29-O

Las familias de las víctimas, desoladas: “Yo no sé ya para qué vivir”

Seis familiares de las 237 víctimas mortales de la DANA recuerdan a sus seres queridos en el funeral de Estado celebrado en Valencia y marcado por el malestar por la presencia de Carlos Mazón

Un año después de la riada que arrasó calles, casas y vidas, el funeral de Estado reunió a familias que aún buscan calma y respuestas. En torno a un memorial con 237 rosas blancas, el silencio de los abrazos convivió con lágrimas, gritos y relatos que vuelven al instante del desastre. No hubo discursos protocolarios capaces de amortiguar la crudeza de las ausencias: quienes hablaron lo hicieron desde la herida abierta, para que no se olvide a las víctimas ni a quienes las lloran, y para exigir que no vuelva a ocurrir.

“Ha sido un acto muy bonito, pero Mazón no tenía que haber venido. Aunque fuera por evitar esto al resto de víctimas”. Vanesa lleva una camiseta con la imagen de su padre, y habla enfadada mientras sus hijas la miran. “Su presencia enturbia el acto, y eso lo opinamos todo: no estuvo cuando tenía que estar. No queríamos que fuera un acto político. Sentimos que son todos responsables, en mayor o menor medida, de estas muertes, que podrían haberse evitado. Yo he perdido a mi padre, y mis hijas han perdido a su abuelo, por la incompetencia de algunos. Ha sido un acto bonito, pero sobraban todos los políticos”, explica Vanesa, hija de Fernando Páez, que murió a los 62 años en Benetússer. Cuando comenzaron las inundaciones, Fernando bajó a ver a su esposa, que estaba trabajando en el Consum de la pedanía, en la misma calle donde vivían ambos. Tras verla, bajó al aparcamiento del supermercado y no supieron más de él.

Vanesa, hija de Fernando Páez, que murió a los 62 años en Benetússer
Vanesa, hija de Fernando Páez, que murió a los 62 años en Benetússer
María Serrano

El vehículo fue encontrado, pero él no. La familia no supo nada de su paradero durante días, hasta que un familiar les avisó de que a través del ADN que había aportado la hermana de la víctima cuando puso la denuncia de desaparición, habían identificado el cuerpo. “Llevo su foto porque no quiero que nadie olvide jamás este rostro”.

Tres mujeres, Vicenta, María José y Amparo, lloran y se abrazan dándose ánimos. La tragedia las ha unido. A su lado, un familiar reconoce que están muy cansados, que se encuentran mal, revueltos. Ellas toman la palabra. “Ay, hija mía. Qué ganas de llorar. Me he asustado un poco también…”, dice Amparo, que tiene temblores en todo el cuerpo después de que una de las víctimas, Victoria, conocida como Vicky, no aguantara la tensión y comenzara a gritar a las autoridades “ratas, asesinos, traidores”.

EFE/ Ballesteros

“Estamos muy alterados”, dice Vicenta. “Y este hombre [Mazón] no se ha portado bien. Nosotras somos de Picanya, de la peor zona, de la ‘zona cero’”. María José Esteve tiene lágrimas en los ojos: “Yo he perdido a mi marido, Francisco Miguel Planells. Hace tiempo perdimos una hija y sufrimos mucho; él ha sido panadero toda la vida, y tras jubilarse le detectaron un cáncer… estaba recuperándose. Ya no tenemos tiempo para disfrutar juntos de la vejez”. El pasado 29 de octubre la familia se encontraba en su casa en Picanya cuando una ola sorprendió a los vecinos de su calle. La fuerza del agua impidió que pudieran cerrar la puerta de la casa a tiempo. Su esposa e hija subieron a la primera planta, pero él luchó por salvar algunas pertenencias. Fue arrastrado por el torrente de agua.

A su lado, Vicenta cuenta cómo perdió a su hermano: “Nosotros nos subimos corriendo al piso de arriba, pero él quiso quedarse a cerrar la puerta. Entonces vino una ola que lo tiró todo abajo, y se lo llevó. Estuvimos 15 días buscando su cuerpo, que apareció en Catarroja. Tanto barro y tanta maleza… fue imposible”, revela a Artículo14.

Vicenta, María José y Amparo, tres mujeres unidas por la tragedia de la DANA
Vicenta, María José y Amparo, tres mujeres unidas por la tragedia de la DANA
María Serrano

Victoria Sánchez, conocida como Vicky, es la mujer que ha comenzado a gritar en el funeral. “Asesinos, traidores”, ha vociferado antes de desmoronarse. Cuando habla con Artículo14 está recogiendo algunas de las 237 rosas blancas que han depositado en el memorial temporal. “Se las llevo a la Virgen, para el altar que tengo en casa, con la foto de mi marido, Cándido Molina, y mis tres perros. Todos murieron porque nadie fue a salvarlos”.

