“La justicia militar es la justicia lo que la música militar a la música”, decía Georges Clemenceau, y parece, según los testimonios que ha recabado Artículo14, que no andaba desencaminado. Hemos hablado con casi una decena de víctimas que han accedido a contar su historia. Hay muchas más que no han querido dar el paso de compartir su testimonio de manera pública.
No todas han querido desvelar su identidad, cada una se encontraba en un punto distinto del proceso, pero hay una cierta unanimidad en cómo se sintieron cuando el acoso comenzó y los distintos estadios por los que pasaron tras sufrirlo. Cuestionadas, ninguneadas y solas. Así se han sentido. Coinciden además, en que los protocolos antiacoso no funcionan, no se activan y la Unidad de Protección contra el Acoso (UPA) no vela por los intereses de las víctimas.

Lourdes Cebollero
La vida de la Capitán cambió en 2016, cuando se le destina al Acuartelamiento “San Fernando” de Zaragoza. Una mañana, al salir de la ducha como todos los días, vio a un hombre montado en una bici en su propio vestuario. Un mando había decidido que ella y sus compañeras tenían que ducharse y cambiarse rodeadas de bicicletas y esquivar a los hombres que las aparcaban en su espacio.
Un año después, presentó una denuncia individual -como así lo establece el Ejército- al subsecretario de Defensa, el inmediatamente superior al delegado de Aragón y lo hizo a través de la UPA. Se abrió una investigación que acabó con el archivo de la denuncia y la no apertura del procedimiento sancionador contra nadie.
Un tiempo después, la imputaron penalmente por supuestos delitos de injurias, calumnias y denuncia falsa, denunciados por el Delegado de Defensa en Aragón y su secretario. La denuncia ante la UPA, que debía ser anónima, se le entregó a sus mandos, hasta su número de teléfono se filtró. “Se saltaron la ley”, afirma.
“Estos señores provocan mi baja psicológica porque es día tras día insultos durante dos años”. Asegura que los propios cesados iban al cuartel a provocar al resto. “Yo les contestaba, pero luego me quedaba en el despacho llorando”. Finalmente, la situación pudo con ella y se dio de baja. Ahora ha recurrido al Tribunal de Estrasburgo.

Deborah
Suspendió el primer examen en su destino. “Mi profesor era brigada, y me llamó a su despacho”. Giró la llave. A solas, le dio “una palmada en el culo” antes de empezar con las clases particulares. Le dijo que fuera a la pizarra y la empezó a manosear. “Me puse a llorar, le pedí que me dejara ir”. Afirma que la amenazaba en público. “A ti no te van a renovar, vas a suspender, vas a perder tu trabajo.
Se lo contó a la capitán del cuartel de Zaragoza. “Me dijo que no podía seguir así, que daría parte”. La reunieron con el capitán jefe de la unidad, pero asegura que fue peor. “¿Qué hiciste? ¿No te sabes defender?”, dice que le preguntaba. ” Yo estaba pasando un calvario, no sabía cómo defenderme. La reunión sólo sirvió para asustarme más”. Se volvió a quedar sola con él. “Desenchufó el ordenador y me dijo: en este momento puedes aprobar. O puedo dar marcha atrás dos meses y darte por suspendido el curso”. Se volvió a quedar paralizada. Y volvió a no poderse defender. Esta vez el manoseo fue peor.
Recurrió a la Justicia Militar. Una capitán y un subteniente redactaron su denuncia. “Una juez togado de Zaragoza me llamó, y me dijo que le hablara para corroborar que no es una denuncia falsa. Me creyó. Y dio ella parte”. El caso de Deborah terminó en el togado militar de Barcelona, a través de una denuncia interpuesta por la fiscalía castrense. Y prosperó, además porque el brigada tenía antecedentes. “Se le condenó por abuso de autoridad, porque en aquel entonces no había condenas por abuso sexual” (2014).
A partir de ahí le boicotearon los ascensos. “Me quitaban el ratón para que no pudiera estudiar el curso de cabo. Embarazada de cinco meses me quitaron una rueda de la silla y casi me caigo al suelo”. A veces fantaseaba con suicidarme en el cuartel para que todo el mundo fuera testigo de mi sufrimiento”.
En 2018 se acogió a una baja. Denunció ante la UPA. “No sirvió para nada”. Un expediente psicofísico militar final resolvió “trastorno ansioso-depresivo cronificado”. Lo que significa: “incapacitada para el Ejército”.
