En España, 525.700 mujeres llevan más de un año buscando empleo sin éxito. Es la cifra más alta de toda la Unión Europea, que recoge esta situación sobre todo en los países del sur. Detrás de ese dato hay historias, principalmente, de madres solteras, mujeres mayores de 45 años y trabajadoras que encadenan contratos temporales o que se resignan -a veces por obligación- a contratos parciales ante la imposibilidad de encontrarlos a 40 horas.
Para entender los porqués de esta situación, Cristina Castellanos Serrano, profesora de Economía Aplicada de la UNED, atiende a Artículo14. Serrano, quien reivindica durante la entrevista su apellido materno como “una pequeña lucha personal” explica que en la maternidad está la clave de todo. Y defiende que la igualdad real pasa por políticas valientes: permisos parentales equitativos, reformas laborales y una redistribución efectiva de los cuidados. El tiempo, asegura, “no basta”.
¿A qué se debe que el desempleo de larga duración afecte más a las mujeres en España?
El desempleo de larga duración es un problema complejo que depende de varios factores. En España, históricamente, la tasa de desempleo femenino es más alta que la de los hombres. Lo que hace que las mujeres tengan más probabilidades de caer en paro prolongado.
Pero la causa principal de la brecha de género es la alta parcialidad involuntaria en el empleo femenino. Muchas mujeres no encuentran trabajo a tiempo completo, no por dedicarse a cuidados familiares, sino porque las oportunidades disponibles son mayoritariamente a tiempo parcial. Esta situación incrementa el riesgo de desempleo prolongado, especialmente cuando finaliza la prestación por desempleo.

Pero… ¿Y por qué no se acogen a esos trabajos a jornada parcial de manera temporal?
Principalmente por el desincentivo económico que generan. Si una persona cobra menos trabajando que lo que percibe con el subsidio de desempleo, este puede complementarse. Pero si el salario es superior al subsidio, aunque sea por muy poco, se pierde por completo la prestación. Eso hace que muchas mujeres, especialmente las que solo encuentran empleos parciales, terminen ganando prácticamente lo mismo trabajando que sin hacerlo.
La situación se agrava en ciertos colectivos como madres monoparentales y mujeres mayores o con baja cualificación, que suelen tener además una carga de cuidados añadida -ya sea de hijos, parejas, nietos o familiares mayores-. Para ellas, compatibilizar esas responsabilidades con un trabajo que ofrece un salario bajo o inestable resulta poco viable.
¿Afrontan los hombres esa situación de la misma manera?
No, y las diferencias son muy significativas. Cuando un hombre está en paro de larga duración, suele tener muy claro que está desempleado y que su objetivo principal es encontrar trabajo. En algunos casos, los roles tradicionales asociados al sustento económico pueden intensificar la presión sibre él y afectar a su percepción personal. En cambio, cuando una mujer se encuentra en la misma situación, a menudo combina esa búsqueda con múltiples responsabilidades de cuidado y gestión del hogar.
Aunque figure oficialmente como desempleada, no está inactiva. Sigue trabajando, pero en tareas que no se reconocen como empleo remunerado. Eso hace que, en muchos casos, el paro pierda peso como preocupación central en su día a día, porque la urgencia de resolver lo cotidiano ocupa casi todo su espacio mental.
¿Cómo se podría solventar esa situación?
El tiempo, por sí solo, no soluciona nada. Cuando se analizan las causas del desempleo, suele pensarse solo en políticas activas o pasivas -subvenciones, formación, incentivos-, pero el problema es más profundo. No se trata de esperar a que la sociedad cambie sola, sino de impulsar transformaciones estructurales. El reparto desigual de las tareas del hogar y de los cuidados no se corrige de manera natural con el paso de las generaciones. Hace falta una política pública decidida. Y aquí entran en juego medidas clave, como los permisos parentales.
El nacimiento de un hijo es un momento crítico en la construcción de la identidad de los hombres como padres. Si se diseñan políticas que favorezcan su implicación directa y autónoma en los cuidados, se puede avanzar mucho más rápido hacia la igualdad real.
España es el país de la Unión Europea con el mayor número de mujeres desempleadas de larga duración -más de 525.000-, seguida por la mayoría de países mediterráneos. ¿A qué se debe la marcada diferencia entre el sur y el norte del continente?
Hay varias causas. Una de las principales tiene que ver con la estructura económica. España no es un país muy industrializado y depende en gran medida de sectores como el turismo o la construcción, que son especialmente sensibles a los ciclos económicos.
El turismo sigue siendo un pilar esencial, pero prevalece el de ‘sol y playa’, pese a los esfuerzos por desestacionalizar la actividad y diversificar hacia otros tipos de turismo. Esa estacionalidad provoca fluctuaciones importantes en el empleo a lo largo del año. Algo similar ocurre con la construcción: cuando el sector crece, genera mucho empleo, pero cuando se frena, el impacto en el paro es inmediato y profundo. Y aunque las mujeres no predominen en este último, su colapso, como ocurrió en 2008, contagia al resto de sectores donde sí están presentes.
En conjunto, todos estos elementos hacen que el paro en España sea más vulnerable a los vaivenes económicos. Y a ello se suma, en algunos casos, un mercado negro.
¿La economía sumergida?
Eso es. Hay una informalidad dentro de la participación en el mercado laboral. Esa falta de formalización, junto con la estructura económica, suelen citarse como causas principales del desempleo persistente en el sur de Europa.
¿Y por qué es más difícil la vuelta al empleo formal en las mujeres que en los hombres?
Porque la reincorporación laboral depende mucho de la situación personal. No es lo mismo una mujer joven sin hijos que una madre con un niño pequeño. A los hombres la paternidad, de hecho, suele beneficiarles en términos laborales: las tasas de empleo de los padres son más altas que las de los hombres sin hijos. En cambio, las de las madres disminuyen tras tener hijos. Digamos que existe una penalización por maternidad y un premio por paternidad.

Esa penalización no solo se refleja en la posibilidad de acceder o mantenerse en un empleo, sino también en la remuneración. La maternidad tiende a traducirse en salarios más bajos, en reducciones de jornada o, directamente, en la salida del mercado laboral.
¿Pero es por voluntad de la trabajadora o del empleador?
Pues… las dos cosas. En teoría, despedir a una mujer por haber sido madre está prohibido. Sin embargo, en la práctica, muchas trabajadoras con contratos temporales no son renovadas tras la baja por maternidad y pierden sus puestos de trabajo. También existen casos de mujeres que deciden no reincorporarse, igual que otras solicitan una excedencia para el cuidado de los hijos, que es algo que siempre se les suele achacar.
Sin embargo, son un fenómeno minoritario y menos del 5% de las madres asalariadas las solicitan, según la Muestra Continua de Vidas Laborales. Aun así, persiste la idea de que las mujeres cobran menos o trabajan menos horas porque recurren masivamente a este tipo de permisos, cuando la realidad es que la gran mayoría no lo hace.