Cándido, de 62 años y origen extremeño, se había criado en Cheste, 25 kilómetros hacia el interior de la provincia de Valencia, pero hacía más de 15 años que vivía en la capital, donde trabajaba en una terraza. El día de la DANA, montó a los tres perros en el coche y se subió a Cheste. Siempre pasaba su día libre en un terreno que su difunto padre había comprado en ese pueblo cercano a Chiva. A las 17.52, Cándido llamó a Vicky gritando: “Nos vamos a ahogar”. La comunicación se cortó. Ella empezó a llamar a la Guardia Civil y la Policía Local de Cheste, también al 112, pero nadie contestó. Solo descolgaron los Bomberos de Requena. “Yo no sabía que en Requena estaban peor que en Cheste y les pedí que fueran a ayudarlo. Me dijeron que harían lo que pudieran”. Cándido se subió al tejado de la caseta y le dijo a Vicky que se iba a salvar, pero nadie llegó a auxiliarlo.

Victoria Sánchez, viuda de Cándido Molina, que murió en Cheste junto a sus tres perros el día de la DANA
Victoria Sánchez, viuda de Cándido Molina, que murió en Cheste junto a sus tres perros el día de la DANA
María Serrano

“Nos gustaba mucho ir al campo con los perros. Era un terrenito en el que nos gustaba estar juntos, soltar a los perros para que corrieran y respirar aire puro; éramos muy felices allí. Era su día libre y decidió irse a la huerta. No dejo de pensar que le habían cambiado el día porque venían Todos los Santos. Si hubiera ido a trabajar… aún estaría aquí”. Vicky llora y sus amigas la abrazan. “Es como si hubiera sido ayer. Y lo peor es que durante este año sólo nos han humillado y dicho mentiras; sólo les falta decir que esto ha sido culpa de los fallecidos. Estoy muy triste, muy triste”.

“Mis padres venían en el coche desde Godelleta, y no les dio tiempo a llegar: les vino una ola de dos metros de cañas y barro. Mi padre abrió la puerta y se lo llevó la corriente; mi madre logró quedarse aferrada, y pasó ahí horas hasta que la rescató una excavadora”, explica otra de las víctimas, el hijo de un fallecido en el puente que prefiere no aparecer, aunque sí quiere relatar su historia a Artículo14. “El problema es que tuvieron tiempo de avisar y no avisaron. Esto se hace por las víctimas, que se merecen un respeto y un homenaje, pero no se puede tolerar lo que ha pasado: pedimos justicia, y, sobre todo, pedimos que esto no vuelva a pasar. Porque si volviera a llover así, podríamos estar igual”.

Pilar Bernabé se acerca a abrazar a los miembros de esta familia, pero el joven continúa: “Creo que hay gente al mando que no está preparada para evitar que esto vuelva a ocurrir. Las responsabilidades tienen que llegar. Vamos a luchar por ello y vamos a pedir justicia”. A él mismo la riada le pilló en el puente que cruza el barranco del Poyo por la A3 y quedó inconsciente durante horas; empapado y semiinconsciente, escuchó la alarma de su móvil cuando pensaba que se estaba muriendo. “Yo sigo de baja. Me rompí la espalda, con múltiples fracturas, y tengo las cervicales tocadas. Hay días que ni siquiera puedo andar. Tengo muchos mareos, y además, las imágenes me vienen una y otra vez… me muero de ansiedad”.

En ese momento, Francisco Javier Marcos, actual general jefe de la UME, llega para darle el pésame a la familia. Dice no sentirse a gusto con las autoridades y querer estar al lado de las víctimas: “Yo no puedo sentir el mismo dolor que ustedes, pero casi. Lo dimos todo, y lo que vivimos en aquellos días fue terrible”, exclama. “Ojalá hubiéramos podido hacer más. Ojalá hubiéramos podido llegar antes. Yo me lancé… Yo podría estar en la cárcel ahora mismo, con 150 chicos y chicas muertos, pero dije: ‘Me da igual, que me metan en la cárcel, pero yo voy para allá’. Me llamaba un alcalde a las 4 de la mañana, y le decía que íbamos para allá. Todo el papeleo me daba igual. Hicimos todo lo posible, y lo hacemos por vocación”.

Encarna Martínez Toral, hermana de José, que era director de un centro educativo de Cheste, lleva una foto del fallecido en las manos. “Su humor y su sonrisa dejaron una huella en todos los que le conocieron”, afirma emocionada. El 29 de octubre, esperó en su lugar de trabajo hasta las seis de la tarde para asegurarse de que nadie fuera al instituto ni a las residenciales por las intensas lluvias. Partió hacia su casa sin saber cómo estaban las vías ni la gravedad de las inundaciones. Nadie le alertó. Cuando iba en su coche, se lo llevó la riada.