Liz
Liz era la única mujer de ocho efectivos en su unidad. Cuando hace siete años le pusieron nuevo jefe, un suboficial de Tierra, lo recibió expectante, ya que tenía antecedentes de no tratar correctamente al personal. Contra ella, detalla, fue una campaña de “acoso y derribo”. La cuestionaba por todo, la humillaba delante de sus compañeros, le impedía promocionar. “No le gustaba mi carácter. Yo soy seria y nada pelota, y eso creo que le ponía nervioso”. El hecho de que no se arredrara, como cuando les pidió salir a la calle con pistolas pese a no tener licencia de armas -afirma, para protegerle a él- tampoco facilitaba las cosas. Asegura que le gritaba y le mandaba callar, y la amenazaba con que nunca promocionaría.
La situación llegó al límite un día en que le pidió el nombre de una fuente que le había proporcionado una información. Ella se negó, y le recordó que la normativa lo impide. “Empezó a gritarme y se paró a centímetros de mí con la mano levantada. No llega a haber un testigo y no sé qué habría pasado”.
La situación no mejoró, sino que, informa, fue a peor. Liz enfermaba, se ponía mal del estómago por los nervios. Y entonces decidió denunciar. Ni lo hizo a través de la UPA, porque se lo desaconsejaron por dos vías: un abogado militar, y un oficial, que paradójicamente impartía cursos en la Unidad de Protección “animando a las víctimas a denunciar. “Pues le dijo a un íntimo amigo que rellenar el formulario sólo serviría para tapar al mando y entregarle toda la denuncia”.
Así que decidió interponer dos denuncias por acoso profesional -pese a que cree que su jefe la tomó contra ella por ser mujer-, ante el Juzgado Togado Militar de Burgos, en 2019. “Nunca pensé que esta decisión acabaría con mi vida”. Según cuenta, se trasladaron un Teniente Coronel y un Guardia Civil desde Madrid para reunirse con ella, pero fue una encerrona para intimidarla. Fue sólo el principio. Después: pasaron a su jefe información confidencial de ella. Crearon un grupo de whatsapp sin incluirla. La aislaron. Le ocultaban información. Le prohibían entrar libremente al trabajo.
“¿Para qué nos dicen que denunciemos? ¿Para acabar en la calle y que se rían en nuestra cara?”
En cuanto al juicio militar, llegaron a participar tres magistrados distintos, generando confusión en la interpretación de los hechos. Incluso, dice, en un recurso que les negó un Tribunal Militar de A Coruña, manifestaron que “Tampoco se aprecia por la Sala la posible existencia de falta grave o muy grave en la conducta del Suboficial que alega la acusación particular…”, mientras el Auto de archivo había tipificado los hechos como Falta Grave conforme al Régimen Disciplinario de las Fuerzas Armadas.
“A mí me mandaron a la calle con un informe psicofísico, y este señor sigue en su puesto”, habla con la voz quebrada. “¿Para qué nos dicen que denunciemos? ¿Para acabar en la calle y que se rían en nuestra cara?”
Lourdes Castellanos
Lourdes Castellanos pasó mucho miedo, pero después de tres años fuera del Ejército se ve fuerte para “ir de frente”. A sus 52 años de edad, entró en el Ejército en el 94. Después de 25 años de servicio, cuando pensó que estaba en el mejor destino, “sucedió que estaba en el peor”.
Antes de pedir una vacante se informó de si tendría alojamiento en la unidad. Se lo garantizaron -según la normativa, si hay alojamiento en la unidad el militar tiene derecho a él-, hasta que unos años después “decidieron que me fuera de allí. No me dijeron nunca por qué”. Afirma que había otro chico viviendo también, pero que con él no había problema. “En cambio, querían que yo me fuera. Cuando cumplió 45 años dejó el Ejército y se fue del EMAD. Me dijo: Lourdes prepárate porque irán a por ti. Y así fue”.

La cabo primero explica que la habitación estaba al lado de una oficina y la querían para ellos. Sólo le dijeron que se buscara la vida. Les pidió una solicitud y motivo por escrito, pero no sucedió. “Yo no podía buscarme un alojamiento con mi sueldo. Y me llamaban y me amenazaban con que si no me iba sacarían mis cosas de la habitación y las colgarían en el palo de la bandera“.
