Ocho mil pesetas entregadas en la clandestinidad y con el temor de ser descubierta y encerrada en una cárcel para mujeres de la España franquista durante al menos una década. Eso era lo mínimo que significaba entonces abortar en nuestro país. Y aun así fueron cientos las mujeres que buscaron auxilio y protección en manos como las de Consuelo Catalá Pérez, enfermera y activista histórica por los derechos de las mujeres y referente por nuestra lucha por la salud sexual y reproductiva. Ella participó como experta en la redacción de la Ley del aborto (ley 2/2010 de salud sexual y reproductiva).

Alicantina de nacimiento, Catalá atiende a Artículo14 con una sonrisa que atraviese pantallas. Hace escasas semanas estaba ingresada en el hospital por una mala caída que la llevó directa a la UCI. Pero son esas venas reivindicativas, y con estos 40 años recién cumplidos de la despenalización del aborto en nuestro país, las le han hecho, nos cuenta, salir de la cama escopetada y a seguir concienciando de la imperiosa necesidad de no dar ni un solo paso atrás en nuestros derechos adquiridos. A ella le ha llevado toda una vida que sus hijas, mismamente, puedan abortar voluntariamente si así lo desean: “Mis hijas y las de todas las demás”.

Frente al ruido, Ley
Frente al ruido, recientemente escuchado en el Ayuntamiento de Madrid con esa aceptación del PP de Almeida sobre el inexistente “síndrome de post parto” del que VOX quiere obligar a informar en las clínicas de aborto, Catalá responde: “Esto es una maniobra para introducir un debate que está ya resuelto por la sociedad española. Solo quieren marcar agenda política. Fango. Hacernos creer que pueden pisotear nuestros derechos. Pero no. Puede haber más dificultades, menos, en algunas comunidades autónomas el sistema funciona mejor o peor, pero está resuelto, está resuelto porque tenemos una legislación. Y ya está, y me da igual que el Ayuntamiento de Madrid digo lo que quiera, porque aquí tenemos una Ley que está por encima del Ayuntamiento de Madrid donde se dice cómo se tiene que funcionar”.

“La libre elección no tiene ideología”
Catalá, indignada por el ruido, pero segura de que esto no es un debate político – a pesar, insiste, de que “quieran hacérnoslo creer”- recalca: “No abortan solo las mujeres de izquierdas. Te lo digo yo, que he realizado muchos abortos a católicas. ¿Por qué te crees que hay privadas no concertadas? Porque la gente de la derecha o católica prefiere pagar a que se entere nadie que ha abortado. El aborto es un derecho y tú lo usas o no. O sea, es que es muy sencillo. Esto es un problema de salud pública. Y por eso hay una regulación en este país sobre cómo hacerlo. Si luego hay una serie de condiciones éticas o valores que te impiden, como mujer, realizar un aborto voluntario, pues no pasa nada. Nadie juzga a quien no quiere. Solo al que lo desea”.
El debate entonces nos cuenta, debería estar en que, “en un momento que tengan una gran contradicción para muchas”, las mujeres tengan “y tienen” la posibilidad de hacerlo en condiciones de salud.
El debate: ¿Cómo mejorar la asistencia?
“Que no suponga el mismo riesgo que corrí yo y muchas más cuando decidíamos abortar en los años 70”. Por eso, nos invita a plantearnos lo que, para ella, es el debate efectivo y necesario: “¿Cómo podemos mejorar la asistencia? Porque a pesar de existir una Ley, en algunos casos – más de lo que te puede imaginar- se está incumpliendo. Dependemos de las clínicas privadas– concertadas porque el sistema 100% público da la espalda a las mujeres. Porque hay muchos médicos ginecólogos que creen que su derecho a la objeción de conciencia es más importante que un derecho adquirido para todas las mujeres. Y eso es puro cinismo”.