Encarna Martínez Toral, hermana de José, que era director de un centro educativo de Cheste, con una foto del fallecido en las manos
Encarna Martínez Toral, hermana de José, que era director de un centro educativo de Cheste, con una foto del fallecido en las manos
María Serrano

“Estuvo desaparecido nueve días. No sabíamos dónde estaba. Lo buscábamos todos los días, hasta que vinieron los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y lo encontraron en Quart de Poblet, a más de 20 kilómetros de distancia”, explica Encarna, para quien los políticos también sobraban en este acto. “Vicky se ha roto y ha empezado a gritar, pero muchos de nosotros la hubiéramos seguido”.

Entonces, María, una mujer acompañada de una joven que resulta ser su hija, reconoce el periódico al que pertenece esta redactora, porque ha hablado de Emilieta y Salvador, las víctimas mortales que ella ha venido a homenajear. Eran sus tíos, y María ha visto la imagen de su casa, que continúa destrozada un año después, en Artículo14, pero no ha sido capaz de volver a aquel lugar. “Ellos no tenían hijos, así que los sobrinos éramos como sus hijos. Sin embargo, mis primos Miguel, Yolanda, Clara… no han podido venir. Mi padre tampoco. Yo he venido en representación de todos ellos”. María y su hija reconocen estar bien “a ratitos”, y recuerdan que habían visto a los tíos en Casinos el fin de semana anterior a las riadas. “Ellos subían a vernos una vez al mes desde Paiporta. Mi madre tiene una enfermedad rara y venían a verla. Estamos muy tristes porque no entendemos nada. Es todo tan aleatorio…”.

“Lo que más duele es saber que se podían haber salvado. A mi tío Salvador le habían operado esa mañana de cataratas, y su amigo Enrique fue a llevarle las gotas de los ojos y la medicación a las 18:30 h. Si lo hubiéramos sabido, se podrían haber ido con ellos… y se habrían salvado”. María lamenta que Mazón los llame “activistas”, porque el duelo poco tiene de activismo: “Nada nos quita la legitimidad para exigir nuestros derechos, los nuestros y los de nuestros familiares”, defiende con seriedad. “El color político da igual: el agua no diferenció, y la irresponsabilidad tampoco diferencia. No somos víctimas politizadas, somos simplemente víctimas, pero sabemos la cara que no nos apetecía ver hoy. Yo, si hubiera sido él, me hubiera levantado y me hubiera ido”.

Naiara Chuliá Beitia (i), familiar de víctimas de la tragedia, junto a la reina Letizia (d) tras su intervención en el funeral de Estado. EFE/ Ballesteros

Dolores Alfaro recuerda a su marido, Joaquín Cantos, “el amor de mi vida”. Después de 50 años juntos no sabe cómo vivir sin él. Su hijo, Francisco, permanece a su lado escuchando la sentencia terrible: ella no encuentra las fuerzas para seguir. “Estoy yendo al psiquiatra y al psicólogo, porque solo pienso en irme yo también, en morirme y volver a estar con él”. Las lágrimas ya no corren más por el rostro de esta mujer de Aldaia, que estaba en la planta baja junto a su marido cuando el agua entró con una fuerza inmensa. “La corriente nos tumbó a los dos. Yo conseguí ponerme en pie, pero a él no lo veía, no lo encontraba bajo el agua. Mi yerno, que es policía, consiguió sacarnos a los dos, pero Joaquín falleció. Lo tendimos en un sofá de la planta de arriba: pasamos toda la noche empapados junto a su cadáver, que continuó con nosotros 36 horas más. Mi hijo tampoco aparecía; luego supe que pasó diez horas atrapado en su coche, en la A3”.

A sus 76 años, Dolores habla de corrido, como para no permitir que el horror de lo que está narrando penetre una vez más en su corazón. Mira al infinito, y repite: “Yo no sé ya para qué vivir”. Cuenta Ana Belén Cantos que su padre, ya jubilado, disfrutaba mucho en Aldaia de las continuas visitas de sus dos nietos junto a su esposa. Define a su padre como un “hombre enormemente bondadoso, generoso, trabajador y responsable”.

Dolores Alfaro es la viuda de Joaquín Cantos, que falleció en Aldaia durante la DANA
Dolores Alfaro es la viuda de Joaquín Cantos, que falleció en Aldaia durante la DANA
María Serrano

A su alrededor, el público comenzaba a dispersarse mientras el eco de los himnos aún flotaba en el aire. Dolores permanecía sentada, inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel 29 de octubre. Su voz, quebrada pero firme, condensaba el sentimiento de todas las familias que hoy han vuelto a revivir la tragedia: la necesidad de justicia, pero también de consuelo. En su silencio se resumía el duelo colectivo de una comunidad que todavía busca respuestas entre el barro y la memoria. Porque, como repiten los familiares, las víctimas no solo son quienes murieron aquella noche: también lo son quienes siguen respirando rotos de dolor, intentando aprender a vivir entre la ausencia y la esperanza.

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