Un día llegó a su habitación después de trabajar y se la encontró llena de taquillas. Sólo habían dejado su cama y un armario. Y la orden de no cerrar la puerta: tenía que estar siempre abierta. Un pasillo por donde, explica, pasaba todo el mundo.
“Mis cosas estaban ahí y todo el mundo entraba y salía cuando quería. Yo dormía y de pronto aparecía alguien a las 4:00 de la mañana porque tenía que ir al aeropuerto, o lo que fuera. Te daban las luces, y tú viendo cómo se cambiaban las mujeres. Incómodo para ellas y para mí”.
Consiguieron lo que querían. Se dio de baja psicológica
Lourdes estuvo seis meses así. Presentó una instancia al coronel superior y, para silenciarla, la sacaron de esa habitación y metieron en otra. “Pero siguieron las llamadas amenazantes. Que tenía 20 días”. Afirma que le empezaron a poner trabas en el trabajo. “Tuve problemas médicos, me ponía mala por ansiedad y perdía el conocimiento”. El teniente coronel médico, dice, le aconsejó pedir otro destino. Lourdes fue a un psiquiatra y le dieron la baja.
Afirma que gente del cuartel llamó a la UPA para ayudarla. “Me contactaron tras las llamadas, se lo conté y me dijeron que como no me habían tocado no podían hacer nada porque eso no era acoso sexual”, cuenta. “Y no era sexual, pero sí de género, porque a los chicos no les hacían eso, sólo a mí”. “Sé que el equipo jurídico estaba estudiando como me podían echar”.
Finalmente, consiguió lo que querían. Lourdes se dio de baja psicológica por estrés, en uno de sus desmayos se dio con la esquina de uno de los azulejos del baño y decidió que no pondría en peligro su vida. Le abrieron un expediente psicofísico, en el que el psiquiatra del Tribunal Médico diagnosticó un 35% de discapacidad psicológica. Y así terminó su carrera militar.
Cristina Valdearcos
Hace siete años que Cristina Valdearcos sufrió el resultado de poner un parte a una teniente. Tras ingresar en el Ejército en 2006, fue al Centro de Adiestramiento de San Gregorio y en su última unidad, el GACA 11 -Grupo de Artillería de Campaña- en Madrid, fue cuandoempezó “el calvario”.
Tras varios accidentes a lo largo de su carrera, sufría de la espalda. En una jornada continuada, con nieve, no pudo salir el botiquín ni la ambulancia con ellos. Pero la teniente coronel decidió que la continuada siguiera. En un momento se hizo daño en la espalda, un dolor que aumentó con el frío. Una barra de torsión mal encajada provocó que se bajara del vehículo a arreglarlo, momento en que le dio lumbociatalgia -según diagnosticaron posteriormente los médicos-.
“Tuve que desnudarme delante de un teniente militar”
Cristina puso un parte por negligencia a la teniente coronel por no haberla evacuado a tiempo. “Y entonces contraatacaron diciendo que me dedicaba a hacer vídeos porno y a promocionarlos. Precisamente, el día en que yo tuve el accidente. Me acusaron falsamente de ser actriz porno”.
Cristina, informa, se sometió a peritajes forenses para demostrar que no era ella. “Tuve que enseñar que yo tenía unos tatuajes diferentes a los de la actriz. Ella medía 1,75m, yo 1,53m. Ella pesaba 75 kilos, yo en mi vida he pesado eso. Se le veían las partes bajas, y tuve que demostrar que yo tenía dos episiotomías. Tuve que desnudarme delante de un teniente militar médico para que lo comprobara. Fue muy traumático”.
Le abrieron expediente por falta grave. Pidió ayuda a la UPA. “Me dijeron que intentara dialogar. Y jamás me ayudaron”.
Carmen
Carmen llegó a su unidad con 29 años, Su acosador tenía un grado más que ella, estaba casado y tenía un hijo. “Él me echó el ojo nada más verme. Notaba que le gustaba. Al principio no le di más importancia”. Además, cuenta esta Cabo primero, él era muy bromista y solía tapar con chascarrillos esos avances y cumplidos.
“Iba a macharme porque no había pasado por el aro”, advierte. “Seguía teniendo más graduación que yo, pero ya no era eso. Era el poder que él sentía que tenía sobre mí. Fueron tres años de acoso y derribo. Pasó de acoso sexual a acoso laboral cuando vio que no tenía nada que hacer conmigo. Utilizaba el trabajo para intentar conseguir que me acostara con él. Por ejemplo, si íbamos en vehículo a montar o desmontar zona me tocaba, intentaba meterme mano. Yo se la quitaba con agresividad, enfadada”, apunta.
