“A muchos hijos les resulta insoportable asumir que su padre es un maltratador”

El médico forense y profesor, Miguel Lorente, explica cómo el dolor, la culpa y el miedo transforman un asesinato machista en un ‘arrebato’ o un ‘gesto de amor’

“A muchos hijos les resulta insoportable asumir que su padre es un maltratador”
KiloyCuarto

La violencia machista es difícil de detectar. Las mujeres jóvenes tardan una media de dos años en entender que están en un relación de maltrato. Cuando las víctimas tienen más de 65 años, esa media se alarga hasta los veinte años. ¿Es también complicado para el entorno más cercano ser consciente de la violencia?

Hace unas semanas, el asesinato de una mujer a manos de su marido en Alpedrete sacudió a la opinión pública por la defensa que hizo del asesino, Juan Rodríguez Fernández‑Alfaro, alcalde de la localidad. Más tarde, los propios hijos de la pareja realizaron un comunicado en el que defendían las acciones de su padre y donde apenas se hacía referencia a la verdadera víctima del crimen, su madre.

El alcalde de Alpedrete, Juan Rodríguez Fernández -Alfaro
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Una reacción más común de lo que parece

Por extraño que pueda parecer, esta actitud, aunque llame la atención, es más común de lo que creemos.

Para el médico forense y profesor Miguel Lorente, lo ocurrido en Alpedrete no es una anomalía, sino un ejemplo claro de cómo funcionan los mecanismos psicológicos en las familias atravesadas por la violencia. “Aceptar que tu padre es un maltratador es devastador; es asumir que ha sido un asesino y que tú no hiciste nada”, explica. Por eso, ante un golpe emocional tan brutal, muchas familias reformulan los hechos hasta convertirlos en una versión más soportable.

Esa reformulación elimina la violencia y busca una explicación más amable: un desbordamiento momentáneo, un gesto impulsivo provocado por el amor o incluso un problema personal del agresor. Como resume Lorente, “es más bonito o más romántico presentarlo como esa especie de crimen compasivo o de pérdida de control, porque en el fondo se querían mucho”.

Distorsión catatímica

Esa sustitución del maltrato por narrativas alternativas no forma parte de una estrategia deliberada. Lorente insiste en que no existe una planificación consciente para ocultar la violencia de género. Lo que actúa es un mecanismo emocional automático que lleva a creer aquello que resulta menos doloroso. Aquí aparece el concepto técnico clave que el forense menciona: la distorsión catatímica. Un proceso psicológico que hace que las personas interpreten los hechos según lo que necesitan creer para no derrumbarse emocionalmente, no según la realidad objetiva. No es una mentira construida con intención; es una defensa psicológica ante una verdad insoportable.

Aceptar la violencia obligaría a enfrentarse a asuntos profundamente perturbadores: reconocer que el agresor actuó de forma voluntaria, admitir que existían años de maltrato normalizado, asumir que la madre era una víctima y aceptar la posibilidad de que quienes convivían con la pareja habían sido testigos de señales que prefirieron no ver.

Los sanitarios en la escena del crimen de Alpedrete
EMERGENCIAS 112

La violencia se normaliza y condiciona la forma en la que se interpretan los hechos

Ese escenario despierta culpa, miedo y un choque emocional difícil de soportar. La distorsión catatímica opera precisamente para evitar ese colapso. Para ilustrarlo, Lorente recurre a un ejemplo que conoce bien por su trabajo como médico forense. “Cuando se suicida una persona joven, la familia muchas veces dice: ‘Mi hijo no se ha podido suicidar; lo han matado’”. Esa explicación, aunque irracional, resulta más soportable que aceptar la realidad. “Para la familia es mucho más importante pensar que ha sido otra cosa”, señala. Y ese mismo mecanismo opera en los feminicidios.

A esa negación emocional se le suma el miedo acumulado durante años. “Un padre violento es violento con todo el mundo; no solamente se le respeta, sino que se le teme”, recuerda Lorente. Ese temor interiorizado condiciona la forma en la que se interpretan los hechos incluso después del crimen. El maltrato habitual no consiste en episodios aislados, sino en una conducta prolongada que a menudo se ejerce delante de los hijos. En ese contexto, la violencia se normaliza y se justifica dentro de la familia. Y esa normalización explica por qué no siempre se reconocen los episodios de maltrato, aunque se vivan de forma cotidiana.

Derrumbar la estructura emocional que protege del dolor

Durante mucho tiempo, incluso la Justicia pasaba por alto esa continuidad. “Antes se pasaba por el tema porque lo importante era el homicidio”, explica Lorente. Ahora, cuando testigos, familiares o vecinos relatan un patrón de violencia habitual, los tribunales sí lo incorporan a sus conclusiones. Pero esa evolución judicial no siempre encuentra reflejo en las familias, que pueden seguir aferradas a su relato protector durante años.

Vista del exterior del chalet donde un hombre asesinó a su pareja en Alpedrete
EFE/Alberto Lozano

Preguntado por si los hijos podrían reconsiderar su postura con el paso del tiempo, Lorente señala que no es lo habitual. Cambiar de opinión implicaría derrumbar toda la estructura emocional que los protege del dolor. Quizá en su intimidad lleguen a cuestionarse lo ocurrido, admite, pero difícilmente lo reconocerán de forma pública o explícita.

Contexto político e ideológico

En esta dinámica también influye el contexto político. Lorente advierte que el caso de Alpedrete no puede desligarse del clima ideológico actual. “Si defienden a un alcalde del PP que está pactando con Vox y ellos van en el mismo sentido, lo que nos está diciendo es que claramente comparten esos valores, esas ideas respecto a la violencia de género”. Sus decisiones no se entienden solo desde el plano emocional, sino también desde un marco político que relativiza o niega la violencia machista. La negación emocional se refuerza con la negación ideológica, y ambas se retroalimentan.

La raíz estructural de la violencia

Ese retroceso ya es visible, advierte Lorente. “Lo que se hace, en vez de generar conciencia y tratar de entender todo lo que la envuelve, se utiliza para lo contrario. Para presentarla como un producto de problemas de cabeza, de alcohol o cualquier otra cosa”. Esta lectura desvía la atención de la raíz estructural de la violencia, la despolitiza y la convierte en un accidente aislado, no en una agresión basada en desigualdad.

El caso de Alpedrete muestra hasta qué punto la violencia machista no solo destruye vidas, sino que también distorsiona el relato familiar y social. Incluso ante la evidencia más extrema, la necesidad de protegerse emocionalmente puede construir ficciones más tranquilizadoras que la verdad. Y esa negación, reforzada por discursos políticos que cuestionan la violencia de género, dificulta que como sociedad seamos capaces de nombrar lo que realmente está ocurriendo.

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