos es a un Gobierno irresponsable echando las pelusas debajo de la alfombra, y a una ministra de Igualdad improvisando malhumoradas respuestas que lo único que hacen es dañar la cartera que porta y perjudicar eso que dice defender. La ministra de Igualdad, que sucedió a Irene Montero, otro primor de la soberbia, primero se encajonó en que no, en que todo iba a las mil maravillas. Horas después, cuando el escándalo ya se le había echado encima, empezó a hablar de ‘disfunciones’, de fallos, pero pidió que no se exagerara el asunto, que estaba todo controlado, que los que querían engordar eso y preocupar eran los de siempre, los de los bulos. El problema, para ellos, es que la prensa (la que ellos consideran pseudomedios) ha publicado que estas irregularidades estaban en conocimiento de nuestras instituciones desde hace meses. No en vano, las audiencias provinciales, con la de Granada a la cabeza, remitieron en varias ocasiones quejas formales por el funcionamiento de los dispositivos. Quejas de las que no solo tuvo conocimiento la ministra de Igualdad, también Félix Bolaños, ministro de Justicia.

Por lo tanto, lo que sabemos, lo que no es discutible, es que desde hace meses eran latentes y conocidos los problemas que venían dando las pulseras tras el cambio de operadora que realizó Irene Montero antes de irse. Cuentan los informes que eran fácilmente manipulables, que se perdía la localización y que incluso alguno de los condenados burlaba fácilmente la función del cacharro poniéndoselo a animales. Miren, sí, todo el mundo puede equivocarse, lo que no puede ocurrir es que los que se equivocan sigan en sus cargos, o que ni siquiera se dignen a poner solución a sus errores. En un país democráticamente sano y robusto ya deberían haber salido los representantes públicos responsables a detallar pormenorizadamente cuál ha sido la manera de actuar cronológicamente desde el día que se enteraron de que había víctimas de maltratos comidas por el miedo y la posibilidad de que sus verdugos pudieran violar sus órdenes de alejamiento.

Muy al contrario de esto, la única explicación contundente que tenemos por parte de la ministra Redondo es que todo esto es una cortina de humo para tapar lo del novio de Ayuso, que hemos conocido este lunes que se sentará en el banquillo, acusado, entre otras cosas, de organización criminal. Y punto. Esto lo que hace es tratar de emular el argumentario del PP cuando dice que Sánchez tapa la corrupción con su postura en Palestina, algo que, claramente está haciendo.

Pero miren, lo del novio de Ayuso nos da otro ejemplo claro para constatar que este problema de soberbia polarizadora en el que estamos es común a todos los que nos gobiernan, sin excepciones ideológicas. Desde el principio he sostenido que lo del novio de Ayuso era una operación ad hoc que se activó en el mismo momento en el que comenzaron a florecer todos los casos que hoy rodean al presidente. Aquello fue una trampa zafia en la que cayeron desde la Puerta del Sol. Ayuso tenía la opción de desmarcarse de su pareja, a la que claramente se le había pillado engañando a Hacienda, alegando, como en realidad parece que es, que ni ella ni su administración tienen nada que ver con la vida profesional de González Amador.

En cambio, la presidenta de la CAM, en su habitual manera de ponerse el mundo por montera, salió con un atril con la bandera de la Comunidad de Madrid a defender a su pareja, uniendo sus destinos y exponiendo unos argumentos que se han ido desvaneciendo con el tiempo y revelándose como falsos. Sí, estoy de acuerdo en que es inconcebible esta persecución a un particular de la que jamás hubiéramos tenido noticia si no compartiera lecho con Ayuso. No obstante, también creo que no es de recibo que la presidenta intente blanquear la actuación irregular de su pareja. Ahora bien, volviendo a lo de la soberbia que impera y nos tiene condenados a que los dos partidos políticos hegemónicos estén obsesionados en empatar en argucias e irresponsabilidades. El lunes, cuando se conoció la imputación de González Amador, no tardaron ni un par de horas en aparecer las primeras declaraciones por parte de la Puerta del Sol en las que se cargaban sospechas de amaño por parte de la Justicia, criticando la actuación Judicial y achacándola a motivos partidistas. Usando la idéntica táctica de ese PSOE al que el PP, con razón, venía señalando por atacar a los jueces.

Esta es la hipocresía que tiñe nuestro panorama político. Los jueces son buenos y malos en función de lo que nos conviene. Al igual que la UCO. Y todo así. Ayer mismo, de hecho, y volvían a ser serios y eficaces para el PP y malos, fachorros y carcas para el PSOE después de la imputación del hermano de Pedro Sánchez por un juzgado de Badajoz. En estas estamos, en la soberbia solapando a la soberbia, en la cortina de humo de la cortina de humo de la cortina de humo. En un bucle dañino que esconde todos los problemas que tenemos, haciendo cada vez más grande la bola de nieve, alimentando cada vez más una polarización que nos acabará llevando por delante. Pero vamos, que aquí lo importante es relativo. Lo de las pulseras y las imputaciones son minucias. Pedro Sánchez está opositando a Mandela y dice algún Tezanos de por ahí que está en las quinielas para el Nobel de la Paz mientras tiene a España delimitada por un muro. Poco nos pasa.