“Yo he llegado a bajarme en una planta distinta a la que me había tocado y andar por otros pasillos para que no supiera dónde dormía por precaución. Después empezaba con el ‘¿qué vas a hacer luego?’. Era muy agobiante”.
El acosador empezó a presentarse por los aledaños de su casa en bici, él decía que estaba entrenando, pero nunca antes lo había hecho. Carmen describe como también hacía lo posible por acercarse a sus amigos civiles. Sentía que se ahogaba. Al mismo tiempo estaban saliendo en las noticias casos conocidos de acoso en las Fuerzas Armadas, de compañeras.
“Sabía que si decía algo, no me iba a beneficiar, sé lo que les pasa a las mujeres que denuncian. Acabas fuera, ellos dentro y yo amaba mi trabajo. Me di cuenta que las que quedaban señaladas eran ellas, no los agresores. Si no te cambiaban de sección, te cambiaban de destino. Me encantaba mi trabajo. ¿Por qué iba a dejarlo si no había hecho nada malo? Sabía que la perjudicada iba a ser yo. Barajé todo lo que me iba a llevar denunciarlo porque el protocolo es muy bonito cómo está escrito, pero el protocolo no te protege”.
Carmen llegó a verbalizar a su jefe lo que ocurría, aunque era un secreto a voces. “Tranquila, hablaré con él”, le dijo. No sé qué le dijo porque nunca le pregunté, pero creo que algo del tipo ‘lo que estaba haciendo tiene un nombre muy feo y se puede denunciar’”. El superior habló con el acosador, pero no puso en marcha el protocolo de acoso sexual. Acabó pidiendo un traslado.

Zaida Cantera
Hace casi veinte años, en 2008, denunció al teniente coronel, Isidro José de Lezcano-Mújica, tras regresar de una misión en Líbano. El Tribunal Militar Central lo condenó en 2012 a dos años y diez meses de prisión por abuso de autoridad y trato degradante, porque en aquel tiempo, el acoso sexual no estaba tipificado en el Código Penal Militar.
Reconoció en una entrevista a Artículo14 que todas estas denuncias “no era nada no supiera. Es una de mis frustraciones, la cantidad de mujeres que cuentan lo mismo y las cosas no cambian. Que a día de hoy, una mujer en las Fuerzas Armadas que denuncia, su destino sea la calle es lamentable”.
“La UPA -la Unidad de Protección frente al Acoso- no debería estar formada solo por personal militar. Debería incluir asesores militares que asesoren a personas que conocen las cuestiones de género sobre la idiosincrasia militar. He tenido muchísimas llamadas de mujeres que han llamado a la UPA y la respuesta que han tenido ha sido la filtración de sus denuncias a los mandos. Pero, ¿cómo es esto posible? Conocían las denuncias que habían propuesto mujeres a las que no se les activaba protocolo ninguno, incluso mujeres a las que se les decía: “Oye, tú, que eres militar”. Como diciendo “tienes que aguantar”, explica.
Admite que “en un 99,99 por ciento de los casos aunque condenen al agresor, nosotras acabamos fuera. Que una mujer denuncie y que su destino sea acabar en la calle en lugar del acosador es grave. Si pudiera dar marcha atrás, no denunciaría”, confesó.

María
Uno de sus primeros destinos, cuando llevaba apenas unos meses como marinero, fue un barco donde se topó con un compañero que poseía un grado más que ella, era Cabo, su superior. Por eso, cuando el Cabo comenzó a cogerle de la mano, buscarle con la mirada de forma constante, perseguirla por el barco, preguntarle cómo le gustaba el sexo y hacer comentarios del tipo “seguro que disfrutas más con un hombre”, por su condición sexual, María se dio cuenta de que tenía un gran problema.
En cualquier caso, tras dos semanas de acoso sexual continuo compartieron una guardia. Una jornada que comenzó con más comentarios insinuantes y cuando él se fue al baño, ella le acompañó porque no conocían las instalaciones.
En un momento dado, mientras hablaban de los problemas económicos de María, el Cabo haciendo como que la consolaba, la abrazó y comenzó a besarle en la cara e intentó besar su boca. Una agresión a la que ella respondió de forma tajante con un “no” y un “estoy casada, estoy feliz con mi mujer, no me interesa ningún hombre”.