La preguntamos, claro, cómo se puede mejorar la asistencia y por qué es ese es, para ella, el debate a plantear: “Porque resulta que ahora, que hemos avanzado muchísimo, las mujeres vuelven a no ser plenamente libres para decidir, no solo por la constante presión externa a la que se ven sometidas, sino porque no casi nunca se las explica que hay más de un método para realizar el aborto. Se ofrece el más sencillo, con el que más rápido se lavan algunos médicos las manos.
Existe por el de dilatación y el farmacológico. Pero el de dilatación implica que tienes que tener a personal cualificado para realizarlo y una estructura organizativa. Para muchos especialistas es el mejor. El más rápido y eficiente. El que menos dolor de cabeza da y con el que la mujer más rápido se recupera. Que no quiere decir que el farmacológico sea peor. Pero sí el que de una u otra forma, se medio impone: es el gran problema para la pública ahora mismo. Entonces, ¿qué han decidido? ¿La mujer? No. Aquí al final juega siempre lo de siempre. La libre decisión. Cuando yo empecé esto no podíamos ni parteárnoslo. Porque había que luchar era porque fuese legal. Pero todo avance tiene que ir parejo a la realidad”.
Las claves sobre el cómo mejorar esa asistencia y por qué el sistema no termina de responder a las necesidades de las mujeres las puedes consultar en el enlace que acompaña a esta entrevista.
Realizar abortos en la clandestinidad
Catalá empezó a realizar abortos en la clandestinidad en 1976. Su “mentor”, como le gusta llamarlo, fue el reciente fallecido doctor Pedro Enguix, ginecólogo. Sin él “sería impensable estar donde estamos. Pedro fue detenidos hasta en dos ocasiones por la España post franquista”. Enguix fue pionero del parto respetuoso en España y también referente del movimiento feminista en la transición española. Era, nos cuenta Catalá, un “impecable defensor de la vida”.
Y aunque para algunos pueda resultar llamativa esta afirmación, porque realizaba abortos, “es tan verídica como que él mismo se autoinculpó cuando le acusaron de haber realizado tres abortos antes de ser despenalizado (1985). Él, al ser detenido, dijo alto y claro: ‘¿Tres? Ya serán 3.000’. Y se montó la de Dios”.
Enguix no tenía miedo, tampoco vergüenza, recuerda Catalá, de admitir que había salvado la vida de muchas mujeres que querían abortar. “Porque practicaba abortos desde el conocimiento. Porque era seguro. Y porque en la lucha feminista él fue un aliado en el derecho a decidir. Y eso significó que las mujeres ganaban con él”. El fiscal llegó a pedir hasta 15 años de prisión para el fundador de la Clínica Acuario. Fue absuelto de todos sus cargos.
Es con él con el que Catalá aprendió a realizar abortos. Al principio no cobraban por ellos. Luego, cuando se reguló, ella abandonó esa profesión para dedicarse plenamente a la lucha activa y el acompañamiento. Para evitar dar pasos atrás y para garantizar la seguridad de las mujeres.
Huir a Francia sola para poder decdir sobre su cuerpo
Para Catalá, la lucha por el derecho a decidir, tampoco se puede contar sin Leonor Taboada y Enrique Labrero. De la primera, periodista argentina y activista feminista, aprendió el “autoconocimiento femenino y la importancia de no meternos píldoras anticonceptivas sin más”. Y del segundo, su marido, “todo lo demás. Él era del grupo de Pedro. Ginecólogo y obstetricia”.
Consuelo Catalá se vio forzada a huir a Francia para poder abortar en 1977. Franco ya había muerto pero el franquismo, en ese tránsito hacia la democracia, seguía vivo. “Muy vivo. Yo en aquella época ya estaba en el movimiento de mujeres y hablé con personas del movimiento de Barcelona. Ellas conocían a gente del Movimiento por la Libertad del Aborto y Anticoncepción, y ellos realizaban abortos clandestinos aquí en España.
Para poder hablar con ellos fue todo un periplo: todo en absoluto secretismo. Esperé durante tres días a que la persona con la que me debía reunir para ver si me podían realizar el aborto. Teníamos hasta una clave: ¿Te gusta el periódico? Si la persona entendía la pregunta, sabría que era ella. Pero no apareció nadie hasta pasados tres días en la cafetería del centro de Barcelona donde nos reunimos. Al final ellos no me lo pudieron hacer porque yo había tenido una hepatitis hacía seis meses y me dijeron que no me lo podían hacer porque el material no lo esterilizaban de una manera muy fiable. Por mi seguridad”.
Sin regulación, la vida de miles mujeres está en riesgo
Así era entonces. Ese era el peligro al que se veían expuestas las mujeres. “Eso además de todo lo que significaba hacerlo a escondidas. Perseguidas. Al final acabé yéndome a Francia, con una compañera de la camarada que tenía que pasar unos días en Bruselas. Allí, en París, mentí como una bellaca: solo las mujeres residentes en Francia podían abortar libremente. Así que no quedó otra que mentir. Lo pasé muy mal, no te voy a mentir”.
Cuando Catalá regresó a España sabía que tenía un grupo en el que apoyarse. En el que no sentirse sola. Con el que el peligro que decidió correr a partir de entonces no sería en vano: “Fue a mi vuelta cuando contacté con todo el grupo clandestino aún para sumarme a sus labores de ayuda. Por eso aprendí a realizar abortos. Porque yo no tuve opción. Y aunque yo sí me sentí acompañada – a pesar de la distancia- eran muy pocas las mujeres que podían decidir marcharse a otro país para elegir libremente sobre su cuerpo. Y que no se nos olvide: para hacerlo en unas condiciones de seguridad y cero riesgo sobre sus vidas mismas”.
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