“Las stablecoins están en auge”. Esa frase ya no es exclusiva de foros cripto o documentos técnicos. Aparece en informes de bancos centrales, análisis de fondos y titulares de medios económicos. Podría parecer que son solo una parte más del universo cripto, pero lo cierto es que están empezando a ocupar un lugar central en el funcionamiento del sistema financiero digital.
¿Qué son? Una stablecoin es una moneda digital diseñada para valer siempre lo mismo que una moneda tradicional. En la mayoría de los casos, un dólar. A diferencia de criptomonedas como bitcoin o ethereum, cuyo valor puede subir o caer bruscamente, las stablecoins buscan ofrecer estabilidad, algo que escasea en el mundo cripto.
Funcionan sobre tecnología Blockchain, la misma que permite mover dinero sin intermediarios, pero sin la volatilidad que suele caracterizar a las criptomonedas. Esto permite usarlas para hacer pagos, enviar dinero al extranjero o invertir sin temer que el valor cambie de forma imprevisible entre una operación y otra.
¿Qué hace que una stablecoin valga siempre lo mismo?
Hay distintos tipos de stablecoins, pero las más comunes son las llamadas “centralizadas”. Están emitidas por empresas privadas que, por cada unidad digital que crean, deben guardar un dólar real o un activo equivalente en una cuenta. Así es como aseguran que cada stablecoin pueda ser canjeada por dinero tradicional sin pérdida de valor.
Tres de las más conocidas son Tether (USDT), USD Coin (USDC) y Binance USD (BUSD). Todas ellas funcionan con una promesa sencilla: por cada moneda digital que circula, debe haber un dólar (o un activo muy similar) guardado en una cuenta. Esta equivalencia 1 a 1 debe estar garantizada por auditorías, controles y reservas disponibles. Es como si emitieran billetes digitales, pero siempre con el compromiso de tener el efectivo en la caja fuerte por si alguien lo pide.
Este modelo, sin embargo, exige confianza. Si los usuarios temen que no haya suficientes reservas o que no podrán canjear sus monedas cuando quieran, todo el sistema se tambalea. Por eso, una parte clave del funcionamiento de estas monedas radica en la transparencia y en la necesidad de demostrar que las reservas están ahí, que no hay trucos ni huecos en la contabilidad.
¿Qué diferencia hay entre centralizadas o algorítmicas?
Además de estas stablecoins centralizadas, existen otras más complejas: las descentralizadas o algorítmicas. No están gestionadas por una empresa, sino por programas automáticos que intentan mantener el valor estable usando distintos mecanismos. Por ejemplo, bloquean otras criptomonedas como garantía o ajustan la cantidad en circulación según la demanda. Suena bien en teoría, pero en la práctica, si las garantías bajan de valor o hay un ataque especulativo, la paridad puede romperse. El caso más conocido fue el colapso de TerraUSD en 2022, que perdió casi todo su valor en cuestión de días.
Hoy en día, las stablecoins se han convertido en piezas fundamentales del ecosistema DeFi (finanzas descentralizadas). Se usan como forma de pago, como base para préstamos o para mover capital entre plataformas sin asumir los vaivenes del mercado. Muchos inversores optan por cobrar en stablecoins porque prefieren mantener un valor constante en vez de estar expuestos a los altibajos del bitcoin.
El volumen de transacciones con stablecoins ha crecido de forma exponencial. En algunos momentos, han llegado a mover más dinero que las principales criptomonedas. Y en muchos protocolos DeFi, son la herramienta elegida para mantener la liquidez activa sin correr riesgos innecesarios.
Los reguladores empiezan a tomárselas en serio

Pero esta evolución también ha llamado la atención de los reguladores. El Banco Central Europeo (BCE), por ejemplo, ha advertido sobre algunos peligros. Uno de los principales es la falta de “fungibilidad”. Es decir, que todas las unidades de una moneda, sean digitales o no, puedan usarse por igual sin importar quién las emite o en qué red están. Si eso no se cumple, el dinero empieza a fragmentarse y una moneda estable emitida por una empresa puede valer más o menos que otra, dependiendo del contexto. Y eso, para un sistema financiero, es un problema grave.
El BCE también insiste en que estas monedas deben poder convertirse fácilmente en dinero oficial. Que las transferencias sean seguras, irreversibles y sin fricciones. Y que haya conexión técnica entre las redes cripto y el sistema bancario tradicional.
Por eso, en Europa y Estados Unidos ya se están discutiendo normas estrictas. Los emisores de stablecoins deberán tener reservas de máxima calidad, publicar auditorías de forma regular y estar sometidos a supervisión, igual que un banco. En Estados Unidos, por ejemplo, la llamada Ley Genius obliga a las empresas que emiten stablecoins a tener reservas equivalentes y mecanismos claros de protección al consumidor.
En este contexto, invertir o usar stablecoins no es simplemente una decisión cripto. Es una elección financiera que exige entender si el emisor es fiable, si hay respaldo suficiente, si las reglas son claras y si las monedas podrán seguir funcionando con normalidad incluso en momentos de tensión de mercado.
Cada vez más instituciones las incorporan a sus estrategias, no como una moda, sino como un componente estable dentro de carteras más amplias. Porque permiten mantener valor, mover liquidez o acceder a nuevas formas de inversión con menor riesgo de volatilidad.
El seguimiento de las regulaciones que están en marcha será determinante para la legitimidad operativa de estas monedas en los próximos meses.