Sin embargo, él le propuso que le enseñase sus tatuajes, le dio la vuelta, juntó sus genitales con sus nalgas y empezó a restregarse. Luego paró y le dijo: “En cualquier momento me puedes llamar y nadie se va a enterar”. “Me pidió que quedase entre él y yo no le di más importancia”, recuerda. Había normalizado el acoso.
Sufrió una agresión sexual
Ese mismo día, a última hora de la tarde, la marinero le pide unas sábanas porque él es el encargado de facilitarlas y se trasladan a la lavandería. El Cabo le pregunta si quiere una toalla, ella dice que no, a lo que él responde: “Sí que te va a hacer falta para limpiarte el chochete”.
María estaba nerviosa y se había quejado de un dolor de espalda. El Cabo, con la excusa de darle un masaje, la lleva cerca de una secadora, ella de espaldas, y le levanta la camiseta y le toca la zona lumbar y aprieta sus pechos, según él, se trata de una técnica de relajación.
María solo quiere salir de ahí y le dice que se va a su camarote, con las sabanas, pero el Cabo le dice que le va ayudar a hacer la cama. Es importante entender que María llevaba poco tiempo en el Ejército y quien le hablaba era su superior.
Una vez en el camarote, él le pide que se tumbe para darle otro masaje. Ella obedece y él le quita la camiseta, el sujetador y comienza a tocarla y le rompe la cremallera del pantalón. Ella intenta evitar que acceda a su zona genital cruzando las piernas, pero él Cabo utiliza la fuerza para descruzarlas e introduce su mano en su ropa interior, a pesar de su negativa verbal y física. Varias veces intenta parar una agresión sexual que se consuma en ese camarote.
Denunció. La única pregunta que le realizaron fue cómo iba a interponer la denuncia, si por lo militar o lo civil, pero nunca le facilitan el formulario del protocolo, ni sintió que la creían. No le ofrecieron ayuda de ningún tipo y ni apoyo emocional.

Teresa Franco
Teresa Franco ingresó en las Fuerzas Armadas con 25 años y tras una década de servicio un día tuvo “la mala suerte de dar con un jefe, al que desde mi punto de vista, no le gustaba la gente reivindicativa y mucho menos si era mujer“.Franco no estaba de acuerdo con una serie de condiciones laborales que le estaban imponiendo, en ese momento, era Cabo, y protestó. “Ese hombre, que era mi jefe más directo, me insultó, me dijo que si no estaba de acuerdo con lo que él me ordenaba, pues que me daría una patada en la ‘seta’. En Murcia es como si me dijera que me iba a dar una patada en mis genitales“, explica.
En mi ignorancia creía que el Ejército era un verdadero mundo de valores, de honor, lealtad, verdad y pensé que denunciándolo de manera interna, los superiores de mi superior me llamarían, verían cuál era mi opinión, etcétera, pero qué va”.
“Me obligaron a trabajar tras un aborto con el feto muerto dentro”
Tras la denuncia, fue objeto de seis arrestos disciplinarios que sumaron 33 días de privación de libertad y recibió informes negativos sobre su conducta profesional.
Además de los arrestos y los expedientes cuando Franco sufrió un aborto “los mandos militares médicos de mi acuartelamiento, íntimos amigos de mi de mi entonces ya Capitán, determinaron que tenía que seguir trabajando en mi garita haciendo guardia con el feto muerto dentro, a pesar de que había médicos civiles que me habían prescrito que me dejaran en casa hasta que lo expulsara o me hicieran un legrado, lo lógico que te hacen en cualquier trabajo, pero no en el Ejército“, señala.
Franco denunció en 2014 a su Capitán por faltas de respeto, vejaciones y trato discriminatorio durante los cuatro años que duró su acoso y derribo. Sin embargo, el juicio no se celebró hasta 2022.
“Mis compañeros de tropa me apoyaron, fueron muy valientes, pero sin embargo, la mayoría de oficiales, defendieron al Capitán“, explica. La Fiscalía, incomprensiblemente, también estaba del lado del mando. No obstante, el Ministerio Público reconoció que el Capitán llevó a cabo acciones que deberían haber sido “objeto disciplinario”, pero había pasado tanto tiempo que habían prescrito. “Quedó demostrado, aunque le absolvieran, que había sido un mal mando, que había abusado de su poder”, señala